En una acertada reflexión el exmandatario estadounidense George Bush resumió que “parecemos una república bananera” a propósito de los sucesos que se vienen procesando en la nación norteamericana por la postura irracional del presidente Donald Trump al resistirse a reconocer su derrota electoral y reafirmar sus denuncias de “robo” en la consulta electoral.
Es que el mandatario saliente –aún en ejercicio– podía más o menos haberse ido por la puerta grande ante hechos irreversibles y contundentes, nada menos que el veredicto popular, pero eligió aferrarse a su inmenso ego y negar la realidad, arrastrando así a la democracia del país del norte a una encrucijada tan grave como innecesaria, al punto de llegar a hechos tan condenables como el intento de copamiento del Capitolio (sede del Congreso) por hordas que respondían a la convocatoria de Trump, cuando el Parlamento estaba a punto de certificar el triunfo electoral de su rival Joe Biden.
Posiblemente en un rapto de racionalidad y tal vez asumiendo al fin de cuentas la magnitud del entuerto del que ha sido responsable, apenas minutos después de que el Congreso de Estados Unidos ratificara al demócrata Joe Biden como el próximo presidente del país, el actual mandatario confirmó que entregará el poder el 20 de enero, como corresponde, aunque amenazó con que la lucha recién comienza.
“Aunque estoy totalmente en desacuerdo con el resultado de las elecciones, y los hechos me respaldan, habrá una transición ordenada el 20 de enero”, indicó el republicano en el texto que emitió y que no pudo replicar en redes sociales, su canal favorito de difusión, porque sus cuentas fueron bloqueadas el miércoles en medio de los disturbios protagonizados por sus seguidores, que concluyeron con cuatro muertos y varios heridos.
“Siempre dije que continuaríamos nuestra lucha para asegurarnos de que solo se contaran los votos legales. Si bien esto representa el final del mejor primer mandato en la historia presidencial, es solo el comienzo de nuestra lucha para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”, agregó según el mensaje que hizo público uno de los asesores de la Casa Blanca, Dan Scavino, e insistió con sus afirmaciones de que los comicios fueron fraudulentos, pese a que no presentó pruebas que lo confirmaran.
Sin embargo, con su postura recalcitrante, Trump ha sumido igualmente a la primera potencia mundial en una crisis impensable antes de que accediera al poder con su visión radical del mundo y de la propia economía, al punto que ha hecho que descendiera varios escalones en la consideración mundial desde el punto de vista de la calidad de democracia, aunque ha reafirmado la solidez de sus instituciones pese a los hechos de notoriedad.
Así, el miércoles, cuando estaba todo listo para la sesión que iba a confirmar la victoria de Biden y la derrota del magnate –como finalmente ocurriera– una multitud leal a Trump irrumpió en el Congreso con el objetivo de detener el encuentro. Con palos, banderas, carteles, a la fuerza, decenas de personas escalaron paredes, forzaron puertas, se cruzaron con los agentes de la Policía dispuestos en el lugar y luego entraron al recinto para dar vuelta las instalaciones, tirar todo al piso y hasta tomarse fotos.
En ese momento los legisladores se refugiaron debajo de los escritorios y se pusieron máscaras de gas, mientras los agentes intentaban armar barricadas en el edificio para frenar el ingreso, lo que representó una de las escenas más impactantes que se haya desarrollado en una sede del poder político estadounidense, bastante frecuente sin embargo en las “repúblicas bananeras” a las que recordó Bush.
En las últimas horas, impactado (¿?) por estos hechos que alentó a perpetrar, el mandatario en un texto breve, en que se describió además como el líder del “mejor primer mandato en la historia”, acotó que “si no pelean como demonios, se quedarán sin país. Dejen que los débiles se marchen. Este es un momento para la fuerza”, horas antes de que se concentrara la multitud ante el Capitolio.
Por su parte, el presidente electo Joe Biden dijo que la democracia estaba “bajo un ataque sin precedentes”, un sentimiento que fue compartido por muchos en el Congreso, incluidos algunos republicanos. El expresidente George W. Bush también afirmó que vio los eventos con “incredulidad y consternación”.
Los últimos días del mandato de Trump serían olvidables si no fuera porque el mandatario saliente decidió aferrarse a su juguete preferido, el poder, procurando por el método retorcido que fuera, que de alguna forma se reconociera como verdad su delirio de que había sido víctima de una estafa y con él el pueblo estadounidense.
El punto es que perdió porque así lo decidió el pueblo soberano, en el libre juego de la democracia, como fue más o menos el caso de las elecciones en las que el propio Trump accediera al poder, por triunfos por muy escaso margen en algunos Estados. Sin embargo, no ha aceptado que la tortilla se le diera vuelta en esta nueva instancia, y en lugar de allanarse a la voluntad popular, ha comenzado a buscar fantasmas por todos lados para resistir el pronunciamiento democrático de sus conciudadanos.
Incluso ha arrastrado en esta vorágine de desaciertos a su Partido Republicano, con culpas compartidas con dirigentes que le han seguido la corriente y en algunos casos hasta han planteado objeciones en la última sesión del congreso para intentar revertir resultados electorales en algunos estados, lo que naturalmente fue desestimado.
Igualmente, ante los antecedentes de Trump, nunca es de descartar algún movimiento inesperado que encuadre en su postura narcisista de dejar en evidencia ante los estadounidenses y el mundo que la alternativa siempre fue entre “yo y el caos”, que parece ser el legado que prefiere dejarle a Biden antes que incurrir en algún acto de grandeza hacia su país, no ya hacia su vencedor demócrata.
Y descartando ya de plano algún acto de desprendimiento, que no le vendría mal pero que no encuadra en su filosofía ni modo de ver las cosas, es de esperar en el día del cambio de mando, –en el que podría incluso repetir el papelón de la expresidente argentina Cristina Fernández de no hacerse presente en la entrega del poder– las cosas discurran por carriles de cierta normalidad, por lo menos para disimular que al mandatario saliente le interesa alguna cosa más que ver su propia persona inmortalizada en el bronce.