Gastando antes de pasar el fardo

“El número del déficit fiscal no es bueno”, sentenció el precandidato presidencial por el Frente Amplio y expresidente del Banco Central, Mario Bergara, en declaraciones recogidas por Telemundo, en un “descubrimiento” que debería incluir un mea culpa como funcionario de primera jerarquía de un equipo económico que sigue cargando esta mochila sobre las espaldas de los uruguayos. Mochila que es un condicionamiento formidable para el presente y el futuro inmediato, cual regalo griego para el nuevo gobierno que asume en 2020, a la vuelta de la esquina.
Las declaraciones de Bergara llegan poco después de que el Ministerio de Economía y Finanzas –cartera que hasta hace no hace mucho dirigiera– emitiera un comunicado señalando que el déficit fiscal se ubicó en 2,7% del PBI, “mejorando” 0,8% respecto al resultado negativo de 3,5% registrado en 2017.
Y decimos “mejorando”, porque en este porcentaje incide decididamente el efecto de las transferencias al BPS por los denominados ‘cincuentones’ que decidieron abandonar el régimen previsional de las AFAP. Descontando este aspecto, que equivale a 1,3%, el déficit fiscal de 2018 fue de 4% del PBI, lo que quiere decir que ha seguido en la línea de incremento de los últimos años. Al respecto, Bergara reconoció que “el número fiscal no es bueno. No está mostrando una tendencia hacia una reducción del déficit y en eso el Gobierno tendrá que trabajar con muchísima más potencia.
Es imprescindible reducirlo, porque no hacerlo significaría entrar en un endeudamiento que no querríamos generar”.
El punto es que el Estado continúa gastando más de lo que recauda, aún con la fuerte presión fiscal que aplica sobre los sectores reales de la economía. La consecuencia es un creciente endeudamiento que contrae el país, pese a que hasta 2014 y durante una década el gobierno contó con un viento de cola producto de las excepcionales condiciones favorables de la economía mundial, con bajas tasas de interés y precios récord de los commodities que exportamos, es decir el sueño de todo gobernante de países subdesarrollados como Uruguay, con una economía netamente primaria y agrodependiente.
De acuerdo a un análisis de los economistas Horacio Baffico y José Michelin, en el suplemento Economía y Mercado del diario El País, la situación de las finanzas públicas es uno de los aspectos que mayor preocupación genera al analizar la marcha de la economía uruguaya.
Por supuesto no es un problema que atañe solo al Estado, al gobierno de turno, sino a todos los habitantes del país, que somos los que financiamos al Estado y por supuesto sufrimos las consecuencias de tener que sacar dinero recurrentemente de nuestros bolsillos para solventar los entuertos que se dan con los dineros públicos, porque no es otra cosa que financiar los déficit de Ancap, de ALUR, Alas U, el dinero que “presta” el Fondes, además de las tarifas de energía y servicios infladas. Y si encima de esta presión fiscal –que cada pasivo, trabajador, empresario, tenga que sacar cada vez más dinero de sus bolsillos–, el país se sigue endeudando porque el Estado gasta más de lo que recauda, pues “estamos en el horno”. Además, con una elección nacional cercana, ya en plena campaña. Por lo tanto, solo cabe esperar más demagogia, promesas y medidas que de ninguna manera apuntarán a los correctivos, sino en seguir estirando las cosas hacia adelante lo más que se pueda.
Como bien señalan Baffico y Michelin, de hacerse las cosas bien, es decir no esconder la realidad, las decisiones de política que se adopten deberán contar con el financiamiento adecuado, ya que no existen “almuerzos gratis” y a la corta o a la larga alguien termina pagando. Y ese alguien somos los ciudadanos que pagamos impuestos.
No hay magia ni regalos caídos del cielo en la economía, por lo que toda inversión o gasto que encare el Estado debería ser con financiamiento genuino y no a través de un ajuste, consecuencia de la imprevisión y de la irresponsabilidad que se hace gala en su momento, al gastar alegremente a cuenta de que de algún lado va a salir el dinero, al estilo despreocupado (para él, no de quienes pagan) del expresidente José Mujica.
Yendo a los datos del desempeño del sector público en el año 2018, surge al cabo del pasado año que el déficit se ubicó en el 2,7% del PBI. Pero ese es tan solo un dato estadístico, distorsionado por el ingreso de dinero al BPS proveniente de aquellos aportantes a alguna AFAP que optaron por retornar al régimen de reparto en el marco de la Ley N° 19.590, más conocida como la de los cincuentones.
Hay que tener presente que esos fondos se vuelcan a un fideicomiso tendiente a asegurar el financiamiento futuro de esas pasividades, y que a su vez será insuficiente para cumplir tal fin, por lo que lejos de mejorar la situación fiscal empeora a mediano plazo.
Por lo tanto, el análisis de las finanzas públicas debe realizarse sin tener en cuenta esos fondos que irán ingresando en los próximos meses a medida que más cincuentones se vayan desafiliando de las AFAP. Hechos los ajustes correspondientes, se constata que el verdadero déficit del sector público se ubica en el 4% del PBI, y se constata que ha seguido subiendo pese a que el gobierno del Frente Amplio ha reconocido a regañadientes la gravedad del tema y anunciado que se iría corrigiendo.
Precisamente subrayan los analistas que no solo el verdadero déficit es mayor, sino que se ha ido agrandando a lo largo del año en una trayectoria que preocupa y obliga a financiar el desequilibrio mediante deuda, y depender cada vez más del endeudamiento torna cada vez más vulnerable a la economía, cuyas fortalezas se van debilitando.
El punto es que el gasto crece a un ritmo superior al de la economía, lo que quiere decir que también se reducen los ingresos producto de las cargas que se aplican sobre toda actividad, por lo que el resultado cantado y anunciado es un mayor déficit, con un deterioro que ha sido continuo a lo largo de la presente administración.
En 2018 el incremento porcentual de la recaudación se fue diluyendo al punto tal que la recaudación total de impuestos apenas aumentó 1,1% real en el último año. Esta evolución ratifica la tendencia al estancamiento que muestra la economía, que se ve reflejada entre otras cosas en la pérdida de puestos de trabajo.
Contrastando con una recaudación que no crece, el gasto no deja de aumentar, porque se ha centrado en gran medida en el asociado a pasividades y al seguro nacional de salud, con el agregado de las partidas sujetas a algún grado de discreción por las autoridades, en tanto también suben las inversiones, confirmando el ciclo electoral que las caracteriza.
Es decir, más de lo mismo, con un solo resultado: se gasta más que lo que ingresa, y como en un hogar, llegará un momento en el que no habrá más donde rascar para evitar el derrumbre. Y todavía falta el grueso del carnaval electoral, a cuenta de pasarle el fardo a quien asuma en marzo del año que viene.