Una mejor ciencia

Aunque invisibilizadas en los libros oficiales, las mujeres han estado presentes en la construcción del conocimiento científico desde los orígenes de la ciencia. Sin embargo, aún hoy los estereotipos de géneros, así como la supervivencia de prácticas patriarcales continúan relegándolas, manteniéndolas alejadas de profesiones que son requeridas en la actualidad y tienen buen futuro o manteniéndolas con una participación notoriamente menor que sus pares profesionales hombres.
Actualmente, menos del 30% de las investigadoras del mundo son mujeres, mientras que aproximadamente el mismo porcentaje de estudiantes de educación terciaria eligen carreras en las áreas de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Aunque es una cifra que parecería exagerada, en su informe Anual de Brecha Global, el Foro Económico Mundial consideró que tendrán que pasar 257 años para que hombres y mujeres tengan las mismas oportunidades económicas dado que se trata de un tema en el que no solo influye el dinero, sino también aspectos culturales que tienen que ver con cuestiones como la educación, la salud y el poder político en los distintos países.
La desigualdad se manifiesta de formas muy visibles –por ejemplo, solo 85 países han contado con una jefa de Estado en los últimos 50 años– y de otras mucho más sutiles que se expresan en diferentes aspectos de la vida personal, laboral e institucional. Por ejemplo, aunque en general son más niñas y mujeres las que continúan su educación, son las menos numerosas en las disciplinas vinculadas a las ciencias como la tecnología, ingeniería y matemáticas.
En 2019 Unesco publicó un informe –“Descifrar las claves: la educación de las mujeres y las niñas en materia de tecnología, ingeniería y matemáticas” (STEM, por sus siglas en inglés)– en el cual concluye que únicamente el 35% de los estudiantes matriculados en las carreras vinculadas de estas áreas en la educación superior son mujeres, pero el porcentaje varía notoriamente dentro de las diferentes especialidades. Por ejemplo, solo el 3% de las estudiantes de la educación superior eligen realizar estudios en el ámbito de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC).
Sin embargo, el estudio –realizado en Argentina, Brasil, Chile y México– indica que entre las 20 habilidades más demandadas por los empleadores, la mitad están vinculadas directamente con el desarrollo de tecnología. En tanto, se espera que las profesiones relacionadas a la estadística, el desarrollo de software y las matemáticas crezcan entre un 30 y 34% para el 2026.
Actualmente 1.700 investigadoras e investigadores uruguayos que en su mayoría trabajan en la UdelaR, el Instituto Clemente Estable, Instituto Pasteur o el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria, forman parte del Sistema Nacional de Investigadores creado en 2007 por la Agencia Nacional de Investigadores (ANII) quien destina recursos a proyectos de distintas áreas.
La radicación de núcleos universitarios de investigación en el Interior asociados a denominados Polos de Desarrollo Universitario de la UdelaR –de los cuales existen varios en Paysandú– en el marco de la descentralización universitaria encarada en los últimos años, así como la incorporación de la UTEC a la enseñanza superior, han contribuido a asentar núcleos de investigación en el Interior generando la masa crítica necesaria para investigación básica, pero también a temas asociados a las dinámicas locales y al sector productivo, lo que representa un aporte valioso y necesario favoreciendo además el retorno de investigadores uruguayos que estaban radicados en el exterior.
Las mujeres están presentes en este conglomerado de investigadores uruguayos pero son sólo el 24% de las personas empleadas en áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, mientras que en la educación, apenas el 31% de los investigadores en las áreas de ingeniería y tecnología son mujeres, según datos de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación. Además, en forma similar a lo que ocurre en otros países del mundo, ese porcentaje disminuye a aproximadamente un 10% cuando se observan los niveles más avanzados de la carrera científica.
Más allá de la inequidad social y académica que esto significa deberíamos preguntarnos qué consecuencias tiene para generación de conocimiento científico la supervivencia de prácticas y sesgos androcéntricos en el corazón mismo de la investigación.
En este sentido las epistemologías feministas –ya sea las ubicadas hacia el feminismo de la igualdad o de la diferencia– coinciden que la exclusión de la mujer tiene consecuencias sobre el conocimiento y lo que se hace con él. Como plantea la filósofa argentina Diana Maffía, la invisibilización o expulsión de la mujer en el ámbito de la ciencia da origen a una doble pérdida: por un lado impide o dificulta la participación de las mujeres en las comunidades epistémicas que construyen y legitiman el conocimiento y, por otro, prescinde de las cualidades consideradas femeninas de esa construcción.
El pasado martes se conmemoró el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia por Resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas. En nuestro país diversas actividades fueron realizadas en distintas instituciones con un gran protagonismo de mujeres de diferentes facultades de la Universidad de la República en Montevideo y el Interior, incluido Paysandú, donde se desarrolló un primer desayuno científico con mujeres dedicadas a esta actividad en el marco de un llamado global, para poner el tema en la agenda pública, y dar visibilidad a las científicas de cada lugar.
Evidentemente, la participación de la mujer en la ciencia y la igualdad de género son esenciales para alcanzar los objetivos de desarrollo de los países y, fundamentalmente, para hacer una mejor ciencia. Sin embargo, a pesar de los pasos dados en ese sentido, aún cuesta mucho cambiar dado el privilegio histórico de los hombres sobre las mujeres que, en diferentes ámbitos, ha generado relaciones desiguales de poder que se traducen en inequidades de género. Por eso resulta preocupante que los países confíen su desarrollo social y económico al progreso científico y la innovación, pero las mujeres continúan luchando contra las barreras, inequidades y el famoso “techo de cristal” en áreas y sectores en los que se encuentran carreras y campos laborales directamente relacionados con el desarrollo actual y los empleos del futuro.