Nicaragua, es hora de la libertad

El pasado 19 de julio se cumplieron cuarenta años del triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua, poniendo fin de esa forma a la cruenta dictadura de la familia Somoza que gobernaron ese país entre los años 1934 y 1979 a través de un régimen corrupto de terror y ataque a las más elementales libertades individuales. Mediante la violencia y el aplastamiento de cualquier atisbo de oposición, Anastasio Somoza García (conocido como “Tacho”), Luis Somoza Debayle y Anastasio Somoza Debayle (“Tachito”) convirtieron a la nación centroamericana en una gran prisión. A pesar de su falta a los ideales a los principios democráticos (o precisamente por ello), los Somoza encontraron en Juan Domingo Perón un amigo sincero, que invitó al dictador a saludar desde el balcón de Casa Rosada durante los festejos oficiales del 1º de Mayo de 1952 mientras expresaba “Yo deseo que mis primeras palabras sean para rendirle, desde lo más profundo de nuestros corazones, un homenaje sincero y argentino al excelentísimo señor presidente Somoza (…) ¡Viva el General Somoza!” Entre las simpatías y amistades del Presidente argentino se contaban, cual selecto club de liberticidas y anti republicanos, dictadores como el paraguayo Augusto Stroessner, el italiano Benito Mussolini, el venezolano Marcos Pérez Jiménez, el dominicano Rafael Trujillo o el español Francisco Franco.
La victoria del sandinismo y del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) despertó en toda América Latina una oleada de esperanza de que, finalmente, y tras años de dictadura somocista, ese país centroamericano (cuna del brillante poeta Ruben Darío) podría construir una democracia sustentable que le permitiera alcanzar la justicia social en un marco de respeto a las libertades individuales. Lamentablemente, esa posibilidad está cada vez más lejana y eso se debe a que Daniel Ortega se ha transformado en una caricatura del líder revolucionario que ingresó triunfante a la ciudad de Managua hace cuatro décadas. Poco queda de los ideales pregonados en verbo y acción por el líder revolucionario nicaragüense Augusto César Sandino, quien fue asesinado en 1934 por orden de la familia Somoza.
Tras dejar el poder en 1990, Ortega retornó a la presidencia de su país en el año 2007 y se encuentra actualmente transitando su tercer período de gobierno, el cual debería culminar en el año 2022. En una clara muestra de nepotismo impune, la Vicepresidenta es su propia esposa, Rosario Murillo. Mientras tanto, la directora para las Américas de Amnistía Internacional, Erika Guevara Rosas, manifestó en abril del presente año que “es deplorable que las autoridades en Nicaragua sigan reprimiendo a la prensa y violando su derecho a informar. Durante el último año, las valientes personas que se dedican al periodismo y quienes trabajan en los medios de comunicación han enfrentado ataques mientras cubren protestas y han sido hostigados y perseguidos por ejercer su libertad de expresión y hacer su trabajo”. En su intento por acallar las voces de oposición, Ortega ha encarcelado o amenazado periodistas, mientras que otros han tenido que exiliarse por miedo a sufrir el ataque de las fuerzas de la represión oficial, en tanto que diversos medios de prensa que no criticaron al gobierno han sido atacados por fuerzas de seguridad del Estado y grupos parapoliciales.
En su inicio, la revolución sandinista contó con el apoyo de intelectuales nicaragüenses de la talla de Sergio Ramírez, Gioconda Belli o Ernesto Cardenal, quienes hoy critican a viva voz los atropellos que Daniel Ortega, transformado en un cruel dictador, comete diariamente contra sus conciudadanos. En efecto, el escritor, político y abogado Sergio Ramírez, exintegrante del FSLN junto al actual dictador nicaragüense y Vicepresidente de Nicaragua durante el período 1985-1990 señaló hace algunas semanas que “Daniel Ortega tendrá que dejar el poder en Nicaragua porque la noche no se puede prolongar por mucho que uno le haga la fuerza, al amanecer nadie lo puede detener”. La poeta y narradora Gioconda Belli, mientras tanto, ha manifestado que “Ortega ha sido lo peor que le podía haber pasado al sandinismo. Realmente lo ha ensuciado, lo ha contaminado y ha escrito una de las páginas más negras en la historia no solo del sandinismo sino de Nicaragua. Y los ciudadanos estamos dolidos, totalmente asqueados”. El poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, por su parte, quien ocupara el Ministerio de Educación durante los años 1979 y 1988 ha manifestado en varias ocasiones su oposición al régimen de Ortega. En el año 2018 dio a conocer una carta dirigida al dictador nicaragüense, en la cual expresaba lo siguiente: “el gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo cobró la vida del primero de más de 180 nicaragüenses, en su mayoría jóvenes e incluso niños. Hay más de 1.500 heridos, muchos desaparecidos y presos políticos. Estos números aumentan cada día que transcurre Ortega en el poder” (…) señalando que el gobierno había desatado “su estrategia de terror en las calles” y que Ortega y Murillo “no pueden seguir encontrando legitimidad en los movimientos de izquierda a los que con sus actos sin escrúpulos han traicionado. Los héroes y mártires de la revolución sandinista no merecen que su memoria sea manchada por los actos genocidas de un dictador que los traicionó. Las víctimas de Ortega y Murillo merecen justicia”.
A su naturaleza dictatorial, Ortega suma las acusaciones de abuso sexual hacia su hijastra Zoilamerica Narvez, desde que la misma tenía de once años de edad y que se prolongaron por más de dos décadas. Como suele suceder con las víctimas de hechos tan aberrantes y censurables, la hijastra de Ortega sostuvo en el año 1998 que mantuvo “silencio durante todo este tiempo, producto de arraigados temores y confusiones derivadas de diversos tipos de agresiones que me tornaron muy vulnerable y dependiente de mi agresor”. No obstante que muchas organizaciones extranjeras de mujeres han expresado que Ortega es “uno de los grandes violadores de derechos contra las mujeres y de los derechos humanos en general”, resulta llamativo que las feministas uruguayas y las organizaciones de izquierda no han alzado sus voces contra este conocido agresor.
A pesar del repudio que gobierno genera en todo el mundo debido a las sistemáticas violaciones de los derechos humanos y las condenas de diversas organizaciones internacionales, Daniel Ortega no está sólo y cuenta con el apoyo entusiasta de los militantes frenteamplistas que le guardan la misma adoración que profesan a Nicolás Maduro o a Fidel Castro. Prueba irrefutable de ese apoyo es que en el año 2008 la Junta Departamental de Montevideo otorgó a Daniel Ortega nada más y nada menos que el título de Ciudadano Ilustre, distinción que fue entregada en manos propias por el entonces Intendente de Montevideo, Ricardo Erlich. En el editorial del semanario Búsqueda del 8 de junio de 2008 Claudio Paolillo hacía una reflexión sobre este caso que, lamentablemente, hoy mantiene toda su vigencia: “El intendente Ehrlich está a tiempo de enmendar este tremendo error. Excepto que el salvoconducto en que se ha convertido desde hace algunos años definirse como ‘de izquierda’ en América Latina alcance, también, para pasar por alto la discriminación y el abuso contra las mujeres, la violencia doméstica y las violaciones de menores perpetradas por delincuentes sexuales. (Dicho sea de paso, luchar contra esas lacras, ¿no era antes considerado por la izquierda como ‘de izquierda’?)”.
Más allá de los apoyos (explícitos o implícitos) brindados por la izquierda a Daniel Ortega (incluso a través del Foro de San Pablo del cual forma parte el Frente Amplio y que en mayo de este año le manifestó expresamente su apoyo), las mujeres y los hombres nicaragüenses están llamados a transformarse en una nación libre, en la cual pensar diferente deje de ser un delito. Al fin y al cabo ni Daniel Ortega, ni el Foro de San Pablo ni los uruguayos que apoyan ese régimen dictatorial podrán detener la llegada de la democracia y la libertad.