Los insultos parlamentarios

La próxima campaña electoral promete ser violenta y plagada de golpes bajos. Si se toman en cuenta las declaraciones de grueso calibre de nuestros representantes parlamentarios, la nula capacidad para canalizar la verborragia y las escasas aptitudes para el debate, la intensidad proselitista no tendrá límites. Eso es seguro.
Y para muestra bastan algunos botones. En la sesión de la Cámara de Senadores de ayer, se discutía el planteo de la oposición sobre los insultos de Leonardo de León a Pablo Mieres, a quien trató de “carroñero de la política”, luego que el fiscal de Crimen Organizado, Luis Pacheco, solicitara el archivo del caso que investiga al legislador de la Lista 711 por uso de las tarjetas corporativas cuando estaba al mando de la empresa estatal ALUR.
Enseguida, De León anunció que demandará a Mieres por daño moral y por llevar adelante una campaña de “enchastre público”, según lo definió. Ante tal anuncio, Mieres recibió el apoyo de los líderes de la oposición, quienes se alinearon detrás del senador del Partido Independiente. El senador del Partido Colorado, Pedro Bordaberry, planteó una cuestión de fueros basado en la anunciada denuncia y obtuvo el respaldo del Partido Nacional. Obviamente, tal planteo resultó rechazado por el Frente Amplio, y su bancada alegó que por el momento no existe denuncia judicial alguna contra Mieres.
Sin embargo, el debate cambió de tono cuando el senador Rafael Michelini expuso que la propuesta del colorado era “ridícula”, mientras acusaba a la oposición de “niñas de quince años”. Semejante comparación “sexista” fue reprobada por su compañera de bancada, Daisy Tourné, y casi fuera de micrófonos –con gritos histéricos– mandó a la oposición “a la concha de su madre”.
Mientras la titular de la cámara alta, Lucía Topolansky, pedía de manera reiterada que no se hicieran alusiones, Michelini le solicitaba que se borraran “todas mis alusiones”.
Y siempre ocurre lo mismo. En todo ámbito legislativo –incluso la Junta Departamental– cuando se gritan expresiones injuriosas a voz en cuello, seguidamente se pide el retiro de las palabras dichas en sala. Es decir, después de obtener los quince minutos de fama y cuando todos los medios de comunicación presentes registraron las declaraciones, existe la infame costumbre de quitar las alusiones de las versiones taquigráficas.
Como sea, el Frente Amplio bloqueó el planteo de los fueros que protege a los legisladores y los exime de responsabilidades por sus dichos públicos, de acuerdo a la Constitución. Un tema sobre el cual se habló demasiado, pero hasta el momento no se resuelve nada y mientras en otras partes, este asunto no se discute porque simplemente no existe, en nuestro país los diputados y senadores permanecen bajo el amparo de decir lo que se les cante sin consecuencias.
Otro hecho ocurrió el lunes, mientras se efectuaba el Consejo de Ministros de La Macana, Florida, cuando se encontraron el ministro de Trabajo, Ernesto Murro, y el diputado blanco por aquel departamento, José Andrés Arocena durante la reapertura del frigorífico del departamento.
Ante el cruce tenso entre ambos, el secretario de Estado explicó que en un video, Arocena acusa al presidente Vázquez, sus ministros y al Frente Amplio de la responsabilidad por las muertes causadas por la violencia y la pérdida de empleo. “Te tengo grabado, me trataste de asesino y eso no te lo voy a perdonar. Te tengo grabado, te tengo guardado”, con tono violento que intimidó al diputado nacionalista, delante de otros presentes.
No muy lejos permanece el episodio de la vehemente y larga discusión con reproches incluidos que enfrascó al presidente Vázquez, con un grupo de productores que aguardaba a la salida del Ministerio de Ganadería por una reunión entre integrantes del Poder Ejecutivo y el movimiento “Un solo Uruguay”.
Es que la clase dirigente maneja los micrófonos y las cámaras mejor que nadie. Están acostumbrados y en ocasiones les encanta asistir a los programas, más que a las sesiones.
Su vida política los vuelve trascendentes y quien más, quien menos, pretende dejar su impronta. Es el deseo de pasar por la vida y dejar algo, aunque sea un insulto porque las mociones quedan en el olvido o en la bandeja de entrada y allí se archivan en pos de otros temas fundamentales, para los intereses políticos, al menos.
Desde aquel “oligarca puto” hasta hoy, ha pasado mucha agua bajo los puentes. Y precisamente los puentes se dinamitan cada vez que pueden, en vez de tenderse para aunar criterios y elevar los niveles de discusión. En los últimos tres períodos, las reacciones feroces suman para la contradicción de las arengas contrarias a la violencia y cuando se insiste tanto en las cuestiones de género, queda al desnudo la básica disputa que compara hacia abajo a las mujeres. Por eso, insistimos desde este lugar que si nuestros representantes no tienen incorporadas en sus conductas estas cuestiones, significa que en sus vidas privadas hacen lo mismo. Es bueno saberlo, cada vez que se lean sus comentarios en las redes, porque así como se comportan –hombres y mujeres– demuestran que en la sociedad que habitamos, la violencia era y es un problema que tanto minimizaron, hasta que no se pudo más.
Porque la violencia que ellos también llevan encima no es una cuestión ideológica que se sacude en la calle a gritos, cada vez que se organiza una marcha. Es un problema más serio porque nos representan en un régimen republicano que día tras día admite menos críticas, al tiempo que llevan la hipersensibilidad hasta los límites de la ridiculez. Esta es la generación de legisladores que llegó para quedarse y habrá que bancarse impertinencias y picardías, porque seguramente tampoco les gustará las formas de encarar algunas preguntas en las entrevistas.
Por eso será una campaña rara y sensible, además de larga. Habrá que ajustarse la paciencia o leer a Deepak Chopra hasta que aclare.