Juventud, estudio y trabajo

Si para los jóvenes que han estudiado, encontrar un buen empleo es por estos días un asunto complejo, lo es mucho más para los que no lo han hecho. No solo porque en un mundo cada vez más tecnificado las tareas más básicas son sustituidas por las máquinas, sino porque, además, el hecho conlleva una serie de exclusiones e implicancias que terminan afectando a la sociedad en su conjunto.
Muchos jóvenes están desmotivados y otros ni siquiera buscan trabajo o estudian. Un estudio del Banco Mundial para el período 1992-2013 sobre la base de encuestas de hogares, estimó que en América Latina hay unos 20 millones de jóvenes entre 15 y 24 años que están fuera del sistema educativo y sin empleo, siendo en términos porcentuales el 19% de los jóvenes latinoamericanos, de los cuales dos tercios son mujeres.
Uruguay, si bien se encuentra por debajo del promedio regional, es mayor al promedio de los países de ingresos altos, que tienen 11% de “Ni-ni”, alcanzando al 17,9% en 2013 y manteniéndose en los últimos años entre un 20% y 25% del total de jóvenes de entre 14 y 29 años.
Algunos de ellos no estudian ni trabajan, pero participan de forma activa en el mercado de trabajo en tanto buscan empleo (6,1%), otros no estudian ni trabajan y son los responsables de realizar los quehaceres del hogar (5,4%) y, finalmente, hay un tercer grupo de jóvenes que no estudian, no trabajan ni buscan hacerlo y tampoco son los responsables de realizar los quehaceres del hogar (6,3%).
Las estadísticas de los ministerios de Trabajo y Desarrollo Social indican que 4 de cada 10 jóvenes que no estudian ni trabajan integran hogares pobres y más de la mitad de estos jóvenes integran hogares del primer quintil de ingresos. Los jóvenes que no estudian ni trabajan representan el 36% de los jóvenes que integran hogares bajo la línea de pobreza.
A su vez, los denominados “Ni-ni” presentan, en su mayoría, niveles educativos bajos. El 50% de los jóvenes que no estudian ni trabajan no buscan empleo y no realizan los quehaceres del hogar no ha ingresado a Educación Media.
Hay datos contundentes: el 16% de los jóvenes de entre 14 y 19 años que no estudian ni trabajan tiene Primaria completa; en tanto que un 75% tiene Secundaria incompleta. Ahora bien, el 51%, núcleo más duro de estos jóvenes –aquellos que no estudian, no trabajan, no buscan trabajo ni hacen los quehaceres del hogar—nunca ingresó a la enseñanza Media. Entre los “Ni-Ni” que sí están buscando trabajo, el 35% no ingresó a Secundaria.
La no concurrencia a la Enseñanza Media implica una vulneración de derechos, pero también conlleva problemas para acceder a un empleo de calidad, incluso en el caso que el joven se encuentre actualmente vinculado al mercado de trabajo.
¿Qué hace un joven que no va al liceo, la UTU o la Universidad en un contexto donde encontrar trabajo a veces resulta algo así como una misión imposible y donde, además, cada vez se exigen más calificaciones y habilidades para acceder a los puestos existentes?
Un informe del Ministerio de Trabajo Social y el Mides (¿“Ni-ni? Aportes para una nueva mirada”) analiza el vínculo de estos jóvenes con el mundo del trabajo y señala que dentro del grupo de jóvenes que no buscan empleo ni son responsables de tareas en el hogar, un 67% trabajó alguna vez, aunque sin realizar aportes a la seguridad social, lo que llama la atención acerca del tipo de trabajo al que acceden estos jóvenes.
Una situación similar se da con los jóvenes que no estudian ni trabajan, pero buscan empleo, de los cuales el 60% ha trabajado sin aportes a la seguridad social, lo que también da cuenta de empleos precarios y, por lo general inestables, que los dejan excluidos del acceso a una serie de derechos y conquistas laborales de los trabajadores.
El presidente Tabaré Vázquez recientemente se mostró preocupado por los índices de deserción estudiantil y en el Consejo de Ministros realizado en Cardal (Florida) dijo que hay que “rescatar a los jóvenes que dejaron de estudiar en Secundaria. Hay que ir casa por casa para convencerlos de que sigan estudiando”, sostuvo. Sin embargo, el tema parece bastante más complejo que un asunto de convencimiento porque inciden una serie de variables sociales, económicas y culturales que hacen que sea realmente muy difícil para estos jóvenes desarrollar una trayectoria académica. Y, por otra parte, cada vez más el mercado laboral exige competencias y habilidades que no siempre las aulas están dando.
En este sentido, es evidente que a la falta de experiencia en el mercado de trabajo se agrega una brecha de habilidades, es decir, entre lo aprendido en las aulas y lo que demandan los empleadores.
Nunca antes la enseñanza ha sido tan flexible como ahora, pero no estamos teniendo los resultados esperados y tampoco se trata de pasar estudiantes de año para mejorar las estadísticas, lo cual sería hacerse trampas en solitario. Es necesario un cambio no solo en el sistema educativo y las formas de enseñar y aprender, sino también en cuanto a capacitación que prepare para la entrada en el mundo laboral, especialmente en el caso de aquellos jóvenes que no tienen estudios técnicos o profesionales posteriores al liceo y, fundamentalmente, teniendo en cuenta a aquellos que difícilmente completen la educación media obligatoria.
En algunos países funcionan programas de aprendices –muy pocos existen aún en Latinoamérica– que conectan el mundo de las aulas con el mundo del trabajo con una óptica de promoción del aprendizaje a lo largo de la vida. En países como Inglaterra, Suiza, Alemania o Australia existen incluso programas de aprendices con un alto contenido tecnológico y de innovación dentro de sus planes de estudio. Empresas Jaguar o Siemens cuentan con aprendices en sus filas, realizando labores que requieren un alto conocimiento técnico que, según estudios realizados, favorecen la innovación y hacen que estas empresas tengan más patentes, procesos y productos que las que no cuentan con aprendices.
A su vez, allí se aprende más que a realizar un trabajo, puesto que también se refuerzan las denominadas habilidades “blandas”, que son fundamentales en cualquier trabajador: la puntualidad, la autoestima, la colaboración y la planificación. ¿No sería interesante contar con un programa de ese tipo a largo plazo en Uruguay?
La promesa electoral de cambiar el ADN de la educación está aún lejos de alcanzarse en un escenario de dificultades para incorporar y sostener el tránsito hacia el egreso de miles de jóvenes en el sistema educativo y, por otra parte, mejorar las oportunidades de los jóvenes en el mundo del trabajo se impone también como una necesidad inminente.