Avatares de economías de base rural

Como parte del mundo subdesarrollado, y con altibajos en su situación en base a coyunturas favorables o no en el escenario global, América Latina sigue sustentándose en una economía de base rural y una explotación no siempre eficaz ni más conveniente de sus recursos naturales, con marcado déficit en la sustentabilidad, precisamente.
Es que pasan las décadas y pese a la evolución tecnológica, a los cambios del mundo moderno, a la globalización, a la década de bonanza ya dejada atrás, es innegable que en esencia América Latina –incluyendo al Uruguay, naturalmente— depende de una economía de base rural, salvo países esencialmente petroleros, como Venezuela.
Por lo tanto todo lo que signifique avances en la forma de explotación, en la productividad, en la optimización de recursos, en el derrame de riqueza sobre todos los sectores de la economía y sobre todo en los actores directos de la generación de esta riqueza, es de vital importancia en el subcontinente.
En sucesivos foros en que se analiza la importancia del agronegocio para la economía latinoamericana, los expertos han evaluado que esta región avanza hacia una sociedad más urbanizada y, por lo tanto, cada vez más dependiente de la economía rural, en tanto los últimos datos indican que Latinoamérica cuenta con una población rural de unos 37 millones de habitantes y acapara el 30% y el 28% del mercado global de grano y carne, respectivamente.
El agronegocio es el principal segmento económico en toda la región y en Brasil es responsable de cerca del 25% del PBI. En el caso de Brasil, por ejemplo, expertos consideran que es necesaria una mayor inversión en el campo que favorezca la industrialización del sector, lo que permitiría optimizar la producción y estabilizar los precios.
En el plano global, debe tenerse en cuenta que en América Latina se producen actualmente unos 310 millones de toneladas de granos, pero los analistas, técnicos y autoridades coinciden en que ni los gobiernos ni las respectivas sociedades de los países de la región le dan la importancia que deberían al mundo rural, y que en cambio aprovechan el esfuerzo de quienes viven en ese medio para potenciar la economía en las áreas en que el agro obra como motor.
Hay un aspecto clave a tener en cuenta y es que en América Latina, como en todo el mundo, se ha acrecentado el fenómeno de la urbanización, la búsqueda de mejor calidad de vida por vastas poblaciones que migran desde las zonas rurales. Esto también debido a que la tecnología ha permitido que se emplee menos mano de obra en determinados emprendimientos de base agrícola y merman las oportunidades laborales para las familias de menores recursos. A la vez, la masificación de las explotaciones, la necesidad de competir en el mercado internacional con menores costos ha sido determinante para la maquinización de los procesos.
Este proceso de urbanización es irreversible y tiene sus orígenes en la propia historia de la humanidad, desde familias congregadas en pequeñas comunidades rurales como forma de sostenerse, para luego irse formando ciudades en las que fue floreciendo el comercio.
Posteriormente se manifestó la industrialización, con la producción masiva y una verdadera revolución industrial. Así se dio la puesta de determinados bienes al alcance de un número creciente de sectores de la población, que dio lugar a un escenario socioeconómico muy diferente al de doscientos o trescientos años atrás.
Empero estos procesos no se han dado de igual forma en todo el globo, por las características de su población, factores culturales, antigüedad de sus asentamientos, etcétera, y en este contexto la región latinoamericana tiene sus particularidades. A diferencia de los países industrializados, la fuente de su riqueza y potencial desarrollo sigue pasando por una economía de base agropecuaria, por sus suelos, sus diferentes climas, las extensiones de tierras que pueden convertirse en gran medida en el reservorio de producción de alimentos para una población mundial que seguirá agotando los recursos naturales.
América Latina presenta un perfil distinto en cuanto a la importancia de la economía rural como sostén del tramado socioeconómico en sus respectivos países y por lo tanto no es lo mismo lo que aquí ocurra, que en las explotaciones de la Unión Europea, por citar situaciones muy diferentes.
Es que en esas áreas la economía rural juega un papel secundario, y su desenvolvimiento económico permite que la gran mayoría de los países europeos sigan otorgando subsidios para proteger su producción y la permanencia de sus poblaciones en el medio rural, donde además tienen una calidad de vida muy superior a la de los habitantes del medio rural en nuestro subcontinente.
Estamos pues ante una realidad muy diferente en América Latina, con elementos diferenciales en una diversidad de áreas y problemas adicionales del subdesarrollo. Porque si bien existe una gran incidencia de la economía de origen agropecuario en la región, no se ha apuntalado debidamente su desarrollo y su proyección para las próximas décadas.
Así, quedan materias pendientes para potenciar la producción, como generar una infraestructura adecuada para atender las realidades socioeconómicas, pero también para adecuar la logística a las necesidades de los principales rubros de explotación.
Igualmente, algo se ha avanzado en estos años, pero naturalmente salvo en un margen muy menor y tangencial, los recursos naturales se exportan o aprovechan con una mínima incorporación de trabajo local.
Es decir, falta un mayor proceso de valor agregado, para no solo exportar materia prima para industrializar fuera de fronteras. Como agravante, se desaprovechó gran parte de la bonanza de la última década por la favorable coyuntura internacional ante los elevados precios de los commodities, y no se volcaron más recursos hacia infraestructura ni se atendieron debilidades del sector agropecuario, como regla general en la región, y tales deficiencias se pagan cuando se han retraído los precios en los mercados internacionales, como en la actual coyuntura.