Siempre al límite

Más allá de las críticas que cualquiera puede hacerle a esta potencia, Estados Unidos posee una de las democracias más plenas de este planeta. Al punto de que el presidente pueda ser, siguiendo los pasos necesarios y si así amerita, llevado a juicio político, como está sucediendo en estos momentos con su actual mandatario, el republicano Donald Trump.
Las consecuencias que pueden desencadenar este proceso si llega a término –es decir, que Trump pueda ser destituido– no están claras porque las posibilidades de que los demócratas tengan éxito tampoco son fehacientes. El espectáculo sí brinda una realidad de puja política en un país como Estados Unidos, con todo lo que eso significa. Además, a Trump no lo cambiará un “impeachment”, como se le llama el juicio político a un presidente en su país: no variarán sus políticas migratorias ni su postura frente a China, por ejemplo.
Lo que sí logró la oposición demócrata, que llevó a este punto al presidente por los cargos de abuso de poder y obstrucción al Congreso, fue molestar y dejar marcado a Trump, el tercer mandatario en ser sometido a un “impeachment” después de Andrew Johnson en 1868 y Bill Clinton en 1998.
El analista internacional Raúl Sohr explicó que en Estados Unidos la Cámara de Representantes es la encargada de realizar la investigación y el Senado actúa como jurado. El quórum es de dos tercios: “Si vas a sacar a un presidente de la República, no es un trámite sencillo”. En el Senado, el Partido Republicano cuenta con mayoría –53 de los 100 escaños–, por lo que se prevé que la acusación sea rechazada. “Este es un ritual que está siguiendo su camino, pero los demócratas saben que de todas maneras lograron rayarle el auto a Trump”, dijo Sohr, y agregó que “esto te queda en tu currículum”.
Ahora lo que hay que preguntarse es cómo influirá el juicio político en la campaña electoral para la Presidencia que tendrá lugar en noviembre de 2020 y en la que Trump buscará la reelección. A primera vista, este juicio político debería debilitar la imagen de Trump, pero lo más probable es que pase lo contrario. Sus seguidores –muchos de ellos muy activistas– observan en Trump un gran líder que un “impeachment” no cambiará.
Este tema viene de lejos. Los demócratas han hablado de someter a Trump a un juicio político desde que el presidente llegó al poder hace tres años tras una polémica campaña en la que, según la inteligencia estadounidense, recibió el apoyo de Moscú.
Al principio del mandato, los demócratas tenían sus esperanzas puestas en la investigación que lideró durante dos años el fiscal especial Robert Mueller para buscar nexos entre el equipo de campaña de Trump y el Kremlin, pero esta terminó sin resultados concluyentes contra el mandatario. Pero cuando los demócratas ya se habían resignado y veían los comicios de 2020 a la Presidencia como la única forma de sacar a Trump del poder, una filtración en setiembre desde el interior de la Casa Blanca sobre un controvertido favor que el mandatario pidió a Ucrania reactivó el proceso.
Ahora, en el fondo de este proceso habría que preguntarse qué le conviene más a Estados Unidos en este momento: definir si lo más importante es destituir a un presidente, o definitivamente, no destituirlo. Este es precisamente el gran dilema de este proceso de “impeachment”, en el que los demócratas pueden quedar como irresponsables y que luego la población se las cobre en las elecciones.
Y, vaya paradoja, el apoyo de la opinión pública al presidente estadounidense aumentó en un 6% con el anuncio del juicio de destitución. Según la última encuesta de Gallup, empresa de análisis y asesoría, el respaldo a Trump se incrementó con el comienzo del proceso. Además, entre los republicanos, el 89% apoya a Trump. Eso sí, el pueblo estadounidense tiene una diferencia de opinión sobre la destitución de Trump: el 51% de quienes participaron en la encuesta se oponía a la destitución de Trump mientras que el 46% estaba a favor.
Fiel a su estilo, mientras los congresistas votaban los cargos de abuso de poder y obstrucción al Congreso, Trump pronunciaba un discurso ante decenas de miles de simpatizantes. “A través de sus acciones depravadas de hoy, los locos demócratas de Nancy Pelosi se han señalado con una marca eterna de vergüenza”, afirmó el presidente, que dedicó gran parte de su acto a criticar a la oposición y defenderse de las acusaciones.
Trump advirtió que “el Partido Republicano nunca ha estado tan afrentado pero unido como ahora” y avanzó que los senadores conservadores “harán lo correcto” durante el juicio político. “Todo va a terminar pronto y con una gran victoria”, añadió muy confiado el presidente, al asegurar que el proceso que inició esta semana supone “una marcha suicida para el Partido Demócrata”.
El mandatario, que gusta bordear el límite en casi todas las cuestiones y utilizar un lenguaje punzante, irónico y por momentos hiriente, seguramente seguirá sentado en el salón oval de la Casa Blanca, manejando los hilos de su nación y de buena parte del mundo. El “impeachment” es un arañazo a un hombre impulsivo y reactivo, sobre el que pesan acusaciones graves. Todo esto sí deja una enseñanza: el hecho de tener un marco real de sentar en el banquillo de los acusados al propio presidente.