La nueva era K

En un convulso escenario regional y en medio de un frenazo económico global, con una Argentina fracturada socialmente y ante una situación económica extrema, el martes pasado asumió como nuevo presidente de ese país, Alberto Fernández, bajo la bandera del kirchnerismo y del peronismo, junto a la inefable Cristina Fernández como vicepresidenta.
Los desafíos del nuevo mandatario son enormes y, si se mantiene en la línea conciliatoria a tono con su discurso de asunción, podrían generarse cambios para mejor, para acortar “la grieta”, para achicar la pobreza, para generar empleo genuino. Sin embargo, hablamos de Argentina y, se vio con claridad en la transmisión televisiva del acto del martes, Cristina Fernández no tiene ningún interés en una reconciliación y esto es un punto de preocupación.
Alberto Fernández asumió la Presidencia con un llamado a la unidad para superar “el muro del rencor y del odio entre argentinos” y con el foco en aliviar la grave crisis económica, paliar la pobreza y renegociar la deuda que asfixia este país. En medio de ovaciones y la marcha peronista, Fernández recibió la banda y el bastón presidencial de manos de Mauricio Macri, el primer mandatario argentino no peronista que termina su mandato desde el retorno de la democracia en 1983.
Argentina se dirige hacia tiempos de mucha incertidumbre, y la unidad política es la base sobre la cual sostener cualquier estrategia que pretenda algún tipo de éxito. Alberto Fernández, a diferencia de Macri hace cuatro años, no se anduvo con vueltas a la hora de describir la actual situación del país, con una pobreza del 40% y de una economía a la deriva al borde de la quiebra.
Tan realista fue el nuevo presidente que dejó en claro que Argentina, aunque tiene la voluntad de pagar las deudas con los acreedores, no posee recursos para hacerlo. Un mensaje un tanto peligroso teniendo en cuenta los antecedentes de los argentinos respecto a la actitud peronista de que el impago es un acto de patriotismo. Alberto Fernández no está en esa línea, pero quizá pudo haber matizado un poco esas palabras; los mercados desconfían y mucho de Argentina.
“Tanto el gobierno como los organismos financieros internacionales han de tener un límite que no debe ser sobrepasado. Argentina no puede volver a convertirse en un país expulsado del sistema, con las líneas de financiación cerradas y con una clase media –factor de estabilidad y progreso del país– cada vez más empequeñecida y empobrecida. Se pueden discutir los mecanismos para que la situación revierta, pero no a costa de que Argentina vuelva a ser apartada, ni de que los argentinos carguen el pesado fardo de una situación que no merecen”, asegura un certero análisis del diario El País de Madrid.
Mientras tanto, el Fondo Monetario Internacional (FMI) aseguró el jueves “respaldar plenamente” los planes de Alberto Fernández de fortalecer la protección social contra la pobreza, aunque advirtió que necesita “detalles” sobre las “prioridades” del nuevo gobierno de cara a la modificación del programa de asistencia.
“Ha habido un buen número de discusiones con las autoridades argentinas, conversaciones constructivas”, dijo el portavoz del Fondo, Gerry Rice, durante su rueda de prensa quincenal. Según datos del gobierno saliente, Argentina acumula una deuda pública total de 314.315 millones de dólares, de los que casi 44.000 corresponden al préstamo de 56.300 millones aprobado el año pasado por el FMI.
Pero hay otros puntos que dejan más incertidumbre y generan preocupación. Como la referencia de Alberto Fernández a la justicia durante su discurso de asunción, un momento muy aplaudido por su hinchada. En ese instante, el flamante mandatario se refirió a la reforma de la justicia que impulsará su gobierno para que “nunca más” haya una justicia que “decida y persiga según los vientos políticos del poder turno”. Fernández consideró que en los últimos años se ha producido un deterioro judicial y se han visto “persecuciones indebidas y detenciones arbitrarias inducidas por los gobernantes y silenciadas por cierta complacencia mediática”.
El mandatario indicó que quiere “una Argentina donde se respeten a rajatabla la Constitución y las leyes”, y recalcó que no quiere que “haya impunidad ni para un funcionario corrupto, ni para quien lo corrompe, ni para cualquiera que viola las leyes” por lo que anunció el envío de un conjunto de leyes al Parlamento para reformar la Justicia.
En los últimos años, la propia Cristina Fernández, investigada por la Justicia por diversas causas de corrupción, ha sostenido que es víctima de “una persecución política” por parte del anterior gobierno de Macri. Todo hace sospechar que las palabras del actual presidente apuntan a blindar a la exmandataria de una cantidad de causas, entre ellas por corrupción y enriquecimiento ilícito.
La figura de por sí de la viuda de Néstor Kirchner es esencialmente peligrosa. Su escaso apego a la legalidad, sus maneras chabacanas y ordinarias, su mentalidad revanchista y su odio perenne a todo lo que no sea peronismo, pueden llevar a pensar que ella será el poder en la sombra. Ya el martes le robó el protagonismo al otro Fernández con los desplantes a Macri. Es un vínculo para seguir muy de cerca.