La violencia en los centros educativos

Los reiterados hechos de violencia ocurridos en las aulas de los centros educativos movilizan hoy a un grupo de docentes de la Escuela Técnica en Paysandú. Por la misma causa, anteriormente también hubo movilizaciones en San José, en Montevideo y en otros centros educativos dependientes de los distintos consejos.
En cada entrevista con maestros, técnicos, educadores y profesores, se insiste sobre las mismas consignas, según las cuales éstos cuentan con escasas herramientas para enfrentar un fenómeno que no es nuevo en la sociedad, pero que ha traspasado los límites y los supera.
En algún sentido, ya han advertido que es dentro de los centros educativos donde se pueden generar los insumos para empezar a erradicar las situaciones de violencia en la sociedad, pero sin el compromiso de la totalidad de los actores sería imposible lograrlo.
Como sociedad, es claro que hay fallas en la base misma, desde los referentes familiares de los jóvenes, el entorno ciudadano, el destino de los recursos humanos y económicos de la educación y la necesidad de transformar el actual sistema en un contexto asequible.
Por lo tanto son imprescindibles cambios que van desde mejorar las infraestructuras de los centros educativos, partiendo del reacondicionamiento de los edificios, hasta la imprescindible conformación de equipos multidisciplinarios que permitan un abordaje integral a un problema que es estructural.
Por ejemplo, en el caso de la Escuela Técnica de Paysandú, las clases se imparten en un edificio de comienzos de la década de 1940, que nos remonta a la más rica historia de un Paysandú industrial que capacitaba a los futuros obreros. Pero los tiempos han cambiado así como las necesidades de capacitación de la juventud, que no encuentran en el sistema las respuestas que buscan para su futuro.
Porque aquel Paysandú ya no existe, ni aquellos jóvenes que llegaban a capacitarse en oficios tienen los mismos intereses que éstos.
Cuando se miden los resultados académicos y se establecen comparaciones críticas con la región, en ocasiones no se toman en cuenta algunos aspectos que influyen de manera directa en las conductas, trayectorias educativas y en las valoraciones de los rendimientos. La inseguridad en la convivencia, los hechos de violencia intrafamiliar, el incremento en el consumo problemático de sustancias –no solo drogas duras, sino alcohol y psicofármacos– generan un caldo de cultivo que probablemente finalice su cocción de la peor manera en un aula.
Si un docente nos mira a los ojos y nos dice: “no estamos capacitados para afrontar estas problemáticas y ya no sabemos qué hacer”, claramente nos está indicando que del discurso moralizante de las autoridades están fuera de la realidad. Y esos conceptos se reiteran en todos los niveles.
Y ya no es solo el desconocimiento de la autoridad, sino que la estructura social se deteriora así como los vínculos. Porque sería muy fácil reclamar límites en individuos que probablemente no los reciban en su entorno familiar, donde los lazos cada vez son más débiles y a veces es difícil encontrar a un adulto responsable, o al menos alguien con alguna responsabilidad. La educación ha recibido un refuerzo presupuestal en la última Rendición de Cuentas, pero se debe analizar si se orientan en el sentido acertado porque un escenario, como el uruguayo, con bajos rendimientos académicos y altos índices de abandono, significan una alerta a tener en cuenta.
Ciertamente, las nuevas generaciones están más al tanto de sus derechos y en este aspecto mucho tienen que ver las políticas de la educación, que han puesto especial énfasis empoderar a los jóvenes. Estas políticas han sido acompañadas de normativas, leyes, tratados, con la participación de referentes nacionales en convenciones internacionales pero que de poco han servido para solucionar los problemas reales de los estudiantes.
Si antes era natural el maltrato a los estudiantes, la humillación física tan bien descripta en los cuentos de los abuelos o la violencia institucional, hoy –por suerte– es todo lo contrario. Pero eso no basta para mejorar la educación, ni para lograr una razonable convivencia en paz en los centros educativos.
Hoy todos tenemos claro que la educación media es un pasaje obligado a un empleo que en muchos casos ni siquiera se conoce cuál será.
Pero las pantallas de los smartphones y las tablets compiten distrayendo la atención de los jóvenes, que se aíslan de la realidad mientras que el diálogo y las relaciones interpersonales van perdiendo pie frente a las nuevas formas de socialización. Y cuando el niño o el joven llega al centro educativo, ya es difícil –si no imposible– captar su interés y cambiar algunas conductas que ha absorbido a través de los nuevos medios. Porque si en su realidad virtual consume escenas violentas, entonces para él será natural reaccionar con violencia ante sus pares.
Está claro que cuando un docente debe interponer su cuerpo para detener un hecho violento, es que anteriormente alguien no asumió su responsabilidad. Porque el desconocimiento de la autoridad no empieza con los adolescentes y porque el vacío de poder es apenas la consecuencia más visible del problema.