Las respuestas ante la destrucción de empleos

Con margen de cauteloso optimismo respecto a la duración y evolución de la pandemia, surge desde ya un cúmulo de interrogantes teñidas de honda incertidumbre: el mundo después del coronavirus, el que aventó muchas de las presuntas certezas que teníamos en nuestro país y el mundo, sobre lo que se tejen también todo tipo de presunciones y miradas, con mayor o menor asidero, de acuerdo al optimismo de cada uno o incluso de la visión ideológica de quien la formule.
Hay hasta quienes auguran, con un dejo de esperanza y expectativa el fin del capitalismo como tal, como si alguien hubiera imaginado o mucho menos aún desarrollado algo alternativo, más allá de los fracasos estridentes, y muy costosos en vidas, en calidad de vida, en pérdida de libertades y situaciones traumáticas, como ha sido el caso de los regímenes colectivistas como el de la ex Unión Soviética y sus satélites, arrasados por los mismos pueblos que sufrieron las dictaduras.
También hay quienes se animan a decir que por lo menos el mundo será distinto y esto sí es posible, lo que no quiere decir necesariamente que vaya a ser mejor, más allá de ciertos cuidados que se adopten especialmente inmediatamente después de la pandemia. Tampoco hay garantías de que el nuevo escenario, en caso de ser así, resulte sostenible en el tiempo a medida que vayan desapareciendo los efectos y hasta el recuerdo marcado de la situación traumática.
Lo que sí es irrefutable es que la pandemia ha destruido empleos indiscriminadamente en prácticamente todo el mundo, tanto en las naciones que más han sufrido el embate del COVID-19 como las que han tenido un impacto marginal, por la caída en la demanda de productos y bienes –con el turismo como el principal perjudicado– y por interacción con un sinnúmero de actividades.
Este enorme impacto social, de acuerdo a la Organización Mundial del Trabajo (OIT), se estima entre otros aspectos en la pérdida de más de 300 millones de empleos en el segundo semestre, como consecuencia fundamentalmente de las medidas de freno a las economías aplicadas por los respectivos gobiernos abrumados por esta realidad, y es así que el común denominador, con muy pocas excepciones, es una ola de despidos, quiebras, retaceo de inversiones y gran incertidumbre para lo que queda del año, dependiendo naturalmente de que no surja una nueva oleada y las precauciones que inevitablemente deberán adoptarse como regla o protocolos a nivel mundial para que no se repitan situaciones como las que estamos viviendo.
Difícilmente, además, haya una recuperación en “V” de la economía: cierto optimismo inicial ha dado paso a esperar que se dé más bien una recuperación lenta, condicionada por la eventualidad de nuevas oleadas hasta tanto se pueda erradicar o reducir un mínimo la amenaza del virus.
En tren de especulaciones con mayor asidero, tenemos que entre los sectores que tendrán una evolución muy lenta figura el de los servicios, sobre todo el turismo, afectado por pérdidas de las que será muy difícil recuperarse en el relativo corto plazo, en tanto en otras áreas hay mejores expectativas. Igualmente todo indica que se extenderá la recesión por varios meses, por lo menos antes de que la economía se recupere, con caídas y recuperaciones alternadas, en un nivel igualmente deprimido respecto al escenario del mundo prepandemia.
El último informe de la OIT sobre el panorama global, además de indicar que el mundo perderá más de trescientos millones de puestos de trabajo, estima que en América Latina se perderán 14 millones de empleos. Una cifra inédita desde que se llevan las estadísticas de empleo.
A su vez la Organización Mundial de Comercio OCDE prevé que el PBI del planeta se contraerá en un 6% y el FMI pronostica que en América Latina ese indicador alcanzará una reducción de casi al 10%, para ubicarnos en números en la magnitud del pozo desde el que se habrá de encarar el proceso de recuperación.
Acerca de cómo viene la mano en nuestro país, que es además es altamente vulnerable a los vaivenes internacionales, sin dudas que más allá de las medidas y condiciones endógenas, en gran medida acertadas al no entrar en una cuarentena total como promovían el expresidente Tabaré Vázquez y el Sindicato Médico del Uruguay, que hubiera paralizado al país, la recuperación dependerá de la evolución global, lo que no quiere decir que no se deba encarar un proceso inteligente y adecuado a las circunstancias desde adentro.
Pero el punto de partida no será nada fácil, porque asimismo no debe olvidarse que el gobierno que asumió el poder el 1º de marzo encontró un país con las cuentas públicas en rojo, con un déficit fiscal del orden del 5 por ciento del PBI y con actividad económica en declive, creciente desempleo y serios problemas en las empresas de prácticamente todas las actividades.
Tras el golpe de la pandemia, en los meses de abril y mayo casi doscientos mil trabajadores están en seguro de paro y desde el mismo día en que estalló la pandemia se produjo, de manera simultánea, una avalancha al seguro de paro que determinó que en la última quincena de marzo se hayan presentado más de ochenta mil solicitudes y alrededor de noventa mil en el mes de abril.
Por otra parte, la Encuesta de Hogares del INE indicó que en marzo se redujo en 6% la cantidad de personas ocupadas en todo el país, y todo indica que este proceso se fue agudizando.
Para el ministro de Trabajo y Seguridad Social, Dr. Pablo Mieres, “el punto neurálgico ya llegó y se supone que estamos en etapa de reactivación si no hay un rebrote importante. El BPS tiene un déficit brutal por jubilaciones. Aunque yo digo que son 100 millones de dólares más que venimos pagando, es todo incremento del déficit fiscal. Es parte de lo que el Ministerio de Economía con buen criterio metió en una bolsa, para que se distinga con claridad: el Fondo Coronavirus”, en tanto destacó que ello permite distinguir dónde está el gasto ordinario y dónde están los gastos extraordinarios producto de la pandemia. Esto está bueno para presentar ante los organismos de crédito y las calificadoras de riesgo”.
El punto es que de las personas enviadas al Seguro por Desempleo, 82.000 tienen vencimiento de este beneficio en la segunda quincena de julio y otros 100.000 en agosto, lo que implica la necesidad de adecuarse a la situación mediante una nueva flexibilización que permita que el trabajador no sufra una desvinculación definitiva de su empleo, para lo que es además preciso incentivar a la empresa para que pueda capear el temporal sin tener que desprenderse del recurso humano. Este es un gran dilema cuya dilucidación no debe esperar, porque más allá de medidas inteligentes o a tono con la situación se requieren medios para llevarlas a cabo, para lo que se necesita contar con recursos que actualmente el país no tiene.
Es preciso incorporar el motor de arranque, la inyección de recursos en los sectores clave que captan empleo y dinamizan la economía, que también terminan moviendo el sector servicios, que es el que más tardará en despegar, porque no es posible tener un ajuste automático en la recuperación de los puestos de trabajo que dependen de terceros.
Y para ello será fundamental dar el paso para disponer de los recursos de créditos internacionales que están disponibles, con el objetivo de que se atiendan los proyectos de creación de empleos genuinos estratégicamente evaluados para que sean puntal de la recuperación. Este es el gran desafío inmediato, en una coyuntura para la que nadie tiene la receta mágica en un mundo todavía tambaleante ante la magnitud del impacto.