Sin el don del “viru viru”

En el último tramo de la campaña electoral hacia la segunda vuelta del domingo 24 de noviembre, no parece fácil ganar las batallas que presentan las noticias falsas o “fake news”. El término, cuya estrategia no es para nada novedosa, comenzó a afianzarse en estos tiempos. Al menos en Uruguay.
El uso y abuso de las redes sociales u otros medios para su difusión tienen consecuencias políticas muy directas en las poblaciones y resalta la falta de alfabetización e intoxicación existentes en las formas de comunicar y convencer. Destaca, además, las dificultades para diferenciar propaganda de información. Y en tiempos electorales, esta problemática se agudiza.
El acceso a las nuevas tecnologías nos abrió un mundo –y como nunca es literal el vocablo– de oportunidades y acercamientos, pero también nos alejó de otras formas tradicionales. La visión crítica y ampliación de conceptos sobre las realidades de nuestras comunidades o países se ciñen y reducen a lo que aparece escrito en Facebook, Twitter o videos en YouTube. Y así, también, transcurren las campañas electorales.
Es más fuerte el contenido emocional de los textos que los hechos en sí mismos y ese aspecto limita el modo de pensar a lo difundido o “viralizado”. Por antonomasia, entonces, existe una tendencia a descreer en lo publicado por otros medios, así como acentúa la falta de un sentido crítico para revisar las posiciones personales.
La autocrítica es una materia pendiente en el actual escenario político uruguayo y el ejemplo debe darse de manera vertical. Si tenemos ministros, como la jerarca de Educación y Cultura, que tratan a sus adversarios como “fachos”, “rosados” o “rosaditos verdosos”, no esperemos que haya una conducta diferente entre los militantes o simpatizantes del partido de gobierno.
Dar vuelta esa conducta en estos momentos es imposible, si bien anunciaron que saldarán a convencer en “cinco minutos” para buscar el “voto a voto” de aquellos desencantados o indecisos.
Los cambios tardíos de estrategias, cuando existe un voluminoso archivo que resulta irresistible, es un intento que no da garantías. Porque, en definitiva, la estrategia que sirve es el “empoderamiento” –otro de los términos acuñados en los últimos años– de los ciudadanos y su acercamiento a los logros para analizar los pasos a seguir en una instancia electoral. Porque el sentido cívico y la tolerancia refuerzan la democracia y es una carrera de largo aliento. Hace cuatro meses que el Partido Nacional presentó denuncias por contenidos difamatorios contra los entonces precandidatos nacionalistas en las internas y, desde esa fecha, la investigación está estancada a la espera de que Facebook y Twitter respondan a los requerimientos de la fiscal Brenda Puppo, a cargo de todas las denuncias sobre fake news. Ambas redes deben brindar información sobre el origen de las cuentas digitales que escribieron los mensajes, pero hasta ahora no hay una respuesta.
Incluso antes, el excandidato colorado Ernesto Talvi denunció una cuenta falsa de WhatsApp que viralizó el contenido falso de un libro publicado por Esteban Leonís donde se ofrecía un pago a quienes asistieran a un acto del dirigente colorado.
Con el paso del tiempo, se sumaron una cuenta de Instagram y una página web que reproduce mensajes políticos sin editores responsables, además de la viralización de un posteo que muestra 40 leyes sociales que presuntamente no votó el candidato a la presidencia por la coalición, Luis Lacalle Pou, cuando era legislador. Un posteo que, claramente, no fue chequeado ni confirmado sino repetido de todas las formas posibles. Porque el confort del pensamiento y la posibilidad de tener razón, aunque solo sean contras, no mide consecuencias.
La expansión del enchastre, más que perjudicar a un candidato, empaña una campaña que impide la reflexión y el debate en condiciones de igualdad y salubridad mental. Porque, en cualquier caso, demuestra desesperación y la mala costumbre de la agresión ante quien piense diferente.
Pero, sobre todo, es emitido con la voluntad deliberada del engaño y muestra el lado oscuro de los personajes en la política. Cuando se cansaron de repetir que “el miedo no es la forma”, como un eslogan contra la reforma denominada “Vivir sin miedo”, hoy apelan a esos cucos que defenestraron durante años para obtener resultados.
Sin embargo, tal como dijo el presidente de la República, Tabaré Vázquez, hay que “apelar a la inteligencia de los uruguayos” y no subestimar el grado de hartazgo que han generado esas formas –muy viejas– de hacer política. La industria de la mentira puede tener resultados, pero siempre serán a corto plazo. Porque la confusión informativa no es huérfana, sino que es hija de la insensatez y eso en la política se nota mucho y se paga caro.
Cualquiera puede decir que sus verdades son las únicas, pero deberá saber que quedará expuesto de la peor manera y como consecuencia, perderá liderazgo. O lo que es peor, una elección.
Por eso la humildad es un valor en sí mismo que, a la larga, pagará con triunfos o con reconocimientos sociales. Lo otro, es lo que vemos últimamente.
Y, como nunca antes, lograron transformar una campaña que era ejemplo en el cono sur americano, en una suerte de enfrentamiento entre buenos y malos, donde lo más costoso es leer la voluntad ciudadana.
Por el contrario, con porfiadez insisten en mezclar argumentos con realidades y salvo algunas excepciones, como el “nuevo” jefe de campaña de Martínez, el intendente de Canelones Yamandú Orsi, reconocen que es un mensaje “fuerte” saber que hubo frenteamplistas que ya no los votan. Y porque, tal como lo reconoce el canario, el “ninguneo” al descontento en el Interior del país ahora se cobra en votos. Y porque ninguno de los dos tiene el don del “viru viru”, al decir del senador electo José Mujica.