El comercio exterior tras la pandemia

En un mundo en el que se perdieron supuestas certezas que muy pocos se atrevían a cuestionar en el marco de las previsiones de organismos internacionales ante una globalización que tenía sus altibajos, es un ejercicio arriesgado, –porque se ingresa pocos menos que en un tembladeral–, formular incluso en el corto plazo, previsiones sobre evolución de parámetros socioeconómicos en prácticamente ninguno de los países, pese a que hay diferencias sustanciales en cuanto al panorama en cada nación a partir de la irrupción del coronavirus.
Pero más allá del escenario propiamente interno, es indudable que en países como Uruguay, cuya economía depende fundamentalmente de las exportaciones, y sobre todo de la demanda y precios de su producción de commodities, la incertidumbre es mayor porque las variables dependen tanto de su respuesta y evolución en el mundo atenazado por la pandemia, como de la forma en que se irá decantando el mercado exterior, tanto en volumen como en precios.
Los datos de lo que va del año, incluso en «prepandemia», han sido poco alentadores, porque nuestro país venía arrastrando en los últimos años las consecuencias de la falta de competitividad y un mercado exterior mucho menos favorable que en la década de bonanza, unido a una contracción o estancamiento económico, creciente desempleo y déficit fiscal, en una tendencia sostenida con la que el Frente Amplio entregó el gobierno el 1º de marzo de este año.
Los últimos datos conocidos sobre comercio exterior indican que en abril 2020 las solicitudes de exportación incluyendo zonas francas totalizaron U$S 668 millones, lo que implica una disminución de 22,7% en términos interanuales. Este desempeño se explica por la baja de las exportaciones de carne bovina –principalmente a China-, celulosa y lana. Por su lado, el arroz, la soja, y los productos farmacéuticos tuvieron un impacto positivo en las exportaciones de abril de 2020.
Con pie en los datos del primer trimestre del año, Uruguay XXI ha dado a conocer un informe que aún teniendo en cuenta que hay muchos elementos de especulación, –porque la epidemia sigue en expansión y sus consecuencias son por ahora imprevisibles–, da la pauta de que el escenario para nuestras exportaciones presenta posibilidades interesantes para explorar, aunque con una serie de aspectos condicionantes que se irán dilucidando con el paso de las semanas y meses.
Considera el organismo que la crisis sanitaria provocada por la propagación del Covid-19 está repercutiendo en la economía, y si bien es difícil cuantificar el impacto que tendrá, es importante monitorear los efectos de la pandemia en la economía y el comercio.
En abril 2020, varios organismos internacionales actualizaron sus proyecciones económicas, que deben considerarse como preliminares ya que podrían diferir ante cambios en los próximos meses. Tal como era esperable, la revisión fue a la baja, y tanto el FMI como la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) coinciden que 2020 será el año de peor desempeño de la economía mundial desde la Gran Depresión (1929).
El mundo se enfrenta a una crisis global, que afecta negativamente y de forma generalizada a todas las economías. En este sentido, a comienzos de año, las proyecciones económicas suponían un aumento del PBI para 182 de los 192 países que reportan al FMI. Con la pandemia instalada, el escenario cambió drásticamente, y actualmente se espera que nada menos que 153 países experimenten caídas en sus niveles de actividad.
Sin embargo, tenemos un escenario heterogéneo, por cuanto se advierte que las economías más afectadas por los impactos del comercio serán aquellas con mayor exposición a las cadenas globales de valor. En este sentido, México y Brasil son los países más expuestos de la región, por lo que se estima que la actual crisis impactará con mayor intensidad en sus economías.
Incluso, pese a las cifras, en el mejor escenario no se descarta que una recuperación rápida y vigorosa sea posible, es decir una especie de rebote en “V”, en lugar de una reacción moderada y muy gradual, como se ha dado en otras instancias de crisis de la economía, aunque asociada a otros orígenes.
En el mundo, esta heterogeneidad se ha manifestado en diversas áreas, como la respuesta fiscal rápida en muchas economías avanzadas, así como en algunas emergentes de gran impacto mundial como China.
Pero el desafío ha cambiado respecto a los antecedentes inmediatos, y la magnitud del impacto económico provocado por la pandemia COVID-19 radica en que es un shock combinado de oferta y demanda que afecta simultáneamente a múltiples sectores y países, en una diversidad de niveles, lo que es una dificultad aún mayor para el análisis debido a que hay demasiadas variables en juego.
Pero por regla general, en especial para el caso de las empresas exportadoras, el efecto de la crisis dependerá de cuan expuestas estén a los distintos shocks y qué capacidades tengan para enfrentarlos, porque la ecuación demanda-precios es todavía indeterminada y por lo tanto hay que tener espalda financiera, tecnología y visión para identificar el rumbo más acertado en el corto, mediano y largo plazo, para dar viabilidad económica a los proyectos.
Es que además el efecto de la pandemia sobre el comercio internacional no se refleja únicamente en una reducción de la demanda. De hecho, las caídas más fuertes en los flujos comerciales se han dado por interrupciones en las cadenas de suministros de las empresas. Por ejemplo, esta crisis ha motivado que muchos países impusieran restricciones sobre la exportación de insumos considerados clave, para no quedar desprovistos, a la vez de dar lugar a medidas proteccionistas en grandes economías, cuya duración es imprevisible, y sobre todo, con la interrogante de si se volverá al mismo punto en que se encontraba antes de la crisis.
Demasiadas interrogantes para la producción de un país altamente vulnerable como el Uruguay y dependiente en extremo de sus exportaciones. De lo que se trata, entonces, particularmente en esta coyuntura, es trabajar sobre parámetros que se aplican en cualquier circunstancia, que tienen que ver con reducir costos internos, con un Estado que reduzca su presión sobre la economía y en particular sobre los sectores productivos, cosa de dar aire a los respectivos sectores para un reacomodamiento de cara a la nueva realidad. Es decir, revertir el escenario de los últimos años, caracterizados por crecientes costos en dólares y un parate general que nos ha situado en muy incómoda posición ante la crisis, aunque sí con la expectativa de que habrá un mundo necesitado de alimentos y que pese a todo, se presentaría receptivo para estos productos de exportación.