Un acuerdo a la espera de Biden

Un asunto fue el desvelo de las potencias occidentales, al igual que de Israel, durante muchos años y que últimamente ha salido nuevamente a la palestra con fuerza: el programa nuclear de Irán. Del que se teme, por estos lados, que tiene fines bélicos, en tanto el régimen de Teherán asegura que solo persigue objetivos pacíficos, como la de la generación energética.
Con el tiempo, y con las presiones internacionales de por medio, se llegó a un acuerdo en torno al plan nuclear iraní. De esto ya pasaron cinco años. De cualquier modo, Irán no ha hecho bien los deberes y ha dado pasos que ponen en serio riesgo este entendimiento. Mientras tanto, se espera que con la asunción de Joseph Biden, el miércoles, como presidente de Estados Unidos, las cosas puedan volver a encaminarse.
El acuerdo, conocido como JCPOA en sus siglas en inglés, entró en vigor el 16 de enero de 2016, seis meses después de su firma en Viena entre Irán y seis grandes potencias (Estados Unidos, Rusia, China, Francia, el Reino Unido y Alemania).
Con el objetivo de impedir que Teherán desarrollase la bomba nuclear, el JCPOA limitó el programa atómico iraní a cambio del levantamiento de las sanciones internacionales, pero la retirada unilateral de Washington en 2018 –con Donald Trump a la cabeza– lo dejó en la cuerda floja.
El pacto resulta necesario no solo para la paz de Medio Oriente, sino la de todo el planeta. Aunque el gobierno iraní sea de poco fiar, no queda otra que avanzar en la diplomacia: que Teherán haga bien los deberes y que Estados Unidos también, regresando al JCPOA con otra actitud. En esto depende del levantamiento de las sanciones, que nunca se fueron del todo.
Por este motivo, ni lerdos ni perezosos, los iraníes siguieron adelante con sus proyectos nucleares y a reducir en cuanto podían los compromisos de aquel acuerdo. Algunas de las medidas adoptadas fueron el enriquecimiento de uranio a una pureza mayor de lo permitido y el uso de centrifugadoras avanzadas.
A principio de año se supo que Irán comenzó a inyectar gas en las centrifugadoras de la planta de Fordow para enriquecer uranio a una pureza del 20%, en una clara violación del acuerdo nuclear de 2015. El portavoz del gobierno iraní, Alí Rabií, explicó entonces que el proceso de inyección de gas en las centrifugadoras comenzó “hace unas horas” tras la orden del presidente, Hasan Rohani, para implementar una reciente ley aprobada por el Parlamento. O sea, está en marcha. Los iraníes ya no disimulan, esto está clarísimo.
Conforme al JCPOA, Irán no puede enriquecer uranio a un nivel superior al 3,67%. Teherán ya superó en 2019 ese límite de pureza máxima, pero solo hasta un 4,5%. No obstante, el 20% de enriquecimiento sigue estando muy por debajo del 90% necesario para desarrollar una bomba nuclear. Pero todo requiere un principio, y las sospechas siguen ahí, que mantienen en vilo al mundo. Además, la movida de Irán vino precedida por el asesinato en noviembre pasado del destacado científico iraní Mohsen Fajrizadeh, considerado por Occidente e Israel el responsable del supuesto antiguo programa secreto persa para desarrollar armas nucleares.
La avanzada también se dio en el Parlamento iraní, dominado por los conservadores, que ordenó emplear al menos a 1.000 centrifugadoras avanzadas en la instalación de Natanz, en otra vulneración del JCPOA, que solo permite a Irán usar las de primera generación, y limitar las inspecciones del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA).
Ante esta tensión, el resto de firmantes del pacto nuclear, en especial los tres países europeos, ven en la administración de Biden una chispa de esperanza para salvar el histórico acuerdo. Y por cierto que lo es. El presidente entrante de Estados Unidos tiene otra impronta que su predecesor, el inefable Trump, que parecía estropear todo lo que tocaba. Con un estilo más ameno –el de Biden–, no debe faltar tampoco la firmeza ante un régimen como el de Irán que gusta dar puñaladas por la espalda.
La llegada de Biden a la Casa Blanca es una oportunidad para un cambio de aire que comparte el analista del Centro de Estudios Estratégicos de Oriente Medio de Teherán, Ardeshir Pashang, quien destacó que el nuevo presidente, como vicepresidente de Barack Obama, fue “miembro del equipo que creía en eliminar las tensiones con Irán y llegar a un acuerdo”.
Puede que en el corto plazo, con el nuevo panorama, se reduzcan las presiones sobre Irán, más allá de que un eventual retorno de Estados Unidos al pacto y el levantamiento de las sanciones lleven su tiempo, según los expertos. A todo eso sobrevendrán imposiciones de condiciones, sin lugar a dudas. Esto siempre ha sido así y así es como funciona.
Irán asegura e insiste que, pese a las piedras que ha puesto en el camino y a las violaciones del JCPOA, tiene la voluntad de revertir el camino desandado. Eso sí, suele aclarar que todo ha sido culpa de Estados Unidos, lo que en buena parte es cierto. También es cierto el constante cinismo iraní, punto a tener en cuenta cada vez.
Lo que puede complicar todo, como suele suceder, es el derramamiento de sangre. Y ha habido una guerra encubierta entorno al programa nuclear iraní. Al menos cuatro científicos vinculados al programa nuclear iraní fueron asesinados entre 2010 y 2012 y un quinto fue gravemente herido en otro ataque. Y hace poco sucedió lo del científico Fajrizadeh. Convencer de este modo resulta más que complicado. Todos deberán poner de su parte, no es un tema menor. Veremos qué sucede con Biden.