Asignar las tres lanchas a un solo empresario solo triplica el problema

Recientemente informábamos en nuestras páginas que el director de Turismo, Alejandro Leites, procuraría este fin de semana una solución para darle uso a las lanchas turísticas destinadas al Corredor de los Pájaros Pintados, que por falta de interesados aún no han comenzado a funcionar.
Es así que ya van dos años desde que la embarcación que estaba asignada para Paysandú, a un costo de más de 40.000 dólares, fue confeccionada en el astillero Sioux, de la ciudad de Salto. Desde entonces permanece allí esperando el momento en que la intendencia propietaria la adjudique a alguna empresa que se haga cargo de los paseos por el río, pero hasta ahora no se ha logrado que se presenten interesados, o si lo han hecho, desistieron de la propuesta. Similar suerte han corrido las que corresponden a los departamentos vecinos Salto y Río Negro, por lo que ente tanta frustración el director de turismo de Paysandú, propone hacer más atractivo el negocio para los particulares, ofreciendo las tres embarcaciones en lugar de una, que podrían operar “no solamente por separado en cada sede, sino en conjunto, cuando haya un evento o cuando entienda que logrará mayor impacto en un solo lugar. Obviamente, durante el verano, debe asegurarse que en las tres localidades se puedan disfrutar los paseos por el río”, dijo a EL TELEGRAFO.
Sin embargo el planteo parte de un error conceptual importante. Es que a pesar de que el jerarca es consciente de que el mayor problema es que “no es rentable la explotación de una lancha de unos 15 asientos, con los costos que se tienen”, la conclusión a la que llega es equivocada, porque sumar tres lanchas no es lo mismo que sumar asientos.
El problema de los costos estriba en que cada lancha en sí misma es demasiado costosa de operar, para la cantidad de gente que puede transportar. ¿Por qué resulta tan cara la operativa? En primer lugar, porque cada embarcación de uso turístico debe contar con dos personas a cargo, una de las cuales debe contar con un brevet que no es fácil de adquirir (de “tráfico”). De contratar a un navegante que posea esta habilitación, el sueldo correspondiente supera ampliamente los $60.000 mensuales, siendo la Prefectura Nacional Naval un posible proveedor de personal capacitado. Partimos de la base entonces de dos sueldos, uno de ellos caro.
Por otra parte, hay que considerar los costos operativos de mantenimiento, nafta (los motores fuera de borda son muy antieconómicos, aún los de tecnología “cuatro tiempos”), seguros, puerto, personal en tierra, etcétera. Y además, está el canon que deberá pagar por la embarcación. Todo eso debe cubrirse con solo 15 plazas. ¿Y cuántos días al año podría haber interesados en paseos por el río? Seguramente en verano, todos los fines de semana, quizás para más de un viaje; y en menor medida, durante los días hábiles. Pero apenas termina la época estival, completar un paseo puede resultar muy difícil. O sea que en tres meses a lo sumo hay que desquitar toda esa inversión. ¿Y cuánto debería costar cada tique de paseo –por ejemplo, un viaje a la isla Caridad, que es la más cercana (si fuese posible, porque es argentina y habría que pedir permisos internacionales)–, para que el esfuerzo valga la pena? Que sean tres lanchas en lugar de una no hace más que triplicar el déficit. El error estuvo en no pensar primero en cómo podría desarrollarse el negocio y encargar una embarcación que no es rentable. Pero para cambiar eso es demasiado tarde; las lanchas ya fueron construidas, la plata gastada y ahora hay que tratar de solucionar el entuerto.
Lo primero que habría que lograr, para hacer al menos más interesante el negocio, es reducir los requisitos operativos. Por ejemplo, que cualquiera que tenga un brevet normal pueda pilotar la nave; que el seguro necesario será accesible; que el canon sea muy bajo. En fin, necesariamente hay que buscar que la ecuación cierre, aún para una embarcación demasiado pequeña como esta. Probablemente habrá que rever alguna reglamentación nacional, encontrar la forma de flexibilizar los términos exagerados que están pensados para otro tipo de navegación, en el Río de la Plata o en la costa atlántica, donde claramente se necesita otra preparación y otra seguridad.