No somos neutrales

El asesor del gobierno de Donald Trump, John Bolton, reconoció el interés existente en torno al petróleo venezolano y que las compañías estadounidenses en el país caribeño serían un aporte para su país. Sin embargo, para que eso se produzca, señaló que es estrictamente necesaria la salida de Nicolás Maduro del gobierno.
“Haría una gran diferencia para los Estados Unidos, económicamente, si pudiéramos tener a las empresas petroleras estadounidenses invirtiendo y produciendo petróleo en Venezuela. Tenemos mucho en juego haciendo que esto salga de la manera correcta”, dijo Bolton a la cadena Fox.
Si “a confesión de parte, relevo de pruebas”, entonces por una vez el expresidente José Mujica tiene razón y a Estados Unidos no le importa “un carajo” la democracia, mientras negocia con talibanes en Afganistán y se resiste a condenar las leyes existentes en Arabia Saudí, que repudian los defensores de los derechos humanos. Aunque, claramente, a Maduro tampoco.
Pero veamos algunos datos actuales en su propio contexto. Desde enero de 2017, Venezuela es el país con mayores reservas petroleras ubicadas en la Faja del Orinoco con 300.900.000.000 de barriles de petróleo a extraer y le siguen Arabia Saudí, Canadá e Irán.
Con la toma de posesión de un segundo mandato de Maduro, la Casa Blanca comenzó a considerar sanciones y, de esta forma sumar presión económica para evitar que Venezuela venda a China –con la que mantiene una “guerra comercial”– Rusia y Turquía. El mercado estadounidense es cada vez más demandante y su producción actual no alcanza para abastecer el mercado interno, incluso sus reservas bajaron 2,7 millones de barriles y se ubican en 437,1 millones.
El país caribeño tiene, además, grandes yacimientos de gas distribuidos en una vasta área que si se suman al denominado “Arco Minero”, hablamos de reservas de oro, diamantes, coltán, entre otros. Según datos oficiales, Estados Unidos importó de Venezuela unos 500 mil barriles de crudo al día, en 2018.
Ante un escenario geopolítico con estas características, no es tan difícil de deducir la compleja trama de intereses que envuelve al contexto global, donde todos parecen necesitados de tomar parte para un lado y para el otro, bajo una gritería peor que la que ocurre por las calles de Caracas.
Con una narcodictadura que ejerce el terrorismo de estado con centenares de muertos que se sumaron en los últimos años, Uruguay dice que prefiere convocar para el 7 de febrero a una conferencia internacional de “países neutrales”, a fin de discutir una salida diplomática a la crisis en Venezuela.
Según la Cancillería uruguaya, participarán representantes de más de 10 países y organismos internacionales, bajo “una posición de no intervención”, mientras demuestran “su preocupación por la situación de los derechos humanos” en aquel país. Es decir que no se instala una mediación, sino que indirectamente se adopta una postura suave para extender la agonía en el tiempo, al tiempo que exhortamos a tener “un diálogo inclusivo y creíble” –dice el comunicado– con un presidente que no respeta los derechos humanos y que tiene dentro de su gobierno a 30.000 agentes de inteligencia cubana.
Justamente Uruguay, donde los militares se sujetaron a la voluntad del pueblo, luego del plebiscito de 1980. Justamente Uruguay, busca el diálogo “inclusivo” fuera de sus fronteras cuando es imposible conseguir que el presidente Tabaré Vázquez –y su gabinete– reconozca los liderazgos opositores en su propio país y se siente a dialogar, tal como lo mandata una república de iguales.
Por eso es que no somos neutrales. Porque nuestro gobierno ha dado a entender una postura clara bajo el halo dialoguista y demuestra hacia el exterior una imagen que hace rato está agotada hacia adentro.
Por el lado de Estados Unidos, tampoco extraña la forma de llevar a la práctica la política exterior de Trump; un presidente que adopta decisiones de Estado a través de enunciados en Twitter.
Y si hablamos del contexto sudamericano, debemos comprender que tanto Venezuela como Nicaragua llevan centenares de muertos en tiempos “democráticos”, con torturas en sus cárceles y adolescentes presos. Justamente cuando el progresismo uruguayo se manifiesta contra el encarcelamiento de menores, pero se sienta en el living y observa con “neutralidad” a milicias encapuchadas por las calles de Caracas o Managua, donde reprimen como jamás lo permitirían en Uruguay.
El 27 de febrero se cumplirán 30 años del Caracazo, cuando los venezolanos salieron a las calles en repudio a la suba de precios de tarifas fundamentadas por el Fondo Monetario Internacional y otras medidas económicas adoptadas por el entonces presidente Carlos Andrés Pérez, que se saldaron con muertos cuyas cifras oficiales no están claras, pero sin embargo, reconocen que estuvieron entre los 300 y los 3.000.
El “sacudón” permanece impune hasta el día de hoy y las crónicas de ese momento histórico registraron robos y saqueos a establecimientos comerciales. Tres décadas después, el pueblo venezolano protesta por lo mismo pero agravado por la hiperinflación y las altas cifras de migración. En 1989, Venezuela registraba el 81 por ciento de inflación, mientras que en 2019 se proyecta una hiperinflación de 20.000.000 por ciento, con subas en los precios de alimentos que se ubican por encima del 140 por ciento.
El trasfondo de esta crisis es ineludible, tanto como prolongada y ha colocado al pueblo en una situación que empeora cada día. La caída de los precios del petróleo, obligó a una merma en los ingresos del Estado y, por lo tanto, a una aguda escasez de productos de primera necesidad.
Esta misma crisis obligó a emigrar en los últimos años a unos 5 millones de venezolanos y según la última Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) que realizan la Universidad Católica Andrés Bello, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Simón Bolívar, el 87 por ciento de las familias están por debajo de la línea de pobreza, mientras que el 61,2 por ciento viven en pobreza extrema.
Por eso la historia vuelve a repetirse para el pueblo y muestra su cara más deleznable en un régimen que lleva 20 años y un autócrata con alardes de histrionismo que se pasea con el ejército militar y cuerpos de civiles armados que largó a las calles y paseos públicos para infundir miedo. Esa es la respuesta a la pregunta que se reitera en las redes y en las calles: “¿Por qué hasta ahora no ha pasado nada?”.