Una lucha “a morir”

“Yo voy a pelear por Carolina, pero nos vamos a encolumnar detrás de cualquiera de los cuatro que gane porque la cuestión es retener el gobierno a morir”, dijo la vicepresidenta Lucía Topolansky en una entrevista con Crónicas, y no hay por qué no creerle.
Con la mira puesta en un cuarto gobierno del Frente Amplio, la presidenta de la Asamblea General reconoció que la fuerza política debe “buscar una consigna que sea la fuerza para subir escalones más altos”. Y como no alcanzaron 15 años, entonces plantea “un shock de infraestructura para dar el salto que Uruguay precisa, que es una idea de Enrique Iglesias que se la hemos ‘robado’ con su consentimiento”.
Así planteada la presente campaña electoral, como una cuestión “a morir”; entonces los roces internos, discursos confrontativos y cruces verbales donde se argumenta básicamente siempre lo mismo, resultan más entendibles. Mientras los precandidatos se invitan por las redes sociales a debatir entre sí, a sabiendas que el círculo mediático es amplio y observa, hay seis de cada diez uruguayos que espera pacientemente un debate sobre los temas que importan de verdad. Lo que ocurre en otros países, en Uruguay es difícil de implantar porque hubo referentes que le esquivaron al bulto e igual ganaron las elecciones.
La importancia de un debate se centra en la discusión sobre un programa de gobierno, al tiempo que se utiliza el mecanismo para dejar en evidencia a los precandidatos del partido que gobierna sobre promesas incumplidas. De igual modo, el oficialismo puede retomar el camino tan efectista de recorrer el pasado, sacándolo de contexto e imprimir frases que conforman un conjunto de esloganes que han prendido por repetición y no por comprobación.
Solo por citar un ejemplo, si el presidente del Frente Amplio Javier Miranda está preocupado por “el tono de la campaña”, entonces debió asistir horrorizado a las declaraciones de la ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, quien habló de las influencias del precandidato Luis Lacalle Pou para acceder a la política, tal como si Michelini, Sendic o Arismendi –que integran o formaron parte del gobierno–, fueran apellidos de primera generación y sin historia dentro de la izquierda uruguaya.
A nivel global, los debates son comunes y aportan a la geopolítica de los pueblos porque ven a sus gobernantes en un intercambio natural y frecuente. Sin embargo, en Uruguay el último debate se registró en el año 1994 entre Tabaré Vázquez (cuando nada tenía que perder, según las encuestas de entonces) y Julio María Sanguinetti. Cuando el escenario comenzó a cambiar, la negativa a debatir se volvió más potente.
Pero como el escenario electoral ha cambiado y, en su mayoría, los sectores presentan referentes renovados, existen una tendencia a mejorar este panorama.
Desde noviembre de 2015 aguarda una iniciativa parlamentaria presentada por el diputado Fernando Amado para establecer la obligatoriedad de los debates, pero no encuentra acomodo en el oficialismo. Algunos se manifestaron proclives, aunque con modificaciones relacionadas a regular la cantidad de debates y centrarlos en las propuestas programáticas para evitar el show. Por otro lado, se encuentran quienes razonan que el oficialismo “sale perdiendo” frente a la oposición porque el candidato de la fuerza política en el gobierno cuenta con el apoyo de una mayoría del electorado y, sin embargo, tendrá el mismo tiempo y oportunidades que los demás candidatos. Y como son oposición, terminarán alineados contra uno solo.
En fin, tanto cálculo aburre por mezquino porque deberían demostrar, con un poco menos de alevosía, que tienen un interés superior al de afincarse en el poder como sea. Eso, y otras cuestiones, profundizan la brecha entre candidatos y ciudadanos. O, como suelen repetir en el escenario argentino, se instala una grieta provocada por la virulencia y cruce de altas declaraciones, en tiempos de “manija” contra la violencia y discriminación de cualquier tipo. Porque la grieta no surge por generación espontánea, sino que es socavada por acciones y estrategias que se plantean a diario.
O podemos analizar como otro ejemplo, la insistencia a instalar un pacto ético contra las “fake news” –o noticias falsas– que tanto asusta a algunos referentes, cuando siguen sin permitir que se aclare la veracidad o no de aquella noticia que afirmó que en Uruguay había niños que “comían pasto”. Las maestras que ejercieron en el barrio Conciliación aún aguardan por un lugar para su derecho a réplica ante la repetición de un hecho sobre el cual nunca hubo evidencia, sino oportunismo.
Pero por más que pidieron que no continuaran con la repetición de esa frase, todavía permanece en sus oraciones.
Por eso es que las sociedades no se agrietan desde la nada, sino desde el dogma y con la repetición. Y eso es tan viejo como la civilización porque ya lo aplicaba el consejero de Alejandro Magno, Medion de Larisa, cuando ordenaba sembrar la calumnia, porque cuando hubiera curado la llaga, siempre quedaría la cicatriz. O sea, ni siquiera Goebbels fue un innovador en este aspecto.
Así comenzó la intolerancia y la dramatización –con victimización incluida– que tanto daño hacen a nuestras sociedades modernas, porque el problema continúa en la hemiplejia para detener un rumor y no en la ofensa en sí misma.
Rinde el discurso dogmático y, sobre todo, playo, porque exacerba los sentidos y no da lugar al pensamiento crítico ni –mucho menos– a la construcción de la verdadera ciudadanía. A pesar de que estos dos últimos puntos forman parte del conglomerado de tecnicismos expuestos en los últimos tiempos.
Si así comenzamos, no es tan difícil de vaticinar el desarrollo de la campaña durante el resto del año. Ni tampoco las reacciones, porque desde el oficialismo nadie habló, mientras que provocó reacciones de rechazo desde la oposición. Ni que hablar de las redes sociales, utilizadas con felicidad para salir del anonimato y agredir.
Por eso, se puede inferir que desde un lado se usará esa forma de respuesta y desde el otro, se reaccionará, pero en el medio estaremos nosotros mismos. Quienes, en definitiva, elegiremos en base a esa calidad.