Que no nos alcance el pánico

Uruguay está a la altura de las circunstancias. El Poder Ejecutivo decretó una emergencia sanitaria con cierre parcial de fronteras, suspensión de las clases tanto en centros educativos públicos como privados y de espectáculos públicos por dos semanas. El Poder Judicial se declaró en “feria judicial sanitaria” y las intendencias cancelaron sus programas de actividades y fiestas populares. Los trabajadores que atraviesen por una cuarentena obligatoria ingresarán al sistema de subsidio por enfermedad, luego de la aprobación de la propuesta presentada por el Ministerio de Trabajo.
Pero no alcanza si no hay una conciencia en la población a ese mismo nivel. El coronavirus nos globaliza y traspasa las fronteras. Es un virus que afecta a los adultos y personas mayores, por lo tanto la solidaridad jugará un papel importante.
A pesar de las campañas de información y concientización divulgadas por los medios masivos, las redes sociales con sus usuarios cómodamente sentados frente a una pantalla, deberán resolver de qué lado ubicarse.
Porque, para mitigar los efectos negativos de un virus global que cambiará las rutinas familiares, es imprescindible actuar con responsabilidad. La reiteración de noticias falsas o rumores en una comunidad pequeña genera temor en vez de conciencia y la capacidad de escuchar será la delgada diferencia entre la madurez y la desesperación.
El viernes de tarde, tras conocerse los primeros cuatro casos de coronavirus, la población –fundamentalmente en Montevideo y área metropolitana– se agolpó en las grandes superficies para hacer acopio de alimentos. Como si fuera el último día. Incluso las sucursales de estos locales en el Interior alertaron a la población sobre un consumo responsable y garantizaron que no habrá desabastecimiento.
Porque hasta ahora no hay una ciudad en cuarentena, como ocurre en Italia. De hecho, el Ministerio de Salud Pública resolvió finalmente no cerrar las fronteras en Salto, donde unas doscientas personas se encuentran en cuarentena pero en estado asintomático.
Sin embargo, ya no es posible conseguir alcohol en gel y la Cámara Uruguaya de Farmacias y Afines resolvió la venta acotada del producto a dos unidades por persona. Algo similar ocurre con los barbijos, sobre los cuales se expidió la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las personas que no tienen síntomas respiratorios “no requieren una máscara médica, ya que no hay evidencia disponible sobre su utilidad para proteger a personas no enfermas”, señala.
Es decir que no es una medida efectiva de prevención, sino específicamente en el caso de presentar los síntomas ya difundidos por las autoridades sanitarias. La OMS alertó ante el “miedo infundado” al adoptar medidas que “pueden generar el efecto contrario al deseado”.
A fines de febrero los escribió en su cuenta de Twitter, el director de Salud de Estados Unidos, Jerome Adams: “En serio, gente, ¡dejen de comprar barbijos! No son efectivos para evitar que el público general se contagie de coronavirus pero, si los proveedores de atención sanitaria no pueden conseguirlos para atender a los pacientes enfermos, eso los pone en peligro a ellos y a las comunidades”.
Con las compras masivas que se observan a nivel general, el personal afectado a determinadas tareas no tiene chances para protegerse. Y ahí, nuevamente, fallará la conciencia ciudadana.
Las medidas son bastante más simples: permanecer en los hogares en caso de tener síntomas y reiterar la higiene de manos con agua y jabón. No es posible desproteger al personal sanitario, a causa de un nerviosismo colectivo por un virus que en Uruguay estará controlado a partir de las medidas adoptadas.
Porque eso ya ocurrió el China. La falta de insumos sanitarios provocó el contagio y posterior muerte de trabajadores técnicos afectados a la atención de pacientes con coronavirus. El gigante asiático reconvirtió otras fábricas –de pañales o celulares– para fabricar elementos de protección. O en Corea del Sur, que fabrica diez millones de máscaras diarias y no alcanzan.
De lo contrario, los gobiernos adoptan medidas antipáticas contra una población que entiende el mensaje pero colectiviza sus temores. Alemania y Rusia prohibieron las exportaciones de materiales médicos, el gobierno de Francia requisará la producción de máscaras para destinarla al personal sanitario y a los pacientes con el virus.
Tanto a nivel social como sanitario, existe una mayor cantidad de muertes por otras causas. Y allí podemos mencionar los siniestros de tránsito, los femicidios, homicidios o las enfermedades no transmisibles, como las afecciones cardíacas o las oncológicas. Pero ahora hablamos de una patología con elevado nivel de contagio y para la cual aún no existe una vacuna. Por esta razón es que los gobiernos activan sus protocolos y adoptan medidas rápidas para evitar el riesgo mayor, que es el colapso de sus sistemas sanitarios.
Porque una correcta atención a la salud debe alcanzar a todos y cuando llega ese extremo, no es posible sostener el equilibrio sanitario. Es lo que ocurre en Italia, donde los casos se incrementan día a día y no alcanzan las camas ni el personal sanitario para la atención de la totalidad de los pacientes.
Uruguay no corre con ventaja, porque tiene una población envejecida. Por eso importa controlar y diagnosticar a tiempo para evitar la aparición de varios casos a la vez. Y un factor preocupante en esta ecuación es la disponibilidad de camas por habitante, que no es una característica a favor en nuestro país.
Es una realidad que muchas rutinas familiares cambiarán a partir de este lunes, pero no hay otra salida. Es “desensillar hasta que aclare”, a pesar de las consecuencias económicas que repercutirán en fuentes laborales y cadenas de pago. Porque el pánico y la “manija” no son buenos compañeros de viaje. Por eso, es necesario elevarse para que no nos alcance la desesperación y, en lo posible, tampoco el coronavirus.