El desempleo en los más jóvenes

Mientras los grandes se pelean por un lugar en el estrado del 1º de Mayo, un espacio para tomar el micrófono y medirse a ver quién grita más fuerte o sacarse “la” foto que correrá como reguero de pólvora por las redes sociales, los más jóvenes permanecen al margen del escenario con guarismos que preocupan.
Aún no sabemos si les preocupa a quienes deben resolver, pero es seguro que las estadísticas no son halagüeñas. Un trabajo realizado en forma conjunta por Equipos Consultores y el Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República indica que entre los 18 y 29 años se presentan los índices más elevados de informalidad. Esa franja etaria se ubica en torno al 31 por ciento y sube al 38 por ciento entre 18 y 22 años, cuando la media a nivel nacional es del 24 por ciento.
De ese universo, más de la mitad de los trabajadores jóvenes vienen de hogares pobres (51 por ciento) y, claramente, la tendencia cambia en las clases medias y altas porque el desempleo baja al 19 por ciento. El trabajo en negro, que crea desigualdad, también influye en los cambios continuos porque en su mayoría tienen intenciones de cambiar el trabajo en los próximos seis meses.
Entonces, el cuello de botella no pasa por el desapego o la falta de compromiso, sino por los escasos resultados que tiene el combate a la precarización laboral en una población que, preferentemente, se desempeña en el sector privado. Y, ante el deterioro del panorama laboral en Uruguay, no pasan desapercibidos quienes desean tener una primera experiencia en el mundo del trabajo.
Dicho esto, las autoridades deberían analizar las razones por las cuales –a pesar de los incentivos establecidos en la ley de empleo juvenil– no tienen altas repercusiones las medidas adoptadas por el gobierno. Porque tenemos un mercado de trabajo que prácticamente se mantiene invariable –ya es casi una obviedad su aclaración– pero en líneas generales se debe al perfil poblacional. Una baja natalidad, una población con tendencia al envejecimiento y trabajadores que cada vez más aplazan su momento de retiro conspiran con una mayor movilidad. Eso, sumado al retiro o cierre de empresas en los últimos años, aumentan el desempleo y la informalidad en este segmento específico.
Es, además, otra muestra del enlentecimiento en el nivel de la actividad porque tampoco se han creado los puestos necesarios para absorber a los más jóvenes. Y porque mientras se muestra estable el índice de desempleo a nivel país, la tasa de empleo cae invariablemente desde 2014 y de ahí el cálculo en la pérdida de unos 50.000 puestos.
El desempleo en los menores de 25 años está por debajo de los niveles constatados en 2006, que es cuando comenzó la divulgación específica de su alcance a nivel nacional. Por lo tanto, es también un indicador de las decisiones empresariales al no contratar a trabajadores más jóvenes, quienes se retiran de la búsqueda de un puesto laboral porque no enfrentan mayores obligaciones familiares.
Como muestra de eso, entre 2015 y 2018 hubo unos 20.000 jóvenes que se retiraron de la búsqueda de un trabajo.
El mundo del trabajo requiere hoy una mayor tecnificación –que, además, suple a la mano de obra– y preparación en habilidades relacionadas a las nuevas tecnologías. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) hacia el 2020 los jóvenes representarán a un quinto de la población total en nuestra región. Por lo tanto, el panorama se presenta ensombrecido desde ahora, si tomamos en cuenta la precarización laboral y de salarios insuficientes, a nivel continental, entre los 15 y 24 años. Es muy difícil de prever que puedan salir de la pobreza y evitar, así, que la brecha continúe ensanchándose.
No difiere demasiado con el último estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que, al cierre del año pasado, reflejaba “una señal de alarma” sobre el desempleo juvenil ubicado en 19,6 por ciento en el tercer trimestre de 2018 a nivel regional o un incremento de unos 5 puntos porcentuales en los últimos cuatro años. Es decir que uno de cada cinco jóvenes busca trabajo y no lo encuentra.
Más allá de las acciones positivas y de mensajes impregnados de corrección política, existe una realidad que cuesta transformar en los últimos años. Porque el desempleo se encuentra instalado entre las mujeres y los jóvenes y las perspectivas para el cierre de este año no serán mejores, a pesar de tratarse de un año electoral en la región, particularmente en Uruguay.
Y por si esto fuera poco, conviene analizar que esta tendencia preocupante ocurre en Uruguay con un Producto Bruto Interno (PBI) al alza, sin un escenario de crisis como el ocurrido a comienzo de la década del 2000 y sin grandes impactos negativos desde el exterior, a pesar del enlentecimiento brasileño o la extrema volatilidad argentina.
Sin embargo, los altos costos laborales y la baja productividad presionan para que los ajustes de las empresas se enfoquen en los trabajadores más jóvenes.
En líneas generales, cuando se muestran estos datos negativos se suele comparar con otros países de la región. Pongamos el ejemplo de Brasil, donde se incrementó el desempleo en 6,9 puntos y muestra dos dígitos porque corresponde al 13,1 por ciento de la población económicamente activa en relación a Uruguay, que tuvo un incremento de 2,5 puntos porcentuales desde 2013. El tema es que Brasil es prácticamente un continente en sí mismo, con realidades muy diferentes en las característica de su territorio y población.
Y lo cierto es que en un territorio tan pequeño, sin accidentes geográficos y con las posibilidades de llegar a cualquier punto del país en pocas horas, el gobierno no le encuentra la vuelta mientras le gusta especular con los ni-ni, sin desglosar las realidades que conlleva a una problemática bastante más diversa.