En este período de poco más de tres meses que se extiende desde el balotaje hasta la asunción de un nuevo gobierno el próximo 1º de marzo, se genera un escenario particularmente delicado en lo que refiere a medidas y acciones de gobierno, por cuanto las autoridades salientes, si bien cuentan con un mandato vigente que les habilita a adoptar medidas de corto plazo e incluso decisiones de mayor extensión, con directa gravitación sobre la marcha del país y que refiere asimismo a intereses de determinados colectivos y/o sectores, la realidad y la experiencia indican que por regla general, cuando se trata de temas de particular delicadeza o controvertidos, se actúa en consulta con los gobernantes electos para acordar los pasos a seguir, eventualmente, o en su defecto dejar que el tema quede ad referendum de quienes asumirán el gobierno.
Esta es precisamente la forma en que debe procesarse este relacionamiento dentro de la institucionalidad democrática, más allá de que existan diferencias de visiones y eventualmente de prioridades, a la vez de tener en cuenta que en el Parlamento habrá nuevas mayorías y talantes respecto a leyes que incluso vienen en estudio o están en bandeja desde hace largo tiempo, sin llegarse a una dilucidación.
Por lo demás, cuando en Cámara de Diputados la fuerza de gobierno entrante debe gestionar mayorías para las que le faltan dos diputados, hay margen para la negociación entre partidos, desde que hay sectores y/o partidos pequeños que pueden tener la llave de las mayorías parlamentarias.
Pero por este camino ya se ha transitado desde la restauración democrática, en general dentro de carriles normales y es de esperar que las eventuales diferencias se puedan procesar en los mejores términos, más allá de la tentación de alguna “chicana” que pueda darse para dejar mal parado al adversario ante determinadas situaciones, como fuera el tema de la fijación del precio de los combustibles en el anterior gobierno, que no se modificó como suele suceder a fin de año, para que lo hicieran las autoridades entrantes cuando asumieran.
En lo que respecta a indicios de la gestión, por ahora solo estamos ante expectativas que surgen de lo expuesto por el entonces candidato Yamandú Orsi en campaña electoral a través de enunciados generales, y que por supuesto deberá aterrizar una vez tenga en sus manos la conducción del Poder Ejecutivo, a lo que se agregan señales en otras áreas ya expuestas como presidente electo.
Una de ellas tiene que ver con la política exterior y comercial del país, y en este sentido con motivo de la reciente celebración en Montevideo de una nueva cumbre del Mercosur, el presidente electo no dejó dudas respecto a su intención de recostarse a Brasil en el Mercosur, tal como antes había hecho el expresidente José Mujica.
Por cierto, Brasil es un importante socio comercial dentro del Mercosur, pero en el sentido estricto de la palabra ha aplicado indefectiblemente una bilateralidad con Argentina en el bloque regional, en desmedro de los socios menores, y nada indica que no lo vaya a hacer ahora, más allá de su imprevisibilidad, lo que fue reafirmado una vez más en los últimos días y semanas por la devaluación del real, que nos ha hecho perder competitividad con el vecino país tanto para la colocación de nuestras exportaciones en ese mercado como a la vez en la colocación en mercados por fuera de la región. Es una medida antipática pero nada nueva para el gigante del norte; basta recordar que la crisis económica y social más grande que vivimos en tiempos recientes, la de 2002, tiene como prolegómeno la mega devaluación de Brasil en 1999, que primero terminó de fundir a Argentina en 2001 y ésta arrastró a nuestro país meses más tarde.
Pero además, Brasil es un gran socio comercial de China, y depende en gran medida de las ventas al gigante asiático, lo que deja a Uruguay solo como un jugador de tercer orden en la cadena comercial, y dependiente de como juegue sus cartas Brasil en las grandes ligas.
Al fin de cuentas, ello ocurre porque el Mercosur no ha dado las respuestas esperadas a las aspiraciones de nuestro país en el comercio exterior, por problemas de manejo del bloque regional pero también por la incapacidad nuestra de hacer los deberes en lo que refiere a generar condiciones internas para mejorar nuestra competitividad, lo que es un déficit que atraviesa horizontalmente a todos los gobiernos.
Sobre este tema, en un análisis a través de su columna en el suplemento Economía y Mercado, del diario El País, el economista Jorge Caumont expresa que debe tenerse presente que “la situación macroeconómica de la región, de Argentina y Brasil, ha tenido muchas veces fuertes efectos positivos pero también muchos negativos sobre la economía de nuestro país, sobre su producción, sobre el comportamiento general de precios y sobre el sector externo”, y recordó en este sentido la grave afectación que causó la crisis argentina de 2002 en nuestro país.
Pero –agregamos nosotros—como decíamos también debe recordarse el arrastre de la maxidevaluación del real en 1999, y sus nefastas repercusiones sobre gran cantidad de empresas uruguayas que estaban totalmente jugadas al mercado brasileño por aquel entonces, sin alternativas, y el escenario actual indica que “es ahora Brasil la nación que al introducir cambios en sus políticas fiscal y monetaria profundiza el descenso, que ya venía teniendo, desde hace un tiempo, la competitividad de nuestra producción transable con el miembro mayor del Mercosur , lo que es muy importante porque se trata del mayor socio comercial de bienes del Uruguay”.
Es que efectivamente, las exportaciones uruguayas de mercaderías a Brasil son del orden del 20 por ciento de la ventas externas y las importaciones de bienes desde ese origen son también aproximadamente el 20 por ciento de nuestras compras en el exterior, y precisamente las recientes medidas dispuestas por el gobierno brasileño han traído aparejada una fuerte suba del dólar en ese país, lo que es una mala noticia para Uruguay, debido al deterioro de nuestra competitividad para ese mercado, habida cuenta de que en un año los precios en dólares se contrajeron un 5 por ciento en Uruguay y un 15 por ciento en Brasil.
Esta es una película que ya vimos hace unos veinte años, en un escenario regional y mundial que no es el mismo, pero el punto es que Uruguay tiene los mismos problemas estructurales de entonces, sobre lo que razona Caumont que esta menor competitividad “se traducirá en una tendencia declinante de las exportaciones al Brasil y en una tendencia de una de las importaciones con efectos sobre la producción y el empleo local”.
Ergo, no es recomendable, ni por lo menos prudente, reeditar la política de priorizar el apoyarse en el “estribo” de Brasil y de ello debería tomar nota el próximo gobierno, para generar condiciones que permitan no tener tanta dependencia del mercado brasileño, sino que debería apuntarse a la ampliación y diversificación de mercados extra región, como única alternativa válida para reducir vulnerabilidades y compromisos que irían contra nuestros propios intereses, en tanto es de esperar que el nuevo gobierno encare ya desde el vamos –que es cuando es posible hacerlo– medidas que apunten a corregir las deficiencias estructurales que padece el país desde hace varias décadas.
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