Prohibido decir futuro

Venezuela padece el mayor éxodo en la historia del país y se nota prácticamente en toda Latinoamérica. Al finalizar este año, se habrán ido más de cinco millones de venezolanos y la frontera con Colombia es el fiel reflejo de lo que ocurre en la nación petrolera, al igual que con otros vecinos un poco más alejados, como es el caso de Uruguay.
El año pasado cerró con unos 9.000 venezolanos que llegaron a estos lares y se prevé que en 2019, arriben unos 12.000. Sin embargo, estos migrantes vienen cada vez en peores condiciones, luego de cobrar salarios mínimos que no alcanzan a unos 6 dólares mensuales, o el peor de todo el continente. De acuerdo a los parámetros del Banco Mundial, un ingreso ubicado por debajo un dólar diario es considerado como de pobreza extrema, mientras que la FAO –el organismo de las Naciones Unidas para la Alimentación– estima que el país padece los niveles más altos de subalimentación de América Latina.
Por eso, se nota cada vez más que llegan en situaciones realmente vulnerables y necesitan la ayuda de organizaciones civiles, que le suministran los enseres básicos. Pero todo requiere de recursos y se ha calculado que la hoja de ruta trazada para los venezolanos a nivel global cuesta unos 738 millones de dólares.
Si antes lograban salir del país jóvenes profesionales que, si bien nunca logran insertarse en trabajos de acuerdo a sus niveles académicos, al menos conseguían un empleo, actualmente se observa el arribo de grupos familiares.
Estos núcleos llegan con pequeños ahorros que obtuvieron con grandes dificultades, porque conseguir al menos 1.000 dólares no es una tarea fácil en un país donde no hay dinero para comprar lo necesario y ni siquiera hay circulante. Y claramente, esa suma no alcanza para establecerse en otro país que les resulta caro, como Uruguay.
El primer escollo a sortear es la vivienda para quienes no tienen una garantía de alquiler, por lo tanto deben efectuar el depósito correspondiente que es dificultoso, dado que sus recursos son limitados o la problemática que requiere otra mirada cuando esa familia también se compone por niños.
Llegan con grandes problemas no resueltos y después de atravesar el doloroso periplo de dejar a otros integrantes de su familia en el país caribeño o de dormir en calles, plazas y aeropuertos hasta desembarcar en Montevideo. Las razones por las cuales eligen Uruguay se basan en las facilidades para conseguir la documentación necesaria, además de aterrizar con una visión de país que, en ocasiones, es distorsionada. Sin embargo, valoran la calidad de la democracia y el sistema sanitario al que acceden de inmediato con una cédula provisoria.
La xenofobia también ha sido un problema, aunque no es comparable con otras zonas de Latinoamérica. El caribeño con buenas cualidades se inserta laboralmente en un país bastante dominado por los sindicatos, los feriados o la apatía. En cualquier caso, el uruguayo medio que accede a distintos servicios, agradece su amabilidad y simpatía que por otra parte escasea –y cada vez más– entre sus compatriotas y principalmente dentro del circuito comercial, donde hace falta paciencia, buen trato y disposición con el público.
Históricamente Uruguay ha recibido a un crisol de nacionalidades, entre las que se encuentran cubanos o dominicanos. Pero en los últimos meses, se ha registrado un incremento en la demanda de visas por dos meses que otorga la embajada de Nicaragua por un mínimo de requisitos. Apenas dos fotos carné, la fotocopia del pasaporte y 30 dólares brindan la ventaja de un documento que les puede servir más adelante y porque, en varios casos, no tienen la voluntad de quedarse en el país sino de utilizar esa vía para llegar a México y de allí a Estados Unidos para encontrar un paraíso propio.
Para otros, Uruguay no es lo que imaginaba o lo que le informaron, porque la salida para obtener una comida diaria ha sido un empleo en negro, con el complemento del destrato de empleadores y la desconfianza de sus vecinos. En todos los casos el futuro es incierto y, aunque el retorno aparece siempre como la primera posibilidad, se sabe que al menos un 60 por ciento de los venezolanos que llegaron piensan en quedarse. Y quienes piensan volver, tampoco saben por cuánto tiempo estarán en la diáspora porque el proceso de recomposición de la nación devastada no llevará pocos años a partir de la salida de Maduro, quien es un gobernante que aún mantiene el poder sostenido por Cuba, Rusia y la corrupción.
En los últimos años llegaron miles y probablemente aterricen varios miles más. Provienen de países donde algunos dirigentes nacionales están convencidos que rige una “democracia diferente”, sin embargo, en su mismo partido tienen otras versiones.
Y consideran que no todo es culpa del embargo de Estados Unidos a las naciones caribeñas, sino que directamente reconocen persecuciones ideológicas, estigmatizaciones propias –además de las ajenas– y una vigilancia constante que no les permite tener vidas plenas. Es el reconocimiento de la existencia de un régimen que les impide proyectarse hacia el futuro, a pesar de tener carreras universitarias y de llegar a un país –como Uruguay– donde solo el 7 por ciento de la población accedió a ellas. Porque en Cuba viven en un sistema invertido, donde los profesionales ganan poco y con la reventa o con negocios ilegales, obtienen mejores ingresos.
El problema es que llegan aquí, con el pensamiento puesto en que Uruguay es aquella nación tan europeizada del siglo XIX, cuando en realidad seguimos siendo el Tercer Mundo, y encima, latino.
Además, aterrizan en un país que, a pesar del nulo crecimiento demográfico, tiene problemas de empleo en cualquier nivel de actividad, con una economía planchada y las reminiscencias puestas en la década ganada, de la que nada quedó.