Escribe Ramón Appratto Lorenzo: yo fui alumno del IAVA

Hacía poco se había aprobado la autonomía universitaria mediante su Ley Orgánica de 1958. Corría la década de los años 60. Para entrar a la Universidad había que salvar 1° y 2° año de Bachillerato (hoy 5° y 6° del segundo ciclo). La enseñanza pública para cursar el Bachillerato disponía del Instituto Alfredo Vázquez Acevedo (IAVA). Que ocupaba una manzana entera y tenía unos 3.000 alumnos, en cuatro turnos. Todos los mejores profesores de la Enseñanza Secundaria que deseaban culminar su carrera en el máximo nivel, añoraban poder hacerlo en el IAVA.
Y como generalmente lo lograban, el nivel docente era en general de bueno a excelente. Eso traía de la mano que el nivel de los conocimientos para salvar los exámenes era muy alto y los tribunales examinadores muy exigentes. Tanto, que eran muy pocos los alumnos que en determinadas orientaciones, podían hacer los dos años de aquel Bachillerato en dos años calendario. Generalmente se hacía en tres años… ¡o más! Especialmente los de Ingeniería con sus cinco cursos de Matemática, a saber, en 1°, Análisis Matemático I y Geometría Métrica Plana y del Espacio y en 2° Análisis Matemático II, Geometría Descriptiva y Geometría Analítica y Proyectiva.

Los programas y el nivel de los docentes que los dictaban eran tales que en las horas en que algunos alumnos tenían “horas puente” o les faltaba un profesor, pedían para ingresar de oyentes, al salón donde sabían que había alguno de los “talentosos” dando clase. Tal era el caso de Fructuoso Pitaluga, Real de Azúa, San Miguel, García Brumell etc. Con las clases de Matemática, era al revés. En aquel entonces el estudiantado “le disparaba” a Matemática. El resultado era que se llenaba de estudiantes de Abogacía y Medicina que eran las únicas que entonces no tenían ningún curso de Matemática y como las más reacias a las ciencias exactas eran las mujeres, en esos cursos llegaban a ser una cantidad muy representativa.

En Montevideo, cerca del IAVA estaba la academia particular del prestigioso profesor de Matemática Ceyser Olivera, a quien muchos le debemos haber egresado del IAVA e ingresado a Facultad de Ingeniería (o Arquitectura). El Prof. Olivera decía con acierto y conocimiento de causa, que el IAVA era para Uruguay, como La Sorbona para París. Eran otros tiempos.

Funcionamiento y la puerta de Eduardo Acevedo

El instituto funcionaba en cuatro turnos. El 1° de 8 a 12, el 2° de 12 a 16, el 3° de 16 a 20 y el nocturno de 20 a 24. De 24 a 8 se procedía al ordenamiento e higienización del edificio.
En aquel entonces todos los profesores y alumnos ingresábamos por la puerta que da a calle Eduardo Acevedo. Las puertas que daban a calle Lavalleja (hoy José Enrique Rodó) estaban siempre cerradas. Nunca las vi abiertas. Y al amplio hall y escalinata al que se accede por ellas solo lo vi usar para alguna asamblea que extrañamente tuviera mucha concurrencia. En ese caso las escaleras hacían de gradas. De las cuatro cuadras que circundaban la manzana del edificio, la única a la cual el IAVA le daba vida era la de calle Eduardo Acevedo. La mayoría de los ómnibus para acceder, paraban a una cuadra, en 18 de julio y Eduardo Acevedo.

La puerta de acceso por esa calle daba frente a la librería La Casa del Estudiante (de Hernández y Martirena), donde se imprimían y vendían “en cantidades industriales” los apuntes de los profesores cuyos textos dejaban allí a esos fines. Además esa librería proveía toda clase de materiales propios del ramo y los que por experiencia sabían que necesitaban los alumnos. También había las que vendían solo libros nuevos y usados. Y… como no podía faltar, en la esquina de Eduardo Acevedo y Guayabos, ¡un café y bar! cuyas mesas oficiaban también de eventuales escritorios. Las otras dos calles circundantes, Tristán Narvaja y la hoy Rodó, tenían poco movimiento. A dos cuadras, en 18 y Tristán Narvaja, frente a la Universidad, estaba el emblemático café y bar Sportman en cuyas mesas se definieron cuitas y crisis de la UdelaR. Y alguna del IAVA.

Los estudiantes tenían salón gremial

Había salón para la actividad gremial de los estudiantes, que estaba en el subsuelo, al cual se accedía por escalera desde un corredor que unía los dos grandes patios abiertos y cuadrados, cuyos perímetros estaban rodeados por dos pisos con amplios salones de clases. Los dirigentes gremiales eran en general estudiantes mayores de edad y también había algunos de los “eternos estudiantes” dedicados a la militancia política de los partidos de izquierda.

Vestimenta y modas

La vestimenta masculina iba del traje y corbata (algunos hasta con chaleco) a la más proba de la época. La vestimenta femenina, en aquella época, todas nos parecían elegantes, en general de polleras y pocas con pantalones. En invierno eran comunes los sobretodos y sacos, gabanes, camperas, corbatas, pañuelos de cuello, bufandas, pilots etc. Para los pies, zapatos o botas. El champión no se había popularizado.

Y cuando venía el calor casi todos, sport. Seguir la moda fue de toda la vida, en la medida que pudiera cada uno.
Se podía fumar en los patios y algún docente esporádicamente lo hacía en clase.
Había eventualmente algún paro al cual adheríamos con nuestra ausencia sin preguntar ni porqué se hacía. Los profesores en su mayoría asistían, tomaban la carpeta, iban al salón, no había alumnos, dejaban la constancia en la carpeta y se iban. Pero la falta corría. La asistencia se controlaba diariamente y clase por clase por los bedeles. Con más de 21 faltas del teórico o 5 del práctico se quedaba libre.

Nunca vi un ascensor en el IAVA. Para llegar al salón de Cosmografía en el Observatorio Astronómico ubicado en la azotea, se hacían tres pisos de escalera. En esos otros tiempos el IAVA prestigiaba. Lo de ahora es el resultado de tres lustros de involución FA. Frustraron una generación haciéndoles creer que habían aprendido, pero la reacción violenta sucede al darse cuenta que no tienen cabida en el ámbito laboral porque les birlaron los conocimientos. La reforma educativa actual puede tener defectos, pero siempre va a ser mejor que lo que se había hecho hasta ahora. Los resultados de las pruebas PISA y Arista son la muestra de la decadencia docente y, por ende, del estudiantado.