A partir de medidas en 2005 y la normativa vigente desde 2008, sin dudas Uruguay se ha colocado entre los países de vanguardia en la lucha mundial contra el tabaquismo, lo que es mucho más llamativo aún si tenemos en cuenta el factor cultural, porque se ha logrado a través del respeto en un altísimo porcentaje de la norma, cuando los antecedentes en materia de observancia de leyes no es la mejor, como típico país latinoamericano.
Es así que la edición Uruguay de la Encuesta Mundial de Tabaquismo en Adultos (GATS) registró una reducción en la cantidad de personas que consumen cigarrillos: de representar el 25% de la población en 2009, pasó al 21,6% en 2017. El responsable del área en el Ministerio de Salud Pública (MSP), Enrique Soto, aseguró que esa mejora en los indicadores se asocia directamente con la política antitabaco desplegada en esos años.
Soto, a cargo del Programa Nacional para el Control del Tabaco del MSP, destacó la importancia de la encuesta internacional, por ser considerada el parámetro para hacer el seguimiento en forma sistemática sobre la cantidad de consumidores. Uruguay, con esa medición, cumple con la exigencia definida en el convenio marco de la Organización de las Naciones Unidas.
Los datos de esta encuesta dan cuenta que el 21,6% de los uruguayos mayores de 15 años consume tabaco en la actualidad, cuando en 2009 lo hacía el 25%. Analizado por sexo, se indica que lo hace el 25,6% del total de los hombres y el 18% de las mujeres, lo que indica que se está dando el contrasentido de que el consumo se está “feminizando” y está ya muy lejos en el tiempo aquella concepción arraigada que asimilaba el consumo de tabaco al prototipo de la personalidad masculina.
Soto aseguró que esa reducción de la cantidad de fumadores responde a las políticas antitabaco desplegadas en el país desde la llegada al gobierno de Tabaré Vázquez, en 2005, y expuso que “Uruguay era uno de los países con más alta prevalencia de tabaquismo en la región”. Cuando “el país ratificó el convenio marco en 2004, comenzó a implementar políticas específicas en 2005 y en 2008 aprobó una norma que regula los espacios libres de humo”.
Posteriormente se creó una serie de ordenanzas y decretos que incorporaron otras acciones, como la disminución del tamaño de los pictogramas en las cajillas de cigarrillos, prohibiciones en cuanto a promoción, publicidad y patrocinio de los productos del tabaco y delimitación de los espacios donde se permite fumar. La última acción fue enviar al Parlamento un proyecto para implementar el empaquetado neutro.
Sin lugar a ningún reparo, hay un antes y un después en el consumo de tabaco en el Uruguay a partir de la regulación, porque no hubo un proceso de concientización gradual de la población en cuanto a asumir las nefatas consecuencias y riesgos para fumadores y quienes lo rodean por el humo de tabaco. Ocurrió que en su primer período, el presidente Vázquez –con gran incidencia naturalmente de su tarea profesional como oncólogo– marcó liderazgo por decreto primero y luego con leyes mediante el establecimiento de la prohibición del consumo en lugares públicos cerrados, incluyendo los ámbitos de trabajo y centros de enseñanza, entre otros aspectos que se fueron profundizando.
En ese contexto, Soto aseguró que las medidas incidieron en la conducta de los fumadores. Un ejemplo de ello es la percepción del riesgo que recoge la encuesta. El 97,5% de los adultos consultados admitieron creer que fumar causa enfermedades graves y el 42,9% de los fumadores actuales pensaron dejar de hacerlo debido a las advertencias sanitarias de las cajillas.
En cuanto a las perspectivas, el 72,9% de los fumadores actuales dijo que planea dejar de fumar en algún momento y el 10,3 % piensa hacerlo el próximo mes.
Asimismo, Soto aseguró que la gente percibe un menor impacto del humo de tabaco en el hogar, en los lugares de trabajo y, sobre todo, en centros educativos, donde se generó una mayor percepción, no así en los medios de transporte, donde la variación no fue tan significativa.
El responsable del programa añadió que la encuesta sirve también para determinar en qué se deben focalizar las políticas. Por ejemplo, los datos evidencian que se debe actuar con más insistencia con las adolescentes, ya que la disminución de la prevalencia se produce en forma más acentuada en el hombre. Algo similar ocurre si se desagrega por nivel socioeconómico, dado que el mensaje parece no llegarle con tanta profundidad a los sectores de menos recursos.
No puede soslayarse que en cuanto al consumo del tabaco en lugares públicos se ha estado ante un conflicto de derechos: el derecho del fumador a consumir, más allá del perjuicio que se autoinflige, y el derecho de quienes lo rodean a respirar aire puro y libre de elementos contaminantes directos como provoca quien fuma a pocos pasos.
En este conflicto, por sentido común y principio elemental de justicia, debe restringirse al agresor, que es el fumador, por más que se lo vincule al consumo con un hábito socialmente aceptado.
El éxito de la norma antitabaco en Uruguay ha sido un logro del que legítimamente puede sentirse orgulloso el presidente Tabaré Vázquez, porque significa posibilidades de mejor salud para miles de compatriotas que estaban sometidos al impacto del humo y sus consecuentes molestias por consumo de tabaco en lugares cerrados, pero también porque, quiérase o no, desde un país pequeño como Uruguay surgieron pautas para que en otros países se aprobaran leyes muy restrictivas para el tabaquismo y se hayan logrado avances sustanciales contra este flagelo a nivel mundial.
Pero sobre todo, de lo que se trata es de que como en ningún otro caso, seguramente, pese a la idiosincrasia latina, se ha logrado un gran consenso y vigilancia social respecto al cumplimiento de la ley –siempre hay excepciones y rebeldías– que da la pauta de que se está por el buen camino, que es preciso perseverar y seguir concientizando a niños y adolescentes desde los propios institutos de enseñanza y en todo ámbito social.
Y entre los desafíos inmediatos, sin duda figura el lograr mayor predicamento entre las adolescentes, donde la imitación, la adopción de costumbres y el contagio de desinhibiciones, de supuesta “liberación”, hace que lamentablemente el consumo esté en niveles altos, y ya haya registros que indican un importante incremento en los índices de cáncer de pulmón y otros relacionados con el tabaquismo, además de enfermedades cardiovasculares en mujeres.