El ejemplo entrerriano

Ya es todo un deporte nacional el criticar a los argentinos comparándolos con nuestra supuesta superioridad. Somos más serios, somos más cumplidores, somos más ordenados, más democráticos, más civilizados, más cultos, más sensibles y muchas virtudes más que nos convierten en una especie de santos impolutos al lado de la frivolidad, chabacanería y falta de pudor de quienes habitan el otro lado del Río de la Plata. Aunque generalmente hacemos una gran diferencia entre regiones, y enseguida aclaramos que en general ese “argentino” se refiere al porteño de pura cepa, ese medio fanfarrón, bullicioso y medio “chanta” que tanto daño le ha hecho a la imagen del país en todo el mundo. Porque “la gente del interior de la Argentina es distinta, son más parecidos a nosotros”. De hecho somos casi iguales a los entrerrianos; hablamos igual, tenemos los mismos dichos, similares costumbres y forma de vivir.
Pero los argentinos no siempre reaccionan tan livianamente cuando sienten que algo pueda perjudicarlos de alguna forma, aunque sea en forma colateral. Y en ese caso la reacción es la de una manada de depredadores enfrentando un enemigo en común. Tengan o no tengan razón, irán hasta el hueso, lo defenderán con su sangre y ya no desde un punto de vista racional, sino más bien pasional. Es así que el dulce de leche, el Tango y Gardel ¡son argentinos! Nos guste o no, ellos han sabido defender estas posiciones en el mundo mejor que nosotros, y por más que el propio Zorzal Criollo haya confesado que nació en Tacuarembó, y que la Tacita del Plata hasta aportó el Himno del Tango como es La Cumparsita, los argentinos han logrado que esas marcas en el todo el planeta se asocien a su país, y no al nuestro.
También pudimos comprobarlo en el conflicto por las pasteras, donde los hermanos entrerrianos llegaron mucho más lejos de lo que cualquier uruguayo hubiese siquiera soñado en una situación así. O antes con las Malvinas, tras una guerra a la que fueron de la mano de un dictador que usó una causa histórica de los argentinos para agitar nacionalismos pasionales y unir al pueblo en una causa común, cuando su gobierno se desmoronaba.
Sin llegar a los radicalismos de esos años oscuros, que tanto daño le hicieron a las relaciones entre uruguayos y entrerrianos, la pandemia del COVID-19 ha puesto de manifiesto una vez más cómo juega el localismo en el corazón del argentino de acá nomás, del otro lado del río.
Porque en este mundo tan conectado y viviendo a una distancia mínima como vivimos de la provincia de Entre Ríos, que por aquí se sepa, comente y publique la difícil situación por la que están pasando –que no es diferente a lo que sucede acá, vale aclarar– automáticamente hace saltar el nervio defensivo de una buena parte de la ciudadanía colonense. Y como nada une tanto a dos contrincantes que el ser atacado por un tercero, cuando el argentino ve que un dato que, por más veraz que sea, lo pueda llegar a perjudicar de alguna manera, ahí es cuando se termina la famosa “grieta” que los divide y se ve una reacción en bloque en defensa de la imagen supuestamente dañada.
Esto, que puede verse como una especie de chauvinismo y que también hemos sabido criticar hasta el hartazgo los uruguayos puede ser también otra cosa.
Que los datos alarmantes sobre los contagios y muertes por coronavirus en Entre Ríos circulen entre nosotros es una consecuencia de la actual comunicación que automáticamente nos ofrece datos y cifras que tal vez antes se ocultaban mejor. Datos y cifras que, de manera directa, golpean a uno de los negocios que más ha sabido explotar la vecina orilla: el turismo. De ahí que el simple e innegable derecho a la información sea visto como un ataque al sustento de gran parte de la población argentina más cercana a nosotros. Porque lo es en realidad. No de nuestra parte, como algunos han querido ver, sino de la misma realidad.
Pero lo más rescatable de esta forma de actuar es cómo han salido al unísono a defender lo que consideran un derecho de todos por igual; el derecho a trabajar en una industria –en este caso, la turística– que beneficia a todos por igual, no importa de qué lado de la línea política estén. ¿Es esto una consecuencia de la pandemia? No, no lo es. Porque si revisando la Historia argentina se pueden encontrar muchos momentos en los que el enfrenamiento rebasó los límites de lo humanamente tolerable, también se pueden encontrar aquellos en los que defendían sus industrias a sabiendas de la fuente de trabajo que eran.
Algo lógico puede decir quien lee, y tendrá razón. Pero la pregunta es ¿nosotros hacemos lo mismo? ¿Nos entristecemos cuando las industrias locales cierran? ¿Nos alegramos cuando abren? ¿Las defendemos como un patrimonio de supervivencia? O antes de dar cualquiera de esos pasos nos fijamos quiénes son los dueños, a qué partido pertenecen, cuánta fortuna tienen, cuánto han ganado con ese negocio, entre un sinfín de etcéteras.
Porque pocos podrán negar que, cuando han cerrado algunas empresas locales, gran parte de nuestra población, en vez de verlo como algo malo, ha llegado hasta a disfrutarlo. Y de las pocas que sobreviven, los mismos de siempre –que cada vez son más, lamentablemente—parecen buscar la forma de que sigan el mismo camino, ya sea porque supuetamente “no cuidan al personal”, pagan poco, contaminan, emiten olores desagradables de vez en cuando, son ruidosas, rompen los pavimentos de las calles, circulan con cargas pesadas en zonas pobladas –desconociendo que estaban allí desde antes que se poblaran–; todos los perjuicios que puede generar una industria funcionando. ¡Si no es como me gusta, que cierren, que se fundan todas!, parece ser la consigna.
Es bastante brutal ponerlo de esa manera pero ¿de qué forma se puede entender? Es toda una forma de vivir y pensar que no hace más que hacer daño. Daño hacia afuera y hacia dentro.
Mientras tanto, el progreso sigue sus propias reglas y, al igual que si del destino se tratara, irá a buscar siempre mentes más abiertas donde poder desarrollarse. Ver siempre el vaso medio vacío y pensar que así deben ser las cosas, por lo menos mientras todos los que nos rodean nunca lo puedan llenar es una mentalidad ciertamente mezquina que no aporta absolutamente nada. O aporta un conformismo que lo único que produce es una desidia que difícilmente vaya a producir algo de aquí para adelante.
Quizás tendríamos que mirar un poco más al otro lado del río. Sin dudas que el COVID-19 azota con igual dureza allá que acá, y nuestros hermanos entrerrianos sufren las muertes de sus seres queridos de igual forma que nosotros por la pandemia. Pero la prioridad no está solo en superar la ola de contagios, también es mantener el motor de la economía funcionando todo lo posible. Y en eso está todo el pueblo alineado, sin matices.