¿Cómo será la actividad cultural en la “nueva normalidad”?

Llamar “nueva” a la normalidad desacredita tanto al adjetivo como al sustantivo. Pero no queda otra que acostumbrarse. Es improbable que cuando llegue esa “nueva normalidad” lo haga para quedarse más allá de dos, quizás tres años. Pero todo indica que hasta que la pandemia del coronavirus no acabe habrá que memorizar algún que otro contrasentido. La nueva normalidad obliga. En tanto, la humanidad espera por una vacuna que ponga a esta enfermedad –como a tantas otras– bajo control.
Al principio del confinamiento –voluntario en caso de Uruguay, obligatorio en varios países–, todos pensábamos en un día después en el que retomaríamos nuestras vidas en el mismo punto en el que las dejamos en marzo. Un buen asado entre amigos o quizás varias rondas de cerveza apretujados como antes en la barra. Una suerte del Día de la Liberación, pero sin banderas ni soldados.
No han pasado ni dos meses y ya hemos renunciado a esa fantasía de grito de libertad y la hemos sustituido por esa “nueva normalidad” llena de incertidumbres e incongruencias que afectan al sistema económico en general, con la pérdida de decenas de miles de puestos de trabajo, por ahora la mayoría de manera temporal, bajo el paraguas del seguro de paro.
Pero la gastronomía, las fiestas con todos sus sectores asociados, la cerveza artesanal, cines, teatros y bailes, los artistas, los deportes y los deportistas profesionales, la publicidad, los carritos de comida rápida, entre otros rubros se vieron especialmente golpeados por acciones que hemos adquirido en este corto tiempo, como el distanciamiento social, limpieza frecuente de manos (con agua y jabón o desinfectadas con alcohol en gel), y el uso del barbijo. Y por acciones que hemos abandonado, como abrazos, compartir el mate, concurrir en familia a realizar compras, utilizar paseos públicos, sentarnos junto a otras personas.
En el caso de la cultura en general claramente se enfrenta a desafíos de muy difícil solución. El teatro en particular es uno de los que más sufre. Incluso en aquellos casos en que se trate de elencos no profesionales, esto es que no reciben remuneración por su talento y esfuerzo. Lo hacen con la misma seriedad que los profesionales, pero de manera amateur.
No solamente porque –según los ejemplos de protocolos que ahora mismo se están redactando en otras partes del mundo para ponerlos en práctica en un par de meses– la taquilla se reducirá entre un 50% y 70%. Esto quiere decir que los ingresos se reducirán en los mismos porcentajes, pero no –como mínimo– los gastos de producción y servicios. A los elencos profesionales hay que sumarles por supuesto los contratos de artistas.
Tampoco porque habrá un sobrecosto en alcohol en gel, tapabocas para los espectadores que no lleven y hasta termómetros para medir la temperatura corporal.
El problema fundamental será vencer el miedo a volver a permitir tener nuestros cuerpos junto a otros. La desconfianza nos ha sido inyectada en menos de dos meses. Cuándo recuperaremos la confianza es otra de las incógnitas que la nueva normalidad no responde.
De hecho, ¿resultará seguro que los actores se acerquen a menos de dos metros en escena? Puede pensarse que la solución está en aplicar tests al personal. Pero, ¿con qué frecuencia? Porque la persona que un día no resulte positiva al coronavirus podrá resultarlo mañana. ¿Deberá ir a cuarentena todo el elenco mientras dure la temporada?
Y así como ocurre con el teatro pasa con los cines, las salas de concierto, las multipropósito, las salas de baile y más. Entre esto último, aunque falta más de cuatro meses, el Encuentro con el Patriarca, que reúne miles de personas provenientes de todas partes del país en un lugar donde resultaría muy difícil la distancia social. Ni qué decir de ver a los jinetes cabalgando con tapabocas. Y limpiando sus manos con alcohol en gel cada pocos kilómetros.
Con la misma lógica de un concierto multitudinario, esta tradicional reunión criolla parece pender de un hilo, porque aunque Uruguay controla hasta ahora la propagación de la COVID-19 resulta improbable que se autoricen en el corto y mediano plazo reuniones como esta. Mucho más cerca, resulta también difícil llevar adelante los festejos de la ciudad, dentro de un mes.
La una y la otra son celebraciones que marcan en las últimas décadas la identidad sanducera. Pero una molécula de proteína recubierta de una capa de grasa puede más.
En el sector musical decenas de orquestas acostumbradas a tener varios “toques” por semana han quedado sin trabajo. Salvo excepciones tampoco estaban preparadas para semejante parate. Para ellos el futuro parece más oscuro aun y se alinea con la dificultad de reunir a miles de personas en el Encuentro.
Por un lado los conciertos multitudinarios –si se sigue lo que piden los especialistas en el mundo– no volverán por meses. Y con los bailes puede ocurrir algo similar a los teatros. Si se reduce la cantidad de personas que pueden concurrir, la financiación será imposible, excepto claro que haya un gran aumento en el costo de las entradas. Lo que de todas formas haría que concurra muy poca gente.
Ni qué hablar del deporte profesional, porque estadios sin aficionados es igual a no tener ingresos y son estos los que pagan los salarios de las grandes estrellas como de los deportistas que recién se inician.
El sistema pay per view puede ser una opción, pero una butaca en un estadio siempre es mucho más cara, además de que se movilizan otros sectores como el transporte, la gastronomía y hasta la hotelería.
La nueva normalidad no ha llegado –y depende del nivel de propagación cuando lo hará– más allá que de manera paulatina comienzan a abrirse algunos resquicios de actividad. El sector gastronómico trata de encontrar la forma de mantener rentable el negocio con un tercio de comensales; quienes organizan eventos buscan la forma de hacer una fiesta “de 15” o un casamiento.
Y la cultura, que es muy cierto que no muere porque es lo que identifica y transforma a la sociedad, se enfrenta a incertidumbre similar. Nuestro desafío como comunidad mundial es dominar este virus, en el menor tiempo posible, con una vacuna que esté disponible para todos y no solamente para quienes habitan en los países más poderosos. Esto es, dejar atrás la nueva normalidad y volver a la normalidad, que es la que deseamos. Para que la cultura –por caso– pueda volver a ser un espectáculo de masas y objeto de debate público y apasionado.