Un tratado con China, con rosas y espinas

La decisión del gobierno uruguayo de continuar avanzando en un Tratado de Libre Comercio (TLC) con China, aunque todavía muy verde y en etapa de gestación para un futuro no muy inmediato, ha causado una diversidad de argumentos en favor y en contra. No solo en lo interno, sino sobre todo en el Mercosur, acuerdo regional que sigue paralizado, sin haber suscripto tratados preferenciales con ningún otro bloque en el mundo, y por lo tanto en una perspectiva permanente de mirada hacia adentro y no de proyección de apertura.
Estas breves consideraciones iniciales bastarían para inferir que lo menos se debería intentar cambiar la mirada y considerar que suscribir un acuerdo con el gigante asiático sería una opción digna de explorar. Aunque cuando se avanza en esta dirección se pisan callos y las reacciones varían de acuerdo a la visión e interés de cada país o sector, porque no todos tienen las mismas aspiraciones ni intereses.

En lo que hace al bloque regional, que hasta ahora no ha satisfecho las esperanzas que se habían depositado inicialmente en cuanto a su repercusión, la idea del presidente Luis Lacalle Pou es de avanzar en un TLC con China con o sin Mercosur, pero a la vez reclamando comprensión y flexibilidad del bloque. Es que, como dijera el expresidente José Mujica, no “se la llevan” Argentina y Paraguay, en tanto Brasil se mantendría en una posición ambigua y nunca se sabe hacia dónde va a salir.
El punto es que además de expresar la determinación de Uruguay de continuar negociando el TLC con China, en la reciente Cumbre del Mercosur el mandatario uruguayo advirtió a los otros países miembros del grupo regional que la apuesta de este gobierno es ir a más.

Asimismo consideró que el plan es que mientras dure la presidencia pro tempore del bloque, que Uruguay ejerce desde la semana anterior, la idea es avanzar en los acuerdos que el bloque regional tiene pendiente desde hace ya muchos años, como el que se negocia con la Unión Europea, en eterna negociación que nunca se termina de materializar.
En cuanto a un TLC con Estados Unidos, las perspectivas son inciertas y poco estimulantes, sobre todo porque su actual presidente Joe Biden tiene un perfil proteccionista y la situación mundial tras la pandemia y la invasión rusa a Ucrania es un freno sustancial para avanzar en estos acuerdos. Como si no pasara nada, cuando hay una inflación mundial histórica y los precios de las materias primas tienen altas y bajas significativas, tras situarse en un techo prácticamente inédito. Otra perspectiva para Uruguay es avanzar en un acuerdo con Turquía, de modesta proyección en principio, pero siempre con el resquemor de los socios mayores del Mercosur en el sentido de que también pueda significar abrir una puerta de entrada para que otras economías avancen sobre la región.

Pero, con región o sin región, un país pequeño y de mercado interno mínimo como Uruguay debe abrirse al mundo y aventar proteccionismos a ultranza que en otras décadas solo han traído rezago tecnológico e ineficiencia, como regla general. Debemos buscar mercados para nuestros productos de exportación que permitan el ingreso de divisas y mejorar la calidad de vida, así como inyectar recursos en una economía muy vulnerable y altamente dependiente de los avatares internacionales.

Evidentemente está fuera de toda discusión que el gran beneficiado, desde el punto de vista sectorial en un TLC con China, sería el agro, productor de materias primas que actualmente están en una fase de precios altos, pero que a su vez necesitan contar con la posibilidad de ingresar con aranceles preferenciales en los grandes mercados, donde deben competir con producciones de otros países que sí tienen en vigencia tratados preferenciales y que por lo tanto cuentan con grandes ventajas para competir con mejores precios.
Así, además de la consabida postura del Pit Cnt de rechazar abiertamente cualquier tratado que signifique innovar sobre lo que existe, hay argumentos contrapuestos en los sectores empresariales sobre lo que podría esperarse de un tratado de esta proyección.

De una compulsa de El Observador a través del suplemento Café y Negocios, surge que para la industria cárnica la oportunidad más inmediata de un acuerdo con China reside en la desgravación progresiva que va hacia el arancel cero. Indicaron empresarios que este es un camino que han recorrido otros proveedores con China, como es el caso de Australia y Nueva Zelanda, a la vez que subrayan que Uruguay paga por aranceles unos 150 millones de dólares en el mercado chino.
A la vez, desde la industria láctea se considera que debe apoyarse un avance hacia la firma de un tratado con el gigante asiático, recordando que el principal competidor de la industria, Nueva Zelanda, ya tiene una cuota libre de arancel con China y que ello trae aparejado dificultades para la industria uruguaya del sector.

En cambio, representantes de la industria siderúrgica, como es el caso de otras industrias que tienen alto valor agregado, un proceso de esta naturaleza debe estar acompañado de políticas públicas que permitan otra posibilidad de competir, poniendo énfasis en los altos costos locales, incluyendo el tipo de cambio, el costo de la energía y de la mano de obra, proyectado en dólares hacia el exterior.
En la misma línea, pero en una posición más vulnerable, desde la industria textil se señala que hay mucho para perder en un acuerdo de esta naturaleza con China, teniendo en cuenta que en este momento la balanza comercial es deficitaria con ese país, y que todo lo que se le puede vender al país asiático se le está vendiendo, por lo que es muy dudoso, por decir lo menos, que a través de un TLC se puedan mejorar estas ventas.
Entienden asimismo los industriales que en un sector tan afectado como el textil, si llegan productos más accesibles, sobre todo en materia de confección, las consecuencias podrían ser devastadoras.

Es decir, cada uno opina según cómo le va en la feria, como dice el refrán, pero de lo que no cabe dudas es que dentro de una visión teórica de que abrirse al mundo siempre es lo mejor, a la larga, en caso de que finalmente Uruguay pueda firmar con o sin Mercosur un acuerdo de estas características, hay que hilar muy fino y analizar cuidadosamente los elementos en juego.
Como en todo acuerdo de ida y vuelta, se debe apostar a un proceso de transición en el que los potenciales perjudicados tengan tiempo de adaptarse al proceso, pero a la vez contemplando beneficios y perjuicios en la globalidad, ante la asimetría entre las fortalezas y debilidades internas por sector, lo que no es una tarea fácil para ningún gobierno, ya sea individualmente o como bloque regional.