Sin miedo

El proyecto de reforma constitucional denominado “Vivir sin miedo” no alcanzó la cantidad de votos necesarios para ser efectuado. Sin embargo, resultó el “candidato más votado” –a decir de su promotor, Jorge Larrañaga– con 1.120.780 voluntades y por encima de partidos y de proyectos políticos. Ningún presidenciable la apoyó abiertamente y contó con el frontal rechazo de un sinnúmero de organizaciones sociales que participaron activamente en las movilizaciones efectuadas en todo el país.
Triunfó en 14 de los 19 departamentos, incluso algunos gobernados por el Frente Amplio, cuya fuerza política también salió a manifestarse en contra, como Salto (53,7%), Paysandú (50,2%) o Río Negro (52,2%). En las horas siguientes –y fundamentalmente en las redes sociales– se compartió como una victoria, sin darle otra lectura más que la básica y lineal que promocionaron durante la campaña.
La gran duda ahora es saber qué respuesta tendrá tan fuerte mensaje de la ciudadanía. Y allí radican las grandes incógnitas. Porque la reforma no salió, pero el 46,8% de la población reclamó con su voto una solución al problema.
Después, en medio de la polémica, podemos discutir si la ciudadanía que aprobaba la reforma lo hacía motivada por el miedo, la sensación térmica u otra serie de argumentos políticos que estuvieron sobre la mesa cada vez que la inseguridad era un punto de debate. Lo que no se puede ignorar es el resultado ni dejar de comprender que hubo ciudadanos que concurrieron convencidos y motivados por sus propias circunstancias. Es decir, aquel que resultó rapiñado en la calle, o a quien le ingresaron a su casa a robar con destrozos incorporados y todas las connotaciones subjetivas que quieran agregarse.
Pero hubo quienes también lo hicieron por el familiar de alguien que espera justicia o en reclamo hacia la clase dirigente que perdió mucho tiempo en contestarle a la oposición, mientras las cosas pasaban. Y eso no se puede mirar de soslayo.
Si la solución no pasaba por una reforma de la Constitución, ahora deberán resolver “cuál es la forma”, en tanto los colectivos que agitaron usaron eslóganes demasiado básicos para convencer. Fueron quienes, paradójicamente, infundieron miedo y apelaron a un pasado reciente plagado de distorsiones de la historia, pero que supieron usar muy bien como estrategia.
La reforma comprendía la creación de una guardia nacional con 2.000 militares, la posibilidad del allanamiento nocturno con autorización judicial, el cumplimiento efectivo de las penas para determinados delitos y la cadena perpetua revisable para delitos gravísimos. No es correcto el argumento que indicaba que la reforma se instaló para lucrar con votos ni que fue oportunista, de lo contrario son quienes deberían explicar por qué la apoyaron los votantes de todos los partidos. Fueron votantes que, también, demostraron que no siguen a un líder como si fueran rebaño, sino que votan de acuerdo a sus circunstancias y conciencia.
Pero tardarán, además, en entender este mensaje porque tenemos referentes mal acostumbrados a hacer lecturas lineales de los problemas, y por lo tanto a responder al “golpe del balde”. Y solo como ejemplo, pueden citarse la cantidad de iniciativas parlamentarias votadas bajo el influjo de organizaciones sociales afines que presionaron hasta para cambiar el lenguaje y apareció el “todas y todos” que tanto complican a los políticos oficialistas, hasta equivocarse, al momento de dirigirse a su auditorio. Ni qué hablar del “todes” y “les compañeres”.
Sin embargo, el 46,8% de las voluntades estuvo muy lejos de la “corrección política” que nos imponen las minorías patoteras. Quienes votaron a favor también pertenecen a “colectivos” –como les llaman ahora– que han sufrido por las vulneraciones a sus derechos y, aunque no quieran creerlo, permanecen relegados. Porque es un porcentaje que no cree que todo se arregle con educación, sino al contrario, entienden que existen “irrecuperables” que decidieron forjar su propio destino en la delincuencia y porque tampoco todo debe relacionarse con la exclusión. En cualquier caso, hay sobrados ejemplos de ciudadanos que nacieron en condiciones de pobreza y marginalidad pero salieron adelante.
Tampoco es válido el argumento esgrimido en reiteradas ocasiones acerca del miedo impuesto desde los medios de comunicación, tal como si la ciudadanía estuviese integrada por gente sin cerebro incapaces de ver la realidad que los iluminados del gobierno nos muestran.
Pero el viejo dicho asegura que “la culpa nunca llega al suelo”. Es que la inseguridad pasó factura y no el mensaje de nadie. Hace falta autocrítica en este sentido y no únicamente usarla para explicar las razones de una votación menor a la esperada en el oficialismo. Y también, un baño de humildad para reconocer que otros también pueden tener razón, o pensar distinto sin dejar de ser seres pensantes.
Como sea, el resultado de la votación por la reforma constitucional puso el problema de la inseguridad en la cancha de los legisladores y ahora tienen la obligación de hacer algo con eso. Ya no valen las excusas y gane quien gane, no estará Eduardo Bonomi con su mirada sesgada. El espectro político uruguayo deberá negociar para obtener las mayorías parlamentarias porque, al menos en los próximos cinco años, no habrá un partido con la fuerza propia como para hacer lo que quiera. Tal como ocurrió en los últimos tres períodos.
Por eso, la responsabilidad será mayor y será de todos. Solo hay que recordarles que existe un archivo con todo lo dicho, criticado y actuado hasta el momento al que se accede con sencillos buscadores. Y que, en cualquier ocasión, será utilizado “sin miedo” porque así funciona la democracia.