El Paysandú que no queremos

La desafortunada emergencia médica ocurrida en un supermercado de la ciudad, que resultó fatal para un hombre de 65 años conmueve, es un llamado para que miremos la realidad que vivimos y cómo somos como sociedad; desnuda una parte que no queremos ver de Paysandú.
William Shakespeare escribió “La comedia de las equivocaciones” y en alguna tragicómica manera puede aplicarse. Por un lado, porque el cadáver permaneció más de tres horas sin ser retirado de un lugar a la vista de quien quisiera verlo. Por otro, porque deja en evidencia que esta nuestra sanducera sociedad no escapa a ese síndrome que tanto mal le hace a la Humanidad en general: la indiferencia.
Al parecer –según versiones de Fiscalía y forenses– una clara ignorancia de parte de los facultativos actuantes que no expedían el certificado de defunción, aduciendo que era potestad del médico forense, de acuerdo a la ley 19.628, que en este junio cumple un año de promulgada.
Si no es una muerte violenta “los médicos que participaron de la asistencia de una persona fallecida están obligados a expedir el certificado de defunción” establece el texto legal. Como el médico de una unidad de emergencia no podía indicar la causa –aunque claramente no fue violenta ni provocada por un delito– debió consignar “en el certificado de defunción que se trató de una muerte natural de causa indeterminada”. Paso siguiente, la Policía debió coordinar el inmediato retiro del cuerpo.
Esa debió ser no solamente la decisión humanitaria, sino la que establece la ley. Que las partes no tengan claro cómo se debe llevar a cabo el procedimiento y que cada una maneje un librito distinto, es preocupante. Todos tendrían que saber el protocolo, y si una de las partes duda o está equivocada, los demás deberían hacérselo saber de inmediato, y no estar tres horas a la espera de una resolución de no se sabe quién.
Más allá del tema legal, desde el instante mismo en que el hombre cae fulminado en las inmediaciones de la caja donde había terminado su compra, todo pasa a ser un no programado experimento social. Un ser humano sufrió una descompensación grave, que lo dejó en el suelo sin poder asistirse por sí mismo, pero no se tomó la obvia decisión de en ese mismo momento interrumpir toda actividad comercial al tiempo que se convocaba a la emergencia médica, extremo que sí se cumplió.
Con un hombre en condición crítica, las compras y ventas continuaron por una extensión de tiempo (corta, debe concederse), atendiendo a que el cliente debía ser recompensado por su tiempo de espera y porque –es un probable razonamiento del encargado o gerente del lugar– no es su culpa si un prójimo sufre una descompensación. Y luego las cajeras completaron como si todo fuera normal su recaudación, a pasos del desafortunado sanducero, cumpliendo con el trabajo que se les impone.
Es cierto que la vida continúa siempre –con o sin nosotros– pero exponer así tan crudamente la indiferencia por la tragedia ajena deja en evidencia que va ganando terreno lo inhumano en el ser humano.
¿Qué hubiera ocurrido si en lugar de una emergencia médica se vivía una rapiña? ¿Las cajas del supermercado hubieran continuado como si nada? ¿Con los clientes terminando sus compras y sacando sus carritos fuera del recinto? Definitivamente no. Se hubiera detenido todo de inmediato y esperado directivas de la Policía. Cierto, en el caso de una rapiña –con armas de fuego por ejemplo– el peligro se torna propio, nosotros podemos ser heridos o muertos, es algo que paraliza. Mucho más que ver a otro ser humano luchando por su vida. Lo ocurrido duele y debe hacernos reflexionar sobre nuestra actuación en sociedad, aun cuando es evidente que la indiferencia de las personas ante el sufrimiento de desconocidos en la calle es un fenómeno cada vez más recurrente en distintas partes del mundo, y para nada un fenómeno sanducero.
En muchos casos a la indiferencia se suma la desesperación por filmar todo lo que ocurre. Hay muchos videos que muestran a gente pasando por delante de víctimas que acaban de sufrir accidentes o que están pasando por alguna situación extrema y que, sin embargo, no hacen nada por asistirlas. No se sabe, ni se afirma que este haya sido el caso, conviene aclarar.
Pero mientras unas pocas personas trataban de hacer lo que podían para recuperar al afectado, en tanto se esperaba la ayuda médica, otros simplemente pasaban sus tarjetas de crédito por el POS, recogían su compra, le daban una propina al cuidacoche o cuidamotos y a seguir con la vida. “Un hombre sube al metro en Los Angeles y se muere, ¿crees que alguien se da cuenta?”, afirma Vincent (Tom Cruise) en una escena de “Collateral”.
La indiferencia puede resultar estremecedora. Dolorosamente. Para muchos, una persona caída en la calle es un borracho, alguien que se mueve erráticamente está fuera de sí. Cualquier persona que no se vea “normal” no es que necesite ayuda, es alguien que solo merece un calabozo, así sale de nuestra vista. Así, cada uno de nosotros, los normales, podremos continuar con nuestra forma de vida confortable, tranquilos en nuestra deliciosa seguridad familiar. Nuestro fuerte. El lugar de nuestras preocupaciones.
Ese supermercado, convertido en microcosmos por unas horas, espacio de un experimento social que mucho usan programas de televisión como “¿Y tú qué harías?” (TVN, Chile) o “Gente maravillosa” (TV Andalucía, España), nos dejó ver la parte de nuestro “ser sanducero” que no queremos ver.
Precisamente ahora, cuando ingresamos al Mes de Paysandú Ciudad, pero sin motivos para golpearnos el pecho ante el nuevo aniversario de la ciudad diciendo todo lo bueno que somos. Ya no suena tal real aquello expresado por Adolfo Mac Ilrriach en su proclama: “Ser sanducero es saber comprender al enfermo”.
Claramente, este experimento social inesperado no debe considerarse de modo universal, como si todos los sanduceros seamos igualmente indiferentes ni dejar en el olvido que hubo quienes intentaron dar una primera ayuda. Solo evidencia que en ese momento y lugar, ocurrió una cadena de errores que involucró a un grupo de personas que no supieron procesar lo que estaba pasando y actuar en consecuencia.
No los convierte en seres despreciables ni mucho menos. Advierte que aquí mismo, sin necesidad de buscar en Internet ni mirar los informativos internacionales, la indiferencia ante el dolor ajeno está presente. No “en ellos”. Está presente, eso es lo complejo. Refleja otra parte de una misma sociedad. Que sea un punto de reflexión, sin buscar culpables ni simplificarlo con que fueron “otros”. Sucedió aquí, de eso se trata. Volvamos a las raíces, volvamos a una sociedad que sea “un canto a la vida, una armonía del espíritu, un reconocimiento a Dios”.