Problemas del corazón

La principal causa de muerte de las mujeres uruguayas no es el cáncer, ni los accidentes de tránsito ni tampoco la violencia de género: son los problemas del corazón, las enfermedades cardiovasculares. La situación es compleja porque, en primer lugar ellas mismas no lo perciben así y, por otra parte, en muchos casos se trata de dolencias de difícil diagnóstico en las que, en ocasiones, el sesgo de género también juega en contra.
Las enfermedades cardiovasculares representan el principal problema de salud de las mujeres en el mundo occidental y son responsables de la muerte de casi 9 millones de mujeres en todo el mundo, según la Federación Mundial del Corazón.

En Uruguay, según datos de la Comisión Honoraria para la Salud Cardiovascular, ocurrieron 8.300 muertes por enfermedades cardiovasculares en 2019, lo cual corresponde al 25,4% del total de defunciones. Esta misma patología fue la primera causa de muerte en mujeres, afectando a 4.402 mujeres ese año con una tasa de 241,9 por cien mil habitantes, seguida del cáncer. En los hombres, en cambio las enfermedades cardiovasculares tienen menor incidencia como causa de muerte que entre las mujeres (3.898 hombres) y son la segunda causa de muerte (227,8 por cien mil habitantes), después del cáncer.
A pesar de esto, un estudio realizado por investigadores uruguayos –publicado el año pasado en la Revista Uruguaya de Cardiología– concluye que a pesar de ser la principal causa de muerte de las mujeres uruguayas, existe una baja percepción respecto a la incidencia de las enfermedades cardiovasculares y también brechas de edad, situación socioeconómica e incluso, diferencias de acuerdo a la región del país donde viven.

Cuando a las participantes del estudio que da origen a la publicación se les solicitó que identificaran el principal problema de salud en base a un listado de 12 patologías, el cáncer lideró el ranking con un 51%, seguido por las enfermedades psiquiátricas (11%), las enfermedades cardiovasculares (10%) y los accidentes cardiovasculares (2%). Al preguntarles cuál de 15 patologías consideraban la principal causa de muerte, el cáncer también fue nombrado en primer lugar (46%) seguido de la muerte violenta/homicidio (30%), desplazando a las enfermedades cardiovasculares y accidentes cardiovasculares al tercer lugar (18%).
Las causas de estas percepciones erróneas en la forma cómo las mujeres uruguayas entienden los riesgos cardiovasculares pueden ser varias, pero sin duda estamos frente a un problema significativo que deberíamos estar atendiendo en mejor forma.

Si tenemos en cuenta que actualmente la salud ya no se define como la ausencia de enfermedad, sino como un estado de “perfecto (completo) bienestar físico, mental y social” (OMS), la forma en que las personas perciben su estado de salud se vuelve relevante en el bienestar en la medida que percepciones inadecuadas pueden incidir tanto en consultas y diagnósticos tardíos como en muertes que podrían ser evitables.
A veces las mujeres no son diagnosticadas con enfermedad cardíaca con la misma celeridad que los hombres, y pueden desarrollar enfermedades silenciosas o síntomas diferentes a los hombres y más difíciles de diagnosticar. En este sentido, se debe tener en cuenta que si bien el 80% de las mujeres ha ido al médico en el último año, la consulta cardiológica alcanza porcentajes menores al 6% y, por otra parte, de acuerdo al estudio antes mencionado, los médicos informan poco sobre tema.

En medicina, el sesgo de género se expresa tanto en la investigación médica como en la práctica clínica –dado que se retroalimentan– y puede definirse como las diferencias de trato que da la medicina a hombres y mujeres.
La consecuencia de tomar al hombre como referente del ser humano es un fuerte y antiguo sesgo de género en el sector de la salud y uno de los que existe mayor evidencia es, justamente, el relacionado con la salud cardiovascular.

La salud de mujeres y hombres es distinta y las enfermedades pueden surgir y desarrollarse con diferentes síntomas para unos y otras, por lo que el diagnóstico y tratamiento puede requerir ser específico y diferente en cada caso.

No solo la práctica sino también la propia investigación científica médica puede estar sesgada y, en particular, en el área cardiovascular lo ha estado durante mucho tiempo. Por ejemplo, los ensayos clínicos que se realizan para comprobar la seguridad y eficacia de tratamientos y fármacos se han hecho mayoritariamente con hombres y animales macho. En este sentido, cabe señalar que hasta bastante entrada la década de los años ‘90, las mujeres escasamente participaban en investigaciones de riesgo cardiovascular.
Según investigaciones sustentadas en diferentes artículos científicos, el sesgo de género en la patología cardiovascular genera diferencias de abordaje que resultan perjudiciales para las mujeres, que reciben diagnósticos tardíos y son tratadas y sometidas a intervenciones preventivas de forma menos agresiva que los hombres a pesar de la mayor mortalidad cardiovascular femenina. También se considera sesgo en la praxis clínica a la deslegitimación sistemática de las quejas sintomáticas de las mujeres en razón de su género, que suelen conducir a diagnósticos tardíos o infradiagnósticos.
En definitiva, por negligencias o desconocimientos propios y ajenos sobre el conocimiento disponible de estas enfermedades y sus formas de enfermar y sanar, las mujeres tienen mayores posibilidades de salir perjudicadas.

Es por eso que los sesgos en la investigación y praxis médica implican una paradoja en relación a la pretensión de medicina basada en evidencia. A su vez, al investigar estos temas de salud el conocimiento y la información científica también están sujetos al diseño metodológico y la calidad del proceso de investigación, razón por la cual también en ese ámbito es necesario evitar los sesgos que puedan presentarse.

En definitiva, las perspectivas de género también son relevantes a la hora de hacer investigación científica y práctica clínica y si bien en los últimos años han habido avances, las estadísticas y las percepciones indican claramente que aún queda mucho por hacer en el ámbito de la medicina y la salud pública para evitar disminución de calidad de vida y muertes innecesarias. En este sentido, una tarea ineludible es seguir informando y concientizando en forma sistemática a las mujeres sobre las características y los riesgos de las enfermedades cardiovasculares para sí mismas.