Recientemente el subsecretario de Turismo, Remo Monzeglio, ha vuelto a incurrir –haciéndose eco de intereses de empresarios salteños del sector turístico– en el error de poner en contraposición el proyecto Corredor Pájaros Pintados con el éxito de los centros termales. Una contraposición que no solo es una falsa oposición, sino que además parece fruto de un infantil sentimiento que nace de una supuesta pérdida de protagonismo frente a un enfoque turístico más abarcativo, que considera dentro de la oferta otras propuestas, otros actores y que, por supuesto, tiene otro derrame en la comunidad. Pero no. Parece que el gobierno desea que los turistas lleguen a la región, se alojen en un hotel y se regresen por donde vinieron, contra la propia prédica ministerial, que habla del fomento del turismo ecológico y rural, donde el visitante encuentre espacio y aire libre, en lugar de hacinarse en los spa o las salas de juego.
Entendámonos, no vamos a pretender enseñarle nada sobre turismo a un hombre que ha dedicado su vida a ese sector, que es una referencia a nivel nacional e internacional, pero a esta altura no se justifica la obsesión que tiene por derrumbar lo poco o mucho que se construyó durante el período pasado y que le cambió la vida a muchos vecinos de la región. Es que si se trata de un problema con el nombre, porque de alguna forma se asocia a un sector político, debiera considerar el jerarca que el proyecto en cuestión se desarrolló durante un gobierno nacional liderado por el Frente Amplio, es cierto, pero de las seis intendencias (Artigas, Salto, Paysandú, Río Negro, Soriano y Colonia) que formaron parte, la mitad las condujo el Partido Nacional y hoy la relación en esos gobiernos es de 5 a 1.
La pandemia ha tenido un impacto tremendo en el sector turístico y la apertura a la circulación interna ha permitido amortiguar resultados que por mitad de año aparecían como potencialmente catastróficos. Hemos visto como en Montevideo cierran grandes y prestigiosos hoteles –incluso “5 estrellas”– y otros se reconvierten en modalidades novedosas. El futuro del turismo asociado a la circulación de cruceros es hoy una gran incógnita que solo se develará cuando la inmunidad esté suficientemente extendida como para que el público vuelva a sentirse seguro para viajar de esa forma –muchos recordarán la terrorífica experiencia del Greg Mortimer–, y hay que ver cómo se supera el impacto económico que tendrá todo esto. Algo parecido ocurre con esos enormes hoteles cuya propuesta consiste en tener a sus huéspedes todo el tiempo dentro, cuando el turista actual está cada vez más ávido de salir a buscar nuevas aventuras para compartir a través de la gran vidriera actual, que son las redes sociales. ¿Quién va a elegir publicar en su historia de Instagram la sala de juegos o el restaurant del hotel, cuando puede tener una selfie navegando en un velero por río Uruguay, desembarcando en alguna de las islas de la desembocadura del Queguay o desde un kayak entre la mayor reserva de monte indígena del país.
Colón, aquí enfrente, apenas cruzando el río, es un gran ejemplo de cómo pequeños desarrollos potencian al gran destino turístico, sumando oferta complementaria en San José, Villa Elisa, Palmares, etcétera. Todos estos lugares quedan más lejos de Colón que cruzar el río hasta Paysandú, que históricamente ha soñado con captar una décima parte del turismo bonaerense que llega a Colón. Ahí tiene algo en qué trabajar el Ministerio de Turismo, en cómo hacer que uno de los costos de peajes más caro del mundo se interponga como un muro en medio del puente y permita que nuestra ciudad capte algo de ese movimiento turístico.
Eso es más realista que soñar con ser Cancún, y mejoraría sustancialmente el panorama de este lado. ¿Que hay que corregir y mejorar en muchos aspectos? No nos cabe la mínima duda, y en ello también ayudó el Corredor Pájaros Pintados. ¿Que hubo cosas que se podrían haber hecho de otra manera? También, y si se constata que más que errores han habido problemas que puedan ser penalmente perseguibles, no dudamos que los mismos serán dilucidados en los escritorios que corresponda. Pero con todo ello encima, le pese a quien le pese, no se puede dejar de admitir que el turismo ha cambiado y está cambiando y que el concepto de región es más adecuado a la realidad de hoy que el de un establecimiento que sea capaz de ofrecer todo lo que una persona, o más, una familia, espera de sus vacaciones. La gente se mueve y se mueve mucho.
Ya sería ponernos demasiado pretenciosos, pero, no vendría siendo hora también de, por lo menos en materia turística, comenzar a hacer realidad aquella vieja promesa del Mercosur. Están ya amarillentos y acercándose a sus tres décadas los papeles en los que se firmó el anhelo de la unión aduanera que garantizara la libre circulación de bienes y personas. Cuánto mejor sería la oferta entorno al río Uruguay si se considerara la infraestructura, la oferta en general y las experiencias (gastronómicas, culturales, históricas, de naturaleza, y hasta los centros termales, por qué no) existentes a ambas márgenes.
Pero claro, no nos puede llamar la atención cuando a veces presenciamos discusiones entre montevideanos sobre si el capitalinísimo barrio de Villa Española queda o no en la “loma del kinoto”.