Solicitada: La “peste bíblica” que nos abruma se globalizó por la falta de libertad que impera en china

Entre fines de enero y el mes de febrero del 2020, habían trascendido algunos datos dignos de recordar. La Universidad de Southampton sugería que el número de casos de COVID-19 en China pudo haber sido reducido en un 86% si se hubieran tomado medidas acertadas en el tiempo preciso.
Y “Reporteros sin Fronteras” (RSF) difundió un informe(*) sobre la falta de libertad general y de prensa en particular, impuesta por las autoridades del régimen comunista chino mediante control y censuraa los médicos y los medios de difusión para no informar al pueblo sobre la enfermedad en desarrollo.
Si el régimen chino no hubiese aplastado la libertad, la gente hubiera sabido mucho antes sobre la grave epidemia que les caía encima y se hubieran salvado miles de vidas y evitado la magnitud planetaria que alcanzó este flagelo.

Entre las medidas restrictivas ordenadas desde Beijing estuvo la obligación a la red social WeChat (que es el WhatsApp chino) controlada por el gobierno, a suprimir palabras claves que aludieran al brote epidémico. En el mismo momento ese gobierno daba cuenta a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la aparición de una neumonía de origen desconocido. Pero el origen ya había sido identificado y pasó diciembre sin dar la información respecto a la cantidad de casos vinculados con el mercado de Wuhan. Si las autoridades no hubieran prohibido que los medios informaran del brote epidémico vinculado a ese popular mercado, el público, informado, hubiera evitado ir al mismo antes de su cierre oficial, recién el 1° de enero de 2020.

Al 20 de diciembre de 2019, casi a un mes del primer caso documentado, la ciudad de Wuhan tenía 60 pacientes con una neumonía desconocida parecida al SARS.
La rigurosa censura tuvo como primeras víctimas a los médicos y enfermeros chinos que se atrevieron a intentar alertar a la población y a las autoridades de la salud del régimen, sobre el nuevo virus parecido al SARS que causaba neumonía diezmando vidas. El Dr. Lu Xiaohong, jefe de gastroenterología del Hospital de la ciudad de Wuhan N°5, desde el 25 de diciembre de 2019 tenía fundadas sospechas de que el virus se podía trasmitir entre humanos. Pero debió callarlo por la censura. Mientras tanto, los murciélagos del mercado, seguían cargando con la culpa.

A fin de diciembre la directora del departamento de emergencias del Hospital Central de Wuhan, AiFen, alertó sobre un coronavirus similar al SARS. En los primeros días de enero 2020, la directora y sus compañeros fueron arrestados por difundir “falsos rumores”. Entre ellos el Dr. Li Wenliang, que al poco tiempo murió víctima de la enfermedad. El 3 de enero el Dr. LiWenliang fue acusado por la policía junto a otros siete médicos de “hacer comentarios falsos que perturban severamente el orden público” y advertido de que si continuaba, sería llevado a la Justicia. Li Wenliangfue fue obligado a firmar al lado de la palabra “Entendido”.

Al 5 de enero el Dr. Zhang Yongzhen junto a otros científicos había secuenciado el genoma del coronavirus. Las autoridades dictatoriales, otra vez coartando la libertad de expandir conocimientos científicos para bien de la salud, impidieron publicitar el dato. El 11 de enero, día en que China confirma su primera muerte por el virus, los investigadores filtran información. Como consecuencia, les cierran el laboratorio. El 13 de enero en Tailandia se informa del primer caso de infección por el virus. El paciente resultó ser un turista procedente de Wuhan.

En esos días las autoridades seguían afirmando que sólo podían contraer el virus quienes tuvieran contacto con animales infectados, despreciando las alertas médicas. El aparato propagandístico del Partido Comunista chino y la administración central eligieron la información que creyeron conveniente difundir. Aunque no fuera la verdad científica y la realidad de los hechos. Cruelmente se demostró que cuando nace una crisis en China se aplica siempre el mismo método: el Estado chino, omnipresente y omnipotente no pude aparecer demostrando debilidad ante el mundo.
La Dra. AiFen contó a la revista “Renwu” que mientras ella sabía que el virus se trasmitía de humano a humano, el régimen lo negaba y 20 días después, el 21 de enero, ingresaban al centro médico 1.523 pacientes en el día, triplicando lo usual.

Li Wenliang fue el 10 de enero a atender una paciente de glaucoma. Esa persona ignoraba que estaba infectada y contagió al médico que obviamente no lo podía saber. El 31 de enero Li cuenta su historia y dice “me preguntaba por qué los avisos oficiales seguían diciendo que no había trasmisión de persona a persona”.
El 1° de febrero se confirmó el resultado positivo: Li Wenliang estaba infectado.
El 6 de febrero de 2020 el médico, Dr. Li Wenliang, falleció en el Hospital de Wuhan.

Los infectados por coronavirus en China por esos días, ya sumaban casi 25.000 y cerca de 500 muertos. La censura china afectó la capacidad del mundo para enfrentar lo que fue pandemia.
En el resto de 2020 los datos de China al respecto fueron más bien difusos “cuentos chinos” que información o noticias.
Ahora, febrero de 2023, los muertos a nivel mundial por la peste proveniente de China son más que los de una guerra mundial. Se estiman en 15 millones de personas, muertas directa e indirectamente por el COVID-19 y sus mutaciones.

En este naufragio, hubo quienes pensaron que podíamos salvarnos, comprándole vacunas “salvavidas” a los laboratorios chinos. Personalmente pienso que son ellos los que deberían hacerse cargo de todo el mal que provocaron. O por lo menos mitigar los daños de los países más débiles.

Si así no fuera, por lo menos occidente debería conseguir por cualquier medio, que el régimen chino no haga más experimentos en sus laboratorios, de donde puede salir otra plaga en cualquier momento. Es importante recordar, para poder comprender, que China tenía la mitad de su población actual, cuando la Revolución Cultural de Mao TseTung mató a 20 millones de personas por no tener en el bolsillo o en su casa, el Libro Rojo, manual instructivo de la Revolución. Hoy son mil cuatrocientos millones de habitantes. Dado ese número y siendo un país materialista, con régimen y partido de “pensamiento único” ¿les puede importar lo mismo el número de muertos que a los del mundo creyente en el espíritu y la trascendencia? El de sus raíces judeo – cristianas y escuelas greco – romanas. Ing. Ramón Appratto Lorenzo

(*) “El País” – 24/03/2020.