Deténgase y lea

Ante los incontables llamados equivocados sobre notas publicadas que –evidentemente– no se leen con atención, la primera reacción es la de concluir que la población en general cada vez lee menos. El problema, sin embargo, no radica en que todos hayamos dejado de leer, sino en que lo estamos haciendo por otras vías.
Vías que posibilitan las nuevas tecnologías. Si comparamos el presente con lo que ocurría hace veinte o treinta años, descubriremos que ahora la gente no sólo lee más, sino que también escribe más. Leemos y escribimos todo el tiempo. Y tanto tiempo tenemos para eso, que hemos dejado de lado casi todo lo demás.
El WhatsApp, el Facebook y otras redes sociales nos llevan la mayor parte del día. Ni que hablar a las nuevas generaciones. Así que no podemos decir que se lee menos, y si ahora hemos pasado a escribir, también podríamos decir que estamos mucho mejor. ¿Estamos mucho mejor?
El “estar mejor” de una sociedad no siempre es tan fácil de medir. Si nos atenemos a ciertos discursos –políticos o no– estamos bárbaro. Hemos acompañado el progreso del mundo, nos hemos puesto como se dice “a la par”, se ha tecnologizado todo lo que se pudo tecnologizar y la vida ahora es más cómoda y sencilla. ¿Eso es “estar mejor”? Para muchas cosas lo es.
Aunque para otras habría que mirar con más atención. Por ejemplo, para el tema de la lectura. Que ahora leamos y escribamos más que antes, no quiere decir que por eso vayamos a ser mejores seres humanos. Muy por el contrario. La enorme facilidad con que ahora tomamos cualquier artilugio y, después de ojear un título, espetamos nuestra opinión, ha llevado a que en las redes aparezcan las estupideces más enormes.
Sin entrar en el tema de las fake news, un fenómeno que ha arrasado con la credibilidad de prácticamente todo, el simple hecho de que cualquiera pueda opinar sobre lo que sea, y que esa opinión sea tomada en cuenta por cientos, miles o hasta millones de personas, tendría que hacernos reconsiderar ciertas costumbres.
Hay quienes ven en la misma Internet una caja de Pandora que, después de abierta, es imposible de cerrar. Pensar hoy un mundo sin Internet es una fantasía. El mismo periodismo necesita los contenidos de la web para subsistir. Pero por un momento pensemos en lo que era la vida sin Internet. Cuando se precisaba un dato sobre lo que sea, había que recurrir o bien a un archivo, o a los libros. Eso, por supuesto, llevaba mucho más tiempo que hacer un clic en la computadora. A veces el dato ni siquiera se encontraba después de horas de trabajo.
Ahora tenemos los datos a la mano. Y, como antes creíamos en los libros, ahora hemos pasado a creer en algunos sitios de la web que tienen fama de serios y prestigiosos. Aquí podría considerarse la idea de que el libro de antaño también podía estar equivocado, al igual que el dato de Internet. Sin embargo, hay que considerar también que, para que un libro se publique, o una revista, o un diario como el que ahora tiene en sus manos, lo que se va a publicar está investigado, corroborado, corregido y sobrecorregido para que, cuando llegue al lector, sea bastante más que una masa de datos de dudoso origen.
Porque eso último es lo que es, muchas veces, la información de Internet. “Me entero más por Facebook de lo que pasa en el mundo que en cualquier diario o informativo” es una frase que se ha escuchado ya demasiadas veces. Pero en Facebook, la seguridad de que lo que estamos leyendo está verificado es prácticamente nula.
Entonces, cuando un usuario de Facebook se enfrenta a un elemento físico como el diario, lo utiliza y reacciona de la misma manera que lo hace en las redes. No lee, sólo hecha un vistazo y, por supuesto, lanza su opinión.
Ahora bien, ¿preferimos la información que se nos da en las redes simplemente porque está a un clic de distancia? Algo de eso hay. Pero también hay otro factor a considerar. La interacción. La posibilidad de escribir lo que pensamos apenas tal o cual noticia llega a nuestras manos. Y esa opinión muchas veces es tenida en cuenta por otras personas, transformando así en “periodista” prácticamente a cualquier usuario de la web. Eso posibilita también que podamos moldear las noticias a nuestro antojo, consiguiendo algo que un diario nunca nos podrá dar: construir una realidad.
Dejando de lado los hechos que no nos interesan y centrándonos sólo en los que sí nos llaman la atención, y también viéndolos y haciéndolos ver desde nuestro personal punto de vista, el panorama de Facebook se va construyendo a nuestro leal saber y entender. Mientras que, en un informativo o un diario tenemos que toparnos inevitablemente con cientos de noticias que o bien no nos agradan, o nos aburren, o simplemente nos enfurecen. Es la diferencia entre la utopía y la realidad.
En el mundo virtual podemos llegar a creer que nuestra opinión vale lo mismo que la de cualquier periodista o escritor, después de todo, los milenios en los cuales no se podía decir lo que se pensaba terminaron y ahora se puede tener la sartén por el mango. Se puede, incluso, cambiar el mundo con nuestro pensamiento.
Es una idea fantástica, una panacea. Sin embargo, no es cierto. Lo que se puede moldear y cambiar es la existencia en ese rectángulo que tenemos en frente durante horas y horas de nuestra vida diaria. La realidad no esta ahí por más que nos queramos convencer de lo contrario. Ya son varios los que vaticinan un mundo ajeno a la empatía si el único camino elegido es el del avance tecnológico ciego.
Las facilidades que nos presentan ahora ciertas ventajas del progreso tienen siempre un costo. Nada se nos da gratis, eso es una gran mentira. Pensar en una computadora como un regalo envenenado es una equivocación. Pero verla como la solución de prácticamente todo, también lo es. Ni tanto ni tan poco. Y si no, habrá que leer con más atención. Algo que aprendimos a hacer antes de la era de la Internet.