Una apuesta a la apertura comercial

En oportunidad de la participación de Uruguay en la Cumbre que se realizó la semana anterior en la ciudad colombiana de Cali, el canciller Rodolfo Nin Novoa llevó a la mesa de países que adhieren a la Alianza del Pacífico la intención del gobierno uruguayo de avanzar para integrarse al bloque como miembro asociado.
Según un comunicado de la cancillería, “se adelantó la intención de nuestro país de transformarse en Estado Asociado a la Alianza del Pacífico, dado el alto nivel de profundización de los acuerdos existentes con los cuatro países, a fin de mejorar la inserción de Uruguay en las cadenas de producción regional, disminuir barreras y obstáculos al comercio y adoptar estándares comunes, apalancando el crecimiento económico del país”.
Desde su creación en 2011, Chile, Colombia, México y Perú, integrantes de la Alianza, son visita obligada de gobernantes de otras partes del mundo atraídos por su crecimiento económico individual y por su potencial comercial en conjunto. Debe mencionarse que el grupo apunta a un proceso de integración desde Latinoamérica hacia Asia y Oceanía que ha quedado claramente consolidado con la creación de la figura del Estado asociado, que es un estatus que está en un punto intermedio entre los socios fundadores y los observadores, los que antes de la cumbre eran 52.
Como parte de su nueva función, esos países deberán celebrar y poner en vigor un acuerdo vinculante de altos estándares en materia económica y comercial con los cuatro países integrantes de la Alianza y es así que los cuatro primeros países que comenzarán a negociar en setiembre para ocupar esa condición serán Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Singapur; es decir, naciones situadas en lugares tan distantes entre sí que hasta ahora lo han tenido como un factor disuasivo para que un país latinoamericano pudiera embarcarse en un acercamiento de carácter comercial.
Sin dudas que las naciones latinoamericanas que integran el grupo se han destacado en la última década sobre todo por su gran crecimiento económico dentro de la región, tras haber descartado reivindicaciones y procesos de sesgo ideológico para asumir que una integración comercial solo es posible y beneficiosa si funciona como tal, desprovista de condicionamientos y amiguismos distorsionantes.
Por ejemplo, la entrada de Canadá supone para los cuatro países, especialmente para México, contrapesar los problemas que significan determinadas políticas del presidente estadounidense, Donald Trump, incluyendo el muro que prometió levantar entre los dos países.
También tiene mucho para ganar Canadá a través de un acercamiento a Latinoamérica haciendo un baipás en su alianza histórica con Estados Unidos, cuestionada y puesta en tela de juicio a partir de la retórica de Trump, precisamente.
Por otro lado se encuentran las lejanas Australia y Nueva Zelanda, que resultan imposibles de ignorar como parte importante para la consolidación del objetivo de la Alianza de acercarse con fuerza a la zona Asia-Pacífico.
Y sobre todo, corresponde evaluar el peso que adquiere el grupo en cuanto a una alternativa posible al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica del que se retiró Estados Unidos tras la llegada de –una vez más– Trump a la Casa Blanca y puesta en marcha de su visión proteccionista, lo que implica desandar camino y retroceder en la apertura comercial y consolidación de alianzas estratégicas a nivel internacional.
No puede soslayarse que en esta línea de acción, las miradas convergen inevitablemente sobre China, el gran objetivo comercial para cualquier operador comercial, además de lo que significan Japón y Corea del Sur en esta área. Estos son dos países tradicionalmente aliados de Estados Unidos que, en caso de sentirse huérfanos de su tradicional apoyo en América con Trump, pueden resultar interesados sobremanera en el mercado latinoamericano.
El proceso de integración a partir de una mirada distinta de las relaciones comerciales entre Asia y el Pacífico trasciende la relación que se pueda dar solo entre ambas zonas, porque la globalización ha llegado para quedarse y es impensable estar al margen de movimientos que empiezan por una región y terminan dando la vuelta al mundo por su proyección y efecto dominó sobre las economías.
El número de observadores integrados al grupo llegará ya a 51 países tras la elevación de estatus para los cuatro estados asociados y la entrada paralela de Croacia, Eslovenia y Lituania, por lo que incluso desde esa zona del Este europeo, que nada tendría que ver con el Pacífico, perciben con interés y necesidad de participación el crecimiento de los cinco continentes.
Mientras tanto en Sudamérica, solo Argentina, Uruguay, Paraguay y Ecuador están afiliados, con el agregado de que el bloque del Atlántico del subcontinente, que es el Mercosur, sigue en proceso de descomposición, pese a la participación de una economía de tamaño continental como es Brasil, que ha obtenido avances comerciales por su cuenta.
Esta parálisis, tan grotesca, conlleva un paso lógico para acompañar la onda de los grandes movimientos globales de apertura comercial, de complementación y alianzas estratégicas, para no seguir poniendo los huevos en una misma canasta y ser partícipes de un crecimiento y derrame de riqueza que hará que mejore nuestra calidad de vida.