Si bien siguen ocupando la agenda los episodios relacionados con las escuálidas respuestas que ha dado el Poder Ejecutivo a los reclamos de los autoconvocados, gremiales de productores y otros sectores también en crisis, el movimiento Un Solo Uruguay –rótulo que resume en realidad el fondo del asunto– hay temas importantes que tienen estrecha relación con el escenario socioeconómico y que lamentablemente exponen, por si alguien todavía tenía alguna duda, la parálisis de gestión que atenaza al gobierno. Preso por un lado de las diferencias internas y, por otro, de un margen de soberbia que ha quedado confirmado con la postura irracional de Vázquez de ponerse a discutir en la calle con un grupo de personas, e intercambiar insultos y pase de facturas.
El punto, lamentablemente, es que la Administración Vázquez sigue evaluando –por lo menos públicamente– los reclamos como problemas sectoriales de rentabilidad en el agro, cuando no se necesita ser un experto en economía para entender que el tema de fondo es que –más allá de aspectos coyunturales– prácticamente todos los sectores formales de actividad son afectados en el Uruguay por el peso gravoso del Estado.
En este escenario, hay grupos dentro de la fuerza de gobierno que, con reminiscencias ideológicas sesentistas, siguen resistiendo la apertura al mundo, la firma de tratados de libre comercio o preferenciales que permitan que los productos que exportamos puedan ingresar sin gravámenes y así ganar competitividad, en lugar de ser desplazados por las exportaciones de países que tienen acuerdos comerciales sin costosos aranceles.
En este sentido, en el suplemento Economía y Mercado de El País, el economista Jorge Caumont indica que en el Poder Ejecutivo se sigue discutiendo sobre una mayor apertura comercial al resto del mundo y se plantean dos posiciones encontradas que derivan en un obstáculo para la concreción de acuerdos de libre comercio que se vienen planteando desde hace ya mucho tiempo.
Trajo a colación el economista que se destaca el que se negocia con la Unión Europea, desde hace ya alrededor de diez años, que tiene un alcance multilateral pues la apertura implica relación con las numerosas naciones del bloque, pero también está el que se ha analizado y trabajado con Chile, cuya formalización definitiva demora a nivel parlamentario. No puede obviarse el tratado de libre comercio que podría encararse con China y “tampoco nos olvidemos de la frustrada relación comercial que estuvo a punto de concretarse con la nación más importante del mundo y que cuando fue descartada, dio paso a la opción que el tiempo mostró de incalculable menor o nulo valor: un ‘más y mejor Mercosur'”.
Como bien indica Caumont, para justificar la decisión oficial de no proseguir con la invitación norteamericana de entrar en un tratado de comercio libre bilateral se apeló a las exigencias del Tratado de Asunción y se optó por no generar problemas a nivel del Mercosur, pero la verdadera razón de la negativa fue ideológica.
Es que precisamente en el marco de estas reminiscencias sesentistas, del tiempo de la Guerra Fría, que señalamos, el gobierno de izquierda no podía entrar en una relación de comercio libre con el país “al que siempre la izquierda ha considerado imperialista, enemigo de las naciones ‘progresistas’ y —como máxima representación del capitalismo— tolerante de la explotación de los trabajadores. El antagonismo entre los objetivos socialistas y colectivistas de un partido enemigo del capitalismo fue la causa fundamental para desechar la alternativa comercial, un Tratado de Libre Comercio con EE.UU.”, señala el analista.
El punto es que mientras con Estados Unidos hay antecedentes de posturas centradas en el ya superado litigio entre capitalismo y regímenes colectivistas, en el caso de terceros países también se rechaza o posterga indefinidamente la firma de nuevos acuerdos comerciales, por la no comprensión de los efectos económicos de una creciente apertura.
Es que parece que todavía no se han identificado las ventajas de abrirse racionalmente al mundo para el comercio de economías pequeñas como la nuestra, en lugar de insistir con la región o incluso con la ilusión de ser autárquicos, en base a un proteccionismo al que han renunciado hasta las grandes economías.
En tanto, es notorio que el mercado laboral en el Uruguay sigue dando muestras de retroceso, porque mientras por un lado las estadísticas indican que se ha registrado una mejora del salario con incrementos por encima de la inflación –no así en los hogares de menores ingresos, donde la suba de rubros como la alimentación corroe el poder adquisitivo– por otro se ha estancado o retrocedido la masa laboral, con preeminencia de los empleos de baja calidad.
Este factor tiene no solo estrecha relación con el enlentecimiento de una economía que no progresa por falta de competitividad, para lo que contribuye el no suscribir tratados para preferencias arancelarias, sino que la demanda de recursos por el Estado se traduce en una mayor presión fiscal sobre todos los sectores de la economía, lo que genera un círculo vicioso. En los últimos tiempos la economía se enlenteció, en particular se frenaron las fuentes que contribuyeron en los años anteriores a incrementar la productividad global.
En un contexto de esas características, el empleo deja de crecer. Si se agrega a ello el aumento tanto absoluto (incremento del salario real) como relativo del factor trabajo, no correspondido por mejoras en la productividad, no debería sorprender que el empleo no solo haya dejado de crecer, sino que disminuya.
Y si bien el gobierno nacional, que solo mira lo que pasa en Montevideo, insiste en que este no es el escenario del país, la movilización de los autoconvocados, el reclamo del campo, pero también de otras áreas de producción, de los comerciantes del Interior, indica que el sector primario enfrenta dificultades, y al ser el motor de buena parte de la economía del Interior, impacta en todas las actividades relacionadas directa o indirectamente, incidiendo así negativamente sobre el empleo.
Y no pasará mucho tiempo para que también repercuta en Montevideo, donde todavía con la autocomplacencia de gobernantes, ahora deslumbrados por la temporada turística, se niegan a aceptar que hay sectores reales de la economía en serias dificultades.
Que la respuesta no pasa por atender supuestos problemas puntuales para “irla llevando”, sino que cuanto más se posterguen las medidas estructurales –que el Estado no siga tragándose cuantiosos recursos y la mayor parte de la riqueza que genera el trabajo–, más cuesta arriba se hará el camino.