Los últimos datos oficiales que indican que la economía uruguaya continuó estancada en el primer trimestre del año no pueden sorprender a nadie que haga por lo menos un seguimiento mínimo de la actividad económica, con los tres principales motores –el consumo, la inversión y las exportaciones– en continuo descenso.
A su vez, el crecimiento (¿?) se sostiene en el sector público y sobre todo, en servicios de los entes, con escaso derrame sobre el sector privado y en particular, en el empleo, lo que quiere decir que este concepto en este caso específico es pura fantasía, desde que la riqueza se crea en el sector privado y desde el Estado en cambio solo se (mal) utilizan estos recursos dejando por el camino la parte más grande de la torta, perdida en burocracia y déficit de gestión, así como gastos a menudo tan excesivos como injustificados.
El punto es que los técnicos ratificaron su visión de pesimismo para lo que resta del año, desde que no hay ningún elemento tangible, salvo actos de fe de los principales actores del gobierno, como el ministro de Economía y Finanzas Cr. Danilo Astori, que a pesar de este rumbo y advertidos de que no ven signos de reactivación del sector privado, confían en la incidencia positiva que tendrá la soja en el segundo y tercer trimestre del año, como si fuera a ser un remedio mágico en una problemática que es mucho más profunda y compleja.
Precisamente los datos de Cuentas Nacionales del primer trimestre, divulgados por el Banco Central (BCU) muestran que la actividad se mantuvo estancada en el primer trimestre respecto al último cuarto del año pasado, mientras que hubo una leve caída de 0,2% respecto al arranque de 2018.
En la medición trimestre a trimestre, la actividad no muestra señales de crecimiento desde el primer trimestre del año pasado y desde entonces, alternó subas y bajas de la actividad de hasta 0,2 %, lo que configura un escenario de persistente estancamiento.
Estos números macro sin embargo son poco expresivos en realidad respecto al escenario y la percepción que tiene el ciudadano, esa percepción que la venimos marcando desde hace tiempo, porque en el Interior, como hemos señalado desde esta página editorial, el parate hace rato que impacta y desde el gobierno nacional no se ha tenido respuesta.
De ello es claro ejemplo el desborde por el persistente crecimiento del déficit fiscal, que se sitúa actualmente en el orden del cinco por ciento del Producto Bruto Interno (PBI), pese a que el ministro de Economía le ha venido restando importancia y dijo que se iba a bajar paulatinamente, con pronósticos tan optimistas como delirantes al fin de cuentas, porque precisamente se ha dado al revés por falta de instrumentación de medidas en este sentido.
Es que es impensable reducir este déficit mientras sigue cayendo la actividad y consecuentemente la recaudación fiscal, mientras que el Estado sigue aumentando el gasto, por lo que se está ante una relación causa-efecto que se manifiesta en la quietud de actividades, desempleo y subempleo, cierre de empresas, –no se cierran y se abren como cosa natural, como sostuvo, ajeno a la realidad que se vive, el presidente Tabaré Vázquez– y se ha puesto en marcha un círculo vicioso al que por ahora no se le ve salida.
Cabría preguntar qué empresas se abrieron al cabo del cierre de Pili, de la ex Paylana, y tantas otras en Paysandú, salvo algún quiosco, puesto callejero, remise o microemprendimiento para subsistir, con suerte variada, de aquellos trabajadores que quedaron por el camino.
Y no se le ve salida porque el gobierno sigue en piloto automático, hacia las elecciones, y lo que es peor, negando la realidad –por lo menos hacia afuera– en pleno período electoral, donde este ni ningún otro gobierno, por instinto de supervivencia, va a poner en marcha las medidas impopulares necesarias para revertirlo por lo menos en el mediano plazo, porque implican sensibles costos político-electorales.
Es pertinente traer nuevamente a colación los datos del Banco Central, que indican que a pesar de los números macro, los principales motores del crecimiento se encuentran en caída. El consumo privado acumula dos trimestres consecutivos de contracción interanual (0,5% en el último trimestre de 2018 y 0,4% en el arranque del año), la inversión privada se contrajo 4,8% y ya completa dos años y medio de caídas consecutivas mientras que las exportaciones van por el cuarto trimestre, con un deterioro de 6% en el primer trimestre en relación a igual período del año pasado.
Entre los principales sectores de actividad, la caída es el común denominador, como es el caso del agro, que detuvo su crecimiento en términos interanuales y mantuvo el mismo nivel de producción del año pasado, compensando un mejor rendimiento del sector agrícola con un deterioro de la producción ganadera y lechera.
Paralelamente, la industria siguió retrocediendo, de la mano de los alimentos y celulosa, con una caída de 2,5% interanual en el primer trimestre y acumula un segundo dato de signo negativo. El comercio, en tanto, cayó 6,9% influido parcialmente por una mala temporada turística en que la pérdida de competitividad afectó el ingreso de visitantes e incentivó el turismo emisivo.
La construcción, por su parte agregó un noveno trimestre de caída, con deterioro de 3% respecto al año pasado y funcionando como el acostumbrado termómetro de la actividad general del país.
Por supuesto, la respuesta está muy lejos de centrarse en la espera de los ingresos de la soja, porque tal como viene la mano, este factor, en caso de darse en la medida que los técnicos de Economía esperan, no alcanza para mover la aguja en un país postrado, sobre todo desde el Interior, del que vinieron las primeras señales de esta recesión incipiente.
Pero el gobierno prefirió ignorarlo para no dar el brazo a torcer que iba por el rumbo equivocado, y un ejemplo es que no ha practicado la austeridad que en cierto momento dijo que iba a poner en marcha y en cambio se ha seguido incrementando el gasto público, a la vez que la recaudación está en caída.
Para zafar por lo menos transitoriamente de este cepo, se requiere aumentar sustancialmente las exportaciones sin a la vez apelar al uso del tipo de cambio, porque la consecuencia es inflación y pérdida de poder adquisitivo y una caída aún mayor de actividad al principio, para después iniciar un despegue dentro de un plazo mínimo de año y medio a dos años.
Pero este período de recuperación es posterior a la contienda electoral y significaría reconocer el fracaso de una política económica que se ha llevado adelante impulsada por motivos ideológicos, pese a que desde el punto de vista de las leyes de la economía se sabía cuál iba a ser el desenlace, como por su puesto debe saberlo el conductor de la política económica. Mayor gasto estatal, burocracia intocable, gestión decepcionante en el Estado, aumentos de tarifas con sobreprecios para financiar el déficit y por lo tanto mayor costo para las empresas y hogares, solo generan desempleo y estancamiento.
Demasiado evidente y conocido. Sin embargo se ha metido el pie con los ojos abiertos en esta trampa para osos, y peor aún, se ha dejado todo como está para tratar de no perder la elección y que se arregle el que venga.
Y no es para alegrarse, porque todos estamos en el mismo barco.
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