La lucha es entre el populismo de izquierda y el de derecha

Vivimos un periodo donde diversos fanatismos, algunos muy primarios, se abren paso frente a una supuesta sociedad del conocimiento. Hay una paradoja indescifrable cuando tratamos de saber por qué pueden coexistir en nuestras sociedades problemas de alta complejidad con las explicaciones más rudimentarias.
La tecnología moderna (cibernética, robotización, genética y mucho más), el cambio climático y los grandes desplazamientos de poblaciones -incluida la caravana de migrantes centroamericanos rumbo a Estados Unidos-, han hecho estallar por los aires el seguro mundo de las sociedades de consumo. No cabe duda que Internet, en general, y las redes sociales, en particular, han modificado el panorama político en lo que se refiere a formación de liderazgos, divulgación de noticias falsas, la reaparición de extremos que van en contra de lo esencial del funcionamiento democrático de las sociedades. Es cierto, no hay lugar para el centro.
La disputa se dirime pues entre populismos de izquierda o de derecha. A ver entonces quién miente mejor. Aquello que los une es la apelación a la mentira como método o una distorsión inconcebible de la realidad, donde se entremezclan el cinismo con la manipulación. Cada tanto el ser humano se entrega a estos fervores que preceden a las carnicerías, guerras regionales o incluso mundiales.
De pronto en Europa empieza a hacerse fuerte la intención de establecer un ejército europeo. De eso se habla cuando se conmemora el centenario del fin de la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial. Especialmente a partir del empuje de la primer ministra alemana Ángela Merkel y del presidente francés Emmanuel Macron.
Con Donald Trump en el poder en Estados Unidos, triunfador a partir de una propuesta xenófoba y ultranacionalista, los líderes de Europa entienden que es cuestión de tiempo que la Alianza con Estados Unidos se debilite hasta la insignificancia.
Trump ha dejado claro que no está muy interesado en el Trato de la OTAN, como buen y genuino nacionalista “antiglobalización”. Esto dejaría a Europa al alcance de Rusia o China, salvo que exista un elemento disuasor creíble: un ejército lo suficientemente poderoso que tendría dos consecuencias fundamentales, por una punta, impediría que Rusia o China se atrevieran a atacar o extorsionar a los europeos, y por la otra mantendría a los militares ocupados y sin tentaciones de ocupar gobiernos.
Especialmente cuando las dos cabezas, Francia y Alemania, se unen para defender un común propósito: impedir la guerra y preservar el sistema de la “democracia liberal” que tan buen resultado le ha dejado al Continente. No debe olvidarse que Europa no solo es el origen de las libertades, los derechos humanos y la revolución industrial. Las querellas más sangrientas de la historia se han librado en suelo europeo. La devastadora Guerra de los Treinta Años (1618-1648) se luchó allí y costó ocho millones de muertos en nombre de Dios. La de Sucesión (1701-1714), por el trono de España, con casi dos millones de bajas. Ambas fueron “mundiales”, con diversos contendientes y ramificaciones internacionales.
En el continente americano, el modesto triunfo demócrata en Estados Unidos, que le permitió recuperar la mayoría de la Cámara de Representantes, no ha bastado para revertir la fortaleza de la extrema derecha de Trump. Su acceso a la presidencia ha modificado, a pesar de su histrionismo y de su patología de mentiroso serial, el sistema emergente de 1945.
El triunfo de Bolsonaro en Brasil, el 28 de octubre, en un país de más de 200 millones de habitantes, también está vinculado a este nuevo escenario de la era Trump y obliga a reflexionar sobre el resurgimiento de la extrema derecha en muchos lugares del planeta. Para nombrar algunos; el ascenso de Duterte en Filipinas, de la extrema derecha en varios países europeos (Austria, Hungría, Polonia, Italia, por ahora), del casi autogolpe de Erdogan en Turquía.
Este fenómeno no puede deslindarse de la enorme concentración de poder que se ha producido en la China de Xi Jinping y en la Rusia de Putin. Unos cuántos especialistas aprecian que esta es una situación pre-bélica, donde la volatilidad tiende a ser la regla.
Estos regímenes se sitúan abiertamente en contra de las democracias liberales y de la globalización de las últimas décadas. Reflejan el colapso, por lo menos momentáneo, de la clásica democracia de la post guerra y de la mayoría de sus principios.
Esa democracia que reaccionando a los horrores de la Segunda Guerra Mundial, llevó a Roosevelt-Truman a abandonar el tradicional aislacionismo norteamericano (recomendado nada menos que por George Washington), y a decidirse a encabezar al “mundo libre”, resolución que se tradujo en los acuerdos de Bretton Woods, la OTAN, el Plan Marshall, la CIA, la OEA y el resto de los mecanismos que hoy languidecen tras varias décadas de eficacia decreciente.
Ante esto, líderes europeos entienden que un ejército multinacional y unilateral, que defienda los intereses de toda la Unión Europea es una muralla en defensa de su existencia tal como se conoce, existe y pretende preservar.
Desde luego, la tarea de crear ese ejército europeo será muy difícil, pese a que Francia domina el arma nuclear y Alemania, junto al resto de la UE, poseen el músculo económico para llevarlo a buen puerto. Trump es el síntoma de unos vínculos políticos que se debilitan. Lo mejor es admitirlo, como han hecho Merkel y Macron. Era mucho más fácil y barato sobrevivir bajo la tutela estadounidense, pero parece que eso pronto no será posible. Otra era llama a las puertas.