Argentina en modo Argentina

Qué difícil parece ser todo en Argentina. Qué complicado resulta ver este país, tan rico y con tantos recursos, en el camino del verdadero crecimiento. En una actitud de permanente “autoboicot”, los gobernantes argentinos hacen todo lo opuesto al bien común, así uno tras otro, sin solución de continuidad. No importa el partido político ni la ideología: a los bandazos, van cambiando de rumbo tirando todo a la basura cualquier cosa que hubiera hecho el anterior. Con el enfrentamiento constante como premisa. Con el afán de suprimir al otro. Sin políticas de Estado.
La crisis generada por la pandemia del coronavirus COVID-19 ha dejado aun más expuesta esta tendencia a la autodestrucción. De cuarentenas en cuarentenas obligatorias, el gobierno de Alberto Fernández no ha logrado frenar los contagios y es una de las naciones del mundo con peor desempeño en ese sentido. Al mismo tiempo, la economía –que ya venía muy maltrecha– se ha resentido a niveles alarmantes, lo que ha incluido la salida de importantes empresas extranjeras.
La última movida sucedió días pasados. Es que la posición de Argentina en los mercados globales volvió a estar en riesgo después de que esta semana –el martes 15– restringió aún más el acceso a dólares para proteger sus reservas internacionales, un movimiento que, según analistas, afectará a su muy necesaria recuperación económica e inversión.
El Banco Central de Argentina fortaleció el martes pasado el denominado “cepo cambiario” al agregar un impuesto del 35% a las personas que usan su cupo de compra de hasta 200 dólares por mes, y los pagos con tarjeta en el exterior se incluirían en ese cupo. También limitó el acceso corporativo a divisas.
“Las nuevas medidas ponen al descubierto la precaria situación del banco, con reservas netas de moneda extranjera que han caído a unos 6.800 millones de dólares, incluidas las tenencias de oro, según una estimación de JP Morgan, a pesar del control sobre el mercado de cambios establecido en 2019”, indicó un informe de la agencia Reuters. “Muestra desesperación total”, dijo, de su lado, Agustín Monteverde, economista de la consultora Massot/Monteverde & Asociados en Buenos Aires. “Se acaban de poner un cartel en el pecho que dice ‘estoy fundido’”, agrega.
Para la consultora LCG, el “endurecimiento del cepo no garantiza que el Banco Central no siga perdiendo reservas e incluso lo puede acelerar” debido a que un inversor que no quiere tomar riesgos “en un contexto de incertidumbre” puede intentar adelantar la cobertura en dólares.
JP Morgan dijo en un reporte que se trataba de Argentina “pateando la pelota hacia adelante”, una metáfora que tanto utilizamos y que resulta de lo más gráfica. “En total, vemos en estas medidas una política temporal que no aborda los factores detrás del desequilibrio monetario, al tiempo que pone en peligro el ritmo de una ya tímida recuperación de la actividad posterior al COVID-19”, señaló.
Ahora, en Argentina, donde históricamente la moneda estadounidense ha sido valor de refugio ante la debilidad del peso, el “cepo” no es nuevo: existió durante el gobierno de Cristina Fernández (2007-2015), desde octubre de 2011 hasta enero de 2016, cuando el recién asumido Ejecutivo de Mauricio Macri lo levantó, para reinstaurarlo en setiembre de 2019, en medio de severas tormentas cambiarias.
Argentina se encamina a una contracción económica del 12% este año, el tercer año consecutivo de recesión, y apenas está emergiendo desde su novena cesación de pagos al reestructurar casi 110.000 millones de dólares en deuda en moneda extranjera. En estos momentos le llegó el turno al Fondo Monetario Internacional para renegociar los pagos de unos 40.000 millones de dólares que vencen en los próximos años.
En una análisis de fines de abril –cuando la pandemia entraba fuerte por estos pagos– la prestigiosa publicación The Economist alertaba acerca de lo que se arreciaba sobre Argentina. El clima en la Casa Rosada, el palacio presidencial, es severo. La Argentina podría estar camino de su noveno default. “Entre la pandemia y la deuda, ahora quizás el default parece un doble perjuicio (…). Las consecuencias de un default serían terribles. El PBI presionado por el bloqueo de la cuarentena, se reduciría a más del 5,7% pronosticado por el FMI para este año y el peso se hundiría y elevaría aún más la inflación. El desempleo y la pobreza también se irían por las nubes, pese a que existe una gran una historia de defaults en el país”, aseveró la revista británica.
Este panorama parece ser una constante en la historia argentina. Como en una calesita, la situación se repite una y otra vez, agravándose en cada movimiento. Más deuda, más desempleo, más pobreza, más corrupción, más desasosiego ciudadano. La crisis por la pandemia del coronavirus dejó al desnudo todos, pero todos, los problemas estructurales de un país que podría ser un gran país en todo sentido. La decisión del martes pasado es fiel reflejo de la realidad argentina, de hacer las cosas como no se deben. Es un escapar hacia delante constantemente, para darse otra vez, en cualquier momento, contra la pared. Como siempre, Uruguay deberá estar atento a la jugada. Siempre, de algún modo, nos afecta lo que sucede del otro lado del charco.