Medidas para dinamizar la industria

Pese a algunos altibajos ocasionales, la constante de las últimas décadas en nuestro país ha sido el de pérdida de empleos, de actividad y de ingresos en la industria manufacturera, lo que no solo es de incidencia significativa en la economía, sino que a la vez implica que se destruyen sistemáticamente puestos de trabajo calificados para los uruguayos, sin olvidar rezago en transferencia y desarrollo de tecnología, entre otras consecuencias.
En líneas generales, no hay país que de una forma u otra no atienda especialmente este sector, en el entendido de que su actividad conlleva poner en marcha o dinamizar un círculo virtuoso que determina el ingreso y reciclaje de recursos, mejora de la calidad de vida, multiplicación de la riqueza e incluso reducción de dependencia, además del ingreso de divisas por ventas al exterior o sustitución de importaciones.
Bueno, ocurre que en el caso de la industria manufacturera nacional, en gran medida su desarrollo en el siglo anterior tuvo su apoyo en circunstancias muy favorables como consecuencia de no haber sufrido directamente las consecuencias y en cambio haberse beneficiado de dos guerras mundiales, al vender sin problemas nuestras materias primas y a la vez invertir en emprendimientos para abastecer a países en guerra o eventualmente producir mediante subsidios directos o encubiertos, apostando a encerrarnos y no transferir hacia adentro de fronteras los problemas ajenos.
Una ilusión, por supuesto, para un país pequeño y altamente dependiente de lo que ocurre en el mundo, pero las reglas del comercio internacional eran diferentes y además como ha ocurrido en todas las épocas, había políticas económicas en boga e ideologías que eran consideradas poco menos que como la verdad absoluta.
El tiempo, golpeándonos duramente tanto a nosotros como a extraños, ha demostrado que no hay tales verdades absolutas, y que en el caso de la industria no se puede trabajar para un mercado que no existe o en su defecto a precios que no están dispuestos a pagar los potenciales compradores, cuando hay una competencia que lo puede hacer mejor o le funciona mejor la ecuación calidad-precio.
Así, en su momento se intentó proteger a la industria nacional a través de subsidios, sin un fin específico o condicionado a superar dificultades, lo que ha significado asumir el costo de tener que pagar mayores precios por productos de menor calidad, aplicando a la vez aranceles a las importaciones y por lo tanto, estableciendo un círculo vicioso en la economía que no ha tardado demasiado en volverse como un boomerang.
El sinceramiento de la economía que comenzó sobre fines de la década de 1970 ha implicado a la vez pagar el precio por los errores cometidos y el haber establecido subsidios permanentes que privilegiaron a empresas que no reinvirtieron ni mejoraron tecnología, y por lo tanto fueron quedando a la vera del camino. A la vez de algunas reconversiones e inversiones en áreas que no fueron las tradicionales, la industria manufacturera como la conocemos ha ido perdiendo puestos de trabajo por cierres totales o parciales de establecimientos, por su inviabilidad en la mayoría de los casos, las que fueron rescatadas parcialmente por dinero del Estado –de todos los uruguayos– pero sin cambiar el perfil para que pudieran sostenerse por sí mismas, sin olvidar las “velas prendidas al socialismo” tan caras para el gobierno de José Mujica.
En gran parte esta inviabilidad es consecuencia de la falta de competitividad en los bienes y servicios que se producen, en lo que ha influido el costo país, es decir la energía, las cargas sociales, los impuestos, carencias logísticas, de infraestructura, así como de escala de producción, entre otros factores, en lo que tiene participación decisiva –y negativa, por supuesto– el alto costo del Estado, que se lleva para sí la mayor parte de los recursos generados, que se malgastan en su burocracia y por lo tanto sin devolverlos a la comunidad.
Sobre el panorama actual de la industria, el asesor de la Cámara de Industrias del Uruguay (CIU), Ing. Quim. Washington Durán, destacó que la crisis económica derivada de la pandemia hundió la actividad industrial a nivel global en amplios sectores, mientras otras áreas como producción de alimentos, de higiene, farmacia, han tenido un impulso importante. En Uruguay, sin embargo, esta oportunidad no ha sido aprovechada debido a la imposibilidad de competir con el producto importado o la baja de sus mercados tradicionales, en tanto Durán considera que el gobierno tiene que elegir a qué empresas tiene que ayudar –a término– y que quizás a algunas haya que soltarles la mano, por lo que considera pertinente pedirle medidas al Poder Ejecutivo “pero no proteccionismo” por quienes no están en condiciones de competir.
Según indica el industrial a la revista Economía y Mercado, del diario El País, “desde antes de la pandemia veníamos con la industria muy castigada, y ahora mucho peor, dado que no aparecen posibilidades de colocación en los mercados internacionales”, a lo que se agregan elementos como “las cadenas tradicionales en el país totalmente destrozadas”, aludiendo a que “la cadena de lana se redujo a su mínima expresión desde hace bastante tiempo y ahora la del cuero”.
A la vez de señalar que estas cadenas implican muchos empleos, recordó que “ya sabemos desde hace mucho tiempo que el agregado de valor en el país no es competitivo con la producción en otros países, incluso con algunos vecinos. Hemos perdido industrias no solo con China y con otros países asiáticos, también las hemos perdido a manos de Brasil y Paraguay”.
Aseguró que si bien en nuestro país hay seguridad jurídica y los indicadores son positivos, “si no somos competitivos no alcanza para nada”, y precisamente ese es el eje de la cuestión, para recibir inversión y asomar al mundo con otra proyección, con o sin pandemia.
Explicó asimismo que la competitividad está “jaqueada por las empresas públicas, por procedimientos burocráticos, la rigidez laboral, entre otras cuestiones que la Cámara de Industrias ha planteado reiteradamente”, por lo que el gobierno debería ayudar a los sectores que lo necesitan, y de lo que no se trata es de subsidiar a los empresarios, sino preservar y generar el empleo.
Aspectos sobre los que no debería haber discusión ya a esta altura del tercer milenio, ante lo que ha ocurrido en nuestro país y en el mundo, porque es impensable que el empleo y la riqueza salgan desde el Estado o desde las empresas públicas, que no son la solución sino el problema, precisamente.
Se trata de optimizar recursos públicos, de dirigirlos a donde realmente sirvan para contribuir a generar empleos genuinos y creación de riqueza desde el sector privado, que es el que asume los riesgos y es la llave para que crezca la economía.
Y ese precisamente debería ser el desvelo del gobierno, en consonancia con los enunciados de la campaña electoral, y para ello no es preciso esperar que termine la pandemia, sino que este es el momento de trabajar fuerte en esa dirección para ganar tiempo en una problemática impostergable.