Ante un nuevo período parlamentario

Los nuevos legisladores que asumieron el sábado tendrán ante sí varios desafíos. Además del estudio del anteproyecto de ley de Urgente Consideración y el presupuesto nacional que entrará en vigencia al año siguiente, deberán sostener la coherencia de sus discursos. Algunos escuchados en la campaña electoral y otros mientras fueron gobierno durante tres períodos.
Los guiños de la democracia nos permitieron ver nuevamente a José Mujica –el senador más votado de la lista más votada, perteneciente al partido más votado– tomar juramento a los representantes en la Asamblea General. Mientras, aguardamos un acto similar ante la vicepresidenta y el presidente electos, Beatriz Argimón y Luis Lacalle Pou.
Hasta ahora –al menos desde la instalación de la democracia hasta acá–, las lides parlamentarias nos mostraron que tanto diputados como senadores son falibles. Cometen errores por acción u omisión y a pesar de salir entre nosotros, hay algunas situaciones que les cuesta aprender.
En ocasiones han mostrado el lado oscuro de nuestra sociedad que los acunó y, a menudo, volvió permeables a las críticas. Ante los errores que constataba la realidad, lejos de reconocer la equivocación, se encandilaron en sostener un relato que con los años se volvió un dogma. Porque ni la sinceridad brutal ni la humildad para reconocer un yerro aportan votos. Al menos en la política moderna.
Y buscaron la vuelta para explicar lo que resultaba contradictorio con las ideologías fundacionales de una izquierda a la uruguaya, que desde el sábado pasó a ser oposición.
Es en este contexto que Mujica intentó explicar lo inexplicable y esbozó, a modo de ensayo, una catarsis que suelen hacer dirigentes y votantes que no logran convencerse sobre el cambio en la dirección política del país. Aunque el senador más votado no quiera “medio país contra medio país”, hay que avisarle que este –y no otro– es el escenario que queda después de un absolutismo parlamentario.
Este escenario uruguayo planteó una apertura hacia las trasnacionales, como nunca antes, aunque el referente grite que el mundo neoliberal permite el crecimiento ilimitado del consumismo. Es el mismo mundo donde capitalismo, burguesía, oligarquía o imperialismo resultan tan “malas palabras” que alcanza con ver el patrimonio de algunos excandidatos o dirigentes de izquierda para saber que la coherencia no es un valor que atesore nuestra clase política. Porque una gran pregunta queda en el aire: ¿cómo se hace para jugar del otro lado de la cancha cuando uno mismo escribió las reglas?
Dice el gran líder que le da la “impresión” que “el presidente nuevo no confía un carajo en nadie y se mete en todo”, mientras “empieza a haber una confusión que gobernar es mandar, y gobernar no es mandar”.
Justo lo asegura un exadministrador bajo cuyo gobierno pudieron confluir varias visiones de la economía hasta explotar en malas decisiones. Y uno de esos ejemplos es Ancap. O cuando los detalles de las diferencias entre mandar y gobernar quedaron expuestas en un duro intercambio de cartas públicas –porque no utilizaron mecanismos privados– enviados entre Mujica y Astori.
Los pases de factura eran una señal inequívoca de la falta de confianza en la interna y las diferencias existentes en la visión estratégica de un mismo país. En la izquierda saben que “no hay peor astilla que la del mismo palo”. Porque la herencia que dejó a su sucesor, Tabaré Vázquez, fue pesada. A modo de resumen, podemos recordar la construcción de una regasificadora en Puntas de Sayago, el proyecto de minería de gran porte que ahora se dirime en tribunales internacionales, el puerto de agua profundas relacionado con la minera Aratirí, la regulazión del comercio del cannabis para el siguiente presidente que luchó tanto contra el tabaquismo, la llegada del primer grupo de refugiados de Siria que se detuvo por orden de Vázquez en el siguiente período. Después vino aquella frase que aseguraba que “la mejor ley de prensa es la que no existe”, pero su fuerza política la aprobó igual en el Parlamento, a pesar de las advertencias de inconstitucionalidades. La falta de inversiones en infraestructura productiva y rutas, aunque repetía sobre la necesidad de un “apagón logístico” que prometió a poco de asumir. Y así, sucesivamente, hasta llegar a nuestros días.
Con la asunción del nuevo parlamento, varios legisladores reiteraron su rol de “articulador”, para trabajar “del lado de la gente”. Ese no sería el problema. Las dificultades están en ejercer la coherencia de quienes asumirán el gobierno y hasta la semana pasada eran oposición, y de quienes fueron mayoría y ahora pasan al otro lado. Todos tienen sus mochilas cargadas con el bagaje del gobierno y ahora pueden hablar desde ambos lugares.
Pero la coherencia también deberá exigirse a las organizaciones sindicales que, con total libertad, optaron por homenajear a un presidente que permitió la declaración de la esencialidad en la educación, que avaló distintos modos de privatización en el ingreso al Estado, a partir de la instalación de un progresismo que permitió tantas diferencias salariales entre trabajadores y las jerarquías del Estado. Porque mientras invertían en obras suntuosas que se iban largamente por fuera de lo presupuestado, había que escucharles las explicaciones concernientes a los escasos recursos para la educación o la salud. Y todo esto, visto desde el discurso que históricamente sostenía la fuerza política del gobierno saliente.
¿Cómo harán ahora? ¿A quién le reclamarán lo que ellos no hicieron? ¿Quedaron por el camino aquellos conceptos históricos que pretendían crear a un hombre nuevo?
Por eso: coherencia, señores legisladores. Coherencia y más coherencia que los volverán más humildes y cercanos. Es posible entender, de una vez por todas, que esos lugares deben reservarse a los mejores porque no manejan nada propio, sino los destinos del país y, principalmente, los recursos de todos.