El club de la pelea de la Junta Departamental

También era noviembre. Hace ya seis años, en 2013. En sesión extraordinaria el 29 de ese mes y en ese año, cuando se consideraba solicitarle al entonces presidente José Mujica la condonación de la deuda de la Intendencia con la Dirección General Impositiva por concepto de impuestos correspondientes a los festejos de la 48ª Semana de la Cerveza, que se había desarrollado en marzo de ese año, sucedió.
Una palabra altisonante por aquí, un insulto por allá y pronto un edil (Luis Lopardo del Frente Amplio en aquel caso) le da un golpe de puño a otro (Gustavo Rezzano del Partido Nacional). Mucho más eficiente que el artículo 28 (de comunicación inmediata, que cierra una sesión), se terminó todo y el último que se fue apagó la luz.
En una reunión de comisión el 3 de abril de 2017, mientras debatían sobre la ampliación del presupuesto de la Junta Departamental, otra vez gritos destemplados. Y otra vez la violencia, cuando un edil (Marcelo Tortorella del Partido Nacional) le pegó a otro edil (Jorge Dighiero del Frente Amplio). Y claro, adiós reunión de comisión y derechito a la Seccional 1ª, a denunciar.
No hace mucho, el 14 de setiembre pasado en Colonia, durante el Congreso Nacional de Ediles otra vez el edil Tortorella fue acusado de insultos y agravios al presidente de la Junta de Paysandú, Hermes Pastorini.
El jueves anterior, durante el llamado a sala al intendente Guillermo Caraballo para considerar el estado de la flota de camiones, después que se desprendieran dos ruedas de un recolector no hubo violencia física pero si insultos, gritos y corridas. En la Junta Departamental de Paysandú.
Es cierto, la parte culminante de la elección nacional está muy cerca y probablemente por eso los ánimos están exacerbados, más propensos a la lucha electoral que a cumplir con el rol de edil departamental. Pero ese momento de furia vivido en el plenario fue en realidad una falta de respeto a toda la Junta y por extensión a la ciudadanía que debe representar.
Es cierto, no es la primera vez ni el único lugar donde los ediles se tornan violentos. También que en un mundo tapizado de guerras, explotación, trata de personas, crímenes dentro del hogar, el griterío en el plenario de la Junta tenga menos trascendencia.
También es cierto que en prácticamente todas las juntas departamentales hay enfrentamientos de menor y mayor cuantía. En agosto de 2017 en San José, los ediles Danilo Del Curti del Partido Nacional y Germán González del Frente Amplio se enfrentaron a golpes de puño fuera del edificio de la Junta Departamental. Solo para citar un ejemplo. Pero no hay consuelo de tontos, no sirven en este caso. Es imprescindible comprender la trascendencia de las juntas departamentales, el órgano legislativo de cada departamento, no un gallinero ni un club de boxeo o artes marciales.
La misión de los ediles departamentales es la de legislar, dictar decretos o leyes departamentales y resoluciones a propuesta del intendente o por su propia iniciativa. Los ediles ocupan sus bancas para velar por el respeto a los derechos individuales de los habitantes del departamento y aprobar el presupuesto del gobierno departamental. Asimismo para otorgar concesiones para servicios públicos locales, reglamentar espectáculos, promover la cultura y determinar la nomenclatura de calles y plazas entre otras actividades.
Y más allá de plenarios y comisiones es también el edil quien debe recorrer los barrios para conocer sus realidades, para tratar de darles solución o gestionar ante quien corresponda que se procure el beneficio de los vecinos.
No obstante, hace muchos años que se ha tornado un lugar de enfrentamientos, de ellos contra nosotros. El oficialismo defiende al hombre sentado escalera abajo, en el despacho del Intendente y la oposición reúne todo cuanto puede para atacarlo. Como si las bancadas fueran en realidad murallas, cada uno defiende no siempre el beneficio comunitario sino simplemente el bien partidario. La unidad del partido no se da solo en lo conceptual sino en el hecho que cada voto es imprescindible, por lo que en el acierto o el error, hay que votar en grupo. En manada.
Lo mismo ocurre con las intervenciones, siempre cargadas de ironías o de directos ataques al “otro partido” que precisamente por ser “los otros”, sus integrantes no tienen el beneficio de la certeza ni la razón.
Hechos como los sucedidos hace pocos días demuestran que los propios ediles departamentales no comprenden la esencia de su rol, pues no es a los gritos que se defiende lo que se considera verdad. Si para algo debe servir el recinto del plenario del legislastivo departamental es para el debate, defendiendo ideas, opiniones e intereses. Pero desde el respeto, desde la lealtad institucional que incluye el concepto que en el debate la posición del otro puede en realidad ser la más adecuada, la mejor.
Corresponde al sistema político reconsiderar con seriedad las causas por las cuales frecuentemente se convierte en escenario circense la Junta Departamental. Una de ellas, indudablemente, es que no todos quienes ocupan las bancas están preparados para hacerlo, porque no se trata de poner “punteros” o activistas políticos, sino a vecinos conscientes y decididos a trabajar por el departamento mucho antes que por el partido al que pertenecen.
No se trata de reproducir el juego de Batalla Naval donde lo importante es hundirle los buques a “los otros”. La Junta Departamental debe honrar al departamento a través de sus acciones, de sus proyectos, ideas y resoluciones que se tomen sin color partidario. Claramente es necesaria una preparación previa a la postulación, es imprescindible no solo conocer el Reglamento Interno sino además conocimientos generales que permitan pensar en soluciones a los problemas de los vecinos, que llegan a los ediles como la primera línea de acceso a las autoridades.
La Junta no puede ser un club de la pelea, tiene que ser un recinto que concrete soluciones a la población. Una vez que son electos adquieren un compromiso superior que con el partido al que pertenecen. Porque se espera que ejerzan sus cargos pensando en toda la población.
Tristemente –especialmente en los últimos años– siguen en una lucha de trincheras, método tan obsoleto de ataque y defensa que ha pasado al olvido, menos para los ediles sanduceros. Así les va, más allá que no escarmienten y que sigan en el “ellos contra nosotros” sin temor al ridículo.