El deterioro del empleo y la pereza por solucionarlo

Por cuarto año consecutivo, el 2018 cerró con una caída de puestos de trabajo y la destrucción de 9.500 empleos, o el doble que el año anterior y desde 2014 suman 47.000 menos. O sea que cada 35 uruguayos ocupados hace cuatro años, hay uno que perdió su trabajo.
Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística señala que la tasa de empleo es 57,2 por ciento y se reduce en siete décimas de punto en comparación a 2017, con una caída de 3,2 con respecto a 2014. El porcentaje de uruguayos que no consigue insertarse en el mercado laboral se ubica en 8,3, cuando en 2017 promediaba el 7,9 por ciento. Y si las cifras mantienen una relativa estabilidad, sin grandes transformaciones, se debe a que un menor número de personas se volcó al mercado en busca de un empleo, por lo tanto se confirma la pérdida de los puestos laborales.
La población afectada es joven y fundamentalmente femenina, en torno al 25,9 por ciento. Es decir que la cuarta parte de esa franja etaria está desempleada. Incluso es mayor entre mujeres, con 10,1 por ciento que los hombres, 6,9 por ciento.
De acuerdo al informe, la población entre 14 y 24 años muestra un desempleo “sustantivamente superior a la del resto de los tramos considerados”. A esto se debe agregar que un 24,5 no estuvo registrado en la seguridad social, el 8,5 permaneció subempleado y un 5,9 registró ambas limitaciones.
Mientras se deteriora la calidad del empleo y se destruyen los puestos laborales, miramos hacia afuera y tratamos de buscar una explicación a una problemática que se plantea con mayor énfasis en tiempos electorales. Una necesaria modernización en las relaciones laborales, el clima adecuado para generar la instalación de inversiones –pero no solamente de empresas extranjeras, sino para las locales– e invertir en infraestructura para que no nos agarre el “apagón logístico” que ocurrió en Brasil, tal como lo señaló el expresidente José Mujica.
Durante la famosa “década ganada” se dejaron estropear las carreteras y, como lo explicó un dirigente del transporte, mientras esperábamos un mayor crecimiento económico para invertir en las rutas, ese crecimiento pasó y se fue, porque se profundizan las dificultades para sacar la producción. Entonces llegó UPM y puso sobre la mesa su proyecto de instalación de una segunda planta y ahí nos encontró con todo para hacer. Hubo que salir a replantear los proyectos de obras y hoy se nota que con grandes esfuerzos económicos –porque ya no podemos más– se hace lo que se puede.
Lo cierto es que en cuatro años no es común que se destruyan tantos puestos de trabajo y nadie haga nada para revertir esa situación. Son cuatro años seguidos en que el problema se instaló en una misma franja etaria, probablemente la que recibe los discursos más enjundiosos y acciones positivas, pero continúa con grandes dificultades para acceder a un empleo.
Al gobierno le parece que la instalación de mayores inversiones en el país, moverá la aguja en este sentido. Sin embargo, para quienes vienen desde afuera hay un factor relevante como la competencia y exige seguridades con un clima de negocios adecuados. Todo esto, en un país caro para competir y con relaciones laborales rígidas que terminan por recortar empleos, como en el nuestro.
Y como viene el panorama, en un año electoral con una Rendición de Cuentas recortada para este y el próximo año, hace sumamente previsible el escenario y la problemática no cambiará en el corto plazo. A pesar de tratarse de un año con particularidades donde se escucharán mensajes sobre mayores inversiones de obras públicas, en los hechos los economistas calculan un bajo crecimiento económico, ubicado un poco por encima del 1 por ciento y por ende los salarios, crecerán de acuerdo a esa variable.
Claramente el contexto internacional viene complicado y la región aún más, pero las acciones de políticas locales en relación a este entorno, tampoco están sobre la mesa. Muy por el contrario, luego de las declaraciones poco amigables de algunos referentes del Poder Ejecutivo tras las elecciones en Brasil, seguramente se encuentren mayores dificultades con el segundo destino de las exportaciones uruguayas.
No debemos olvidar que casi la mitad de la demanda laboral total de los uruguayos se concentra en el área comercial, de finanzas, administración, turismo e industria. Son sectores que, prácticamente en su totalidad debieron reducir sus plantillas laborales. Si baja el poder de compra de los salarios, es ineludible la afectación de estos sectores de la economía y alcanza con mirar fugazmente lo que ocurre en hoteles, establecimientos gastronómicos y servicios en general, fundamentalmente vinculados al turismo o recreación.
Por su parte, la industria bajó en forma sostenida las horas trabajadas y el personal ocupado en un 46,7 por ciento en relación al año anterior.
Son datos de la realidad que no responden únicamente a las expectativas empresariales, que siguen a la baja y en el terreno negativo. Y cuando nos comparamos con guarismos de países desarrollados en terrenos sociales o sanitarios, también debemos decir que en aquellos países el desempleo en los jóvenes es como máximo el doble, cuando en Uruguay es más del triple. Eso no es otra cosa que un aumento de la desigualdad, con crecimiento desparejo por sectores incluso dentro de una misma rama de actividad.
Y dos aspectos deben quedar claros: si la tasa de desempleo no se incrementa aún más es porque ha servido de amortiguador para que una menor cantidad de personas salga a buscar trabajo y, por lo tanto, no entran en las estadísticas. En segundo lugar; la automatización ya instalada, modifica la forma de trabajar y de producir, con desafíos que aún no terminaron de cerrar en la cultura uruguaya. Ni siquiera en el oficialismo, que todavía plantea como un logro político a la instalación de una dinámica tecnológica que hace rato transcurre en un mundo globalizado. Pero hay chips que se cambian lentamente y por eso se ven estos resultados.