Un cambio necesario en la educación

Durante el discurso de asunción del presidente Luis Lacalle Pou, el estado de la educación en Uruguay fue uno de los temas particularmente abordados desde un punto de vista crítico. Allí anunció el cambio en la gobernanza del sistema, luego de un “período de retroceso”, a partir de la cantidad de jóvenes que culmina la enseñanza media.
Además está contenido en la Ley de Urgente Consideración que hoy firmarán sus ministros. Al menos uno de cada siete artículos refiere a este tema y refleja la preocupación existente ante los resultados que revelan un panorama complicado.
Mientras los sindicatos de la educación amagan con paros o movilizaciones, las pruebas PISA y Aristas señalaron que al cierre del año pasado, cuatro de cada diez jóvenes termina a tiempo el bachillerato y, además, muestra las dificultades en el aprendizaje de matemática y lengua. Un problema que se profundiza en los quintiles más bajos, de acuerdo a los informes que eran oficiales en el gobierno anterior.
Por lo tanto, la realidad no estaba maquillada ni exagerada. La reforma de la educación no se hizo realidad, a pesar de las promesas electorales. Al igual que “la madre de todas las reformas”. Es que parece difícil hincarle el diente a lugares que son comunes a todos los uruguayos, pero que permanecen gobernados por feudos con poder para resolver cuándo y cómo llevar adelante las transformaciones necesarias para un Estado moderno.
Porque, contrariamente, esos lugares permanecen anquilosados y cada vez que un gobernante pretendía una reforma, allí estaba la traba en la puerta. Y así pasaron, incluso, los tres gobiernos “amigos” de los sindicatos. Así que, podemos suponer, que ahora traspasar esa puerta será aún más difícil.
Mientras los sindicatos discuten por la “libertad de cátedra”, “pérdida de autonomía” o “independencia técnica”, con la pretensión de que esos asuntos queden instalados en la opinión pública como un tema colectivo, los resultados académicos nos señalan que perdimos tiempo.
Sin transformaciones en los planes y programas de estudio, no es posible mejorar la calidad de los aprendizajes para una generación 4.0, a la que le costará su resinserción en el mundo del trabajo, cada vez más apegado a las nuevas tecnologías. Y libre de la memorización de conceptos.
Porque la educación uruguaya adolece de extraedad, ausentismo docente, sobrecarga laboral y una brecha que persiste entre la salida de la escuela y el ingreso al liceo. Uno de estos puntos lo confirmaba el Monitor Liceal 2017, al precisar que el 21,2% de los alumnos que ingresaron a Secundaria aquel año tenía más de 13 años. Guatemala, Honduras, Nicaragua y Uruguay tienen la menor tasa de egreso en América Latina y el Caribe.
Y en Primaria, el informe Aristas revelaba que siete de cada diez escolares de tercer año no reconocían “elementos básicos de la situación de enunciación” en un texto, así como “deducir el significado de palabras o expresiones a partir del contexto”, con la excepción de que se encuentren en lugares “muy destacados”. Y la comunicación es un elemento básico para vivir.
El docente “taxi” persiste y el sistema anterior no trabajó para conseguir su permanencia en un solo lugar para obtener un mayor grado de pertenencia y relcionamiento con una comunidad educativa y sus especificidades. Fundamentalmente en ese “cuello de botella” instalado en la educación media.
Mientras los sindicatos tienen la última palabra, ha sido notoria la falta de liderazgo político y técnico que encaucen los cambios necesarios para mejorar una problemática que se reitera desde hace tiempo. Por lo tanto, las soluciones –antes que técnicas– deben ser políticas y en algunos casos de apariencia antipática, para desactivar paradigmas porfiados que arrojan los mismos resultados en la educación.
Y a pesar del énfasis otorgado a la noticia, no es novedoso el incremento en la matrícula de niños que ingresaron al sistema educativo. Ese total de 334.000 que superó a años anteriores se explica por el efecto migratorio, que no solo se registra en nuestro país sino en la región, además del traspaso de las instituciones privadas a las públicas por distintas razones.
En la educación primaria permanecen las diferencias de propuestas entre las escuelas urbanas y las rurales, algunas de las cuales cuentan con muy pocos niños. Las actividades físicas, campamentos educativos o la enseñanza de idiomas, en ocasiones, construyen una brecha dentro de un mismo sistema público y universal.
Esos factores también tienen que ver con la desigualdad de los aprendizajes, y aunque son de urgente resolución, los referentes políticos de la educación cerraron el período anterior con un diagnóstico a destiempo. Porque, precisamente, tuvieron tiempo y mayorías para resolver sobre un tema que aún analizan con una mirada al futuro.
Un capítulo aparte merece la crisis de valores, situaciones de violencia e indisciplina o enfrentamientos con los referentes familiares, que potencian el enfriamiento de las relaciones humanas en el aula y una tirantez innecesaria en instituciones que deberían ser los referentes en la comunidad. Pero, mientras prevalece el “no toquen nada”, los centros educativos –en general– son lugares de asistencia a niños o adolescentes que probablemente no tuvieron un plato de comida sobre su mesa, o un abrigo en invierno o una palabra de comprensión en cualquier momento del día. Porque en definitiva, el CAIF contiene, la escuela primaria alimenta y enseña –aunque el hogar no eduque lo suficiente–, y el liceo muestra que el camino al conocimiento es una puerta de salida a mejores oportunidades.
Por eso, los argumentos que apuntan a la “mercantilización” en la educación que está apremiada por una reforma que presiona al país desde el exterior, con la mira puesta en la fabricación de robots en vez de personas, es tan reiterada como inverosímil.
La realidad es más porfiada que las elucubraciones y nos muestra que aquellos resultados –oficiales hasta el 29 de febrero– son pésimos para el nivel de desarrollo que requiere nuestro país. Y para que entendamos, de una buena vez, que los niños y adolescentes en este país no son “el futuro”, sino el presente.