La polémica lo acompaña

En medio de la expansión del COVID-19 por todo el país, de récords de infectados y de muertos, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, relanzó esta semana su campaña para la reelección en las elecciones que tendrá lugar el primer martes de noviembre. Como suele suceder, sus movimientos generaron polémica, más allá del bajo número de asistentes que hubo en ese acto en Tulsa, Oklahoma.
Trump ofreció este mitin, que debía reposicionarlo en su imagen, en una ciudad que fue escenario de uno de los peores episodios de violencia racial en 1921, algo que enfureció a los residentes negros de la ciudad. En medio de las tensiones raciales derivadas en numerosas protestas contra la brutalidad policial por el asesinato de George Floyd, bajo custodia policial en Mineápolis, la presencia del mandatario en esa urbe no hace más que extender la brecha en esta enorme nación.
Es que Tulsa no es menor. Es una gran herida abierta para los afroamericanos. Aquella masacre ocurrió entre el 31 de mayo y el 1º de junio de 1921, cuando multitudes de blancos atacaron a residentes y negocios negros del distrito de Greenwood de esta ciudad. Se le ha llamado el peor incidente de violencia racial en la historia de Estados Unidos: el brutal ataque incluyó aviones privados y destruyó más de 35 bloques cuadrados del distrito, que en ese entonces se lo consideraba como la comunidad negra más rica del país, conocida como “Black Wall Street”.
El saldo: 36 muertos –26 negros y 10 blancos–, aunque hay estimaciones que elevan el número entre 75 y 100; más de 800 personas ingresadas en hospitales y unos 6.000 residentes negros internados en otras instalaciones.
Por eso, la presencia de Trump generó resquemores entre los negros que viven en Tulsa, y que haya sido la ciudad elegida por el presidente para relanzar su candidatura para la reelección a la presidencia. Es lo que tiene el populismo –sin importar su afiliación ideológica–, se vale de movimientos provocadores, de movidas insensibles, con tal de fortalecer su guarida y sus votantes. Polarizar para mostrarse más fuerte y, en la división, gobernar. Y ganar.
La pandemia del coronavirus también ha expuesto al populismo, en todas sus formas. En los países que padecen este modo de hacer política, el COVID-19 se ha expandido con mayor rapidez y las medidas se han mostrado insuficientes. Así como Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Andrés López Obrador en México, Alberto Fernández en Argentina y, ni que hablar, Nicolás Maduro en Venezuela.
Volviendo al acto en Tulsa, celebrado en un estadio cerrado –incluso suspendieron un encuentro al aire libre–, dejó tela para cortar y puso al mandatario estadounidense en una complicación a futuro. “El domingo (pasado) todavía se estaba diseccionando qué era exactamente lo que había salido mal. Pero un amplio grupo de asesores y asociados reconocieron entre sí que Trump no ha sido capaz de alejar la opinión pública de los temores sobre la propagación del coronavirus en espacios interiores. Y reconocieron que las innumerables encuestas que muestran la posición erosionada de Trump no eran falsas, y que quizás esté en camino de perder ante el ex vicepresidente Joe Biden, el presunto nominado demócrata, en noviembre”, analizó el diario The New York Times.
Además, se alerta que hay rispideces entre los asesores de campaña de Trump y los consejeros de la Casa Blanca, lo que hace que difícilmente el presidente pueda generar algún gran evento, algún baño de multitudes como en el pasado. La campaña esperaba que el acto en Tulsa fuera un relanzamiento después de la caída del presidente en las encuestas tras los fracasos de su gobierno en la respuesta al coronavirus y después de avivar las tensiones raciales.
Al mismo tiempo, una buena para Trump, aunque, por supuesto, polémica. El Tribunal Supremo de Estados Unidos reforzó la capacidad del gobierno del presidente para deportar rápidamente a indocumentados, al concluir que los solicitantes de asilo no pueden recurrir a cortes federales si se les niega ese amparo nada más ser detenidos.
La decisión, que en la práctica limita los derechos legales de miles de indocumentados que llegan a la frontera sur y de algunos que ya están dentro de Estados Unidos, concedió una victoria a Trump apenas una semana después de que el Supremo le propinara un revés en el caso de los jóvenes indocumentados conocidos como “soñadores”.
La sentencia da aliento a la larga campaña de Trump para coartar el derecho de los indocumentados de solicitar asilo en Estados Unidos, y confirma la tendencia del Tribunal Supremo a respaldar esa estrategia: en marzo, la corte dejó en pie el programa que envía a miles de migrantes a México a esperar sus citas ante jueces de migración.
El presidente Trump gobierna para un sector de su país, el que lo vota, el que piensa que lo sacará a flote cuando llegue la hora de la verdad. Para eso, todo vale, parece ser el mensaje.