Una perspectiva, con el agro como motor

Tras un año para el olvido –ya quisiéramos– por la devastación que ha arrojado la pandemia, desde el punto de vista sanitario y socioeconómico, el 2021 se proyectó hasta ahora en términos similares, en medio de una gran incertidumbre por la nueva oleada de casos en todo el mundo, las vacunas que hasta ahora se están produciendo solo a una fracción del ritmo que se necesita a escala global, y la extensión de las consecuentes medidas de contención, incluyendo el confinamiento, para evitar la propagación.
En este escenario, hay pocos sectores favorecidos –que los hay, como el comercio electrónico, los sistemas de reparto a domicilio, firmas vinculadas a la informática, entre otros– y sin duda las más problemáticas, que han tenido no solo dificultades para sobrevivir sino que han desaparecido, como ocurre con las áreas directamente relacionadas con el turismo y el transporte, por mencionar los dos más emblemáticos.
Pero mientras tanto, la tierra sigue produciendo, el consumo ha descendido pero se está recuperando lentamente, por fuerza de la necesidad. En el rubro alimentos, nuestro país –pese a que sigue arrastrando los problemas de competitividad desde hace muchos años, entre otras cosas por la falta de acuerdos preferenciales en rubros de exportación– tiene ventajas comparativas que se potencian cuando la demanda por materias primas crece.
No debe perderse de vista que tras la aguda crisis de 2002 –en algunos aspectos comparable con la actual– la adopción por el gobierno de Jorge Batlle de medidas de racionalización del gasto estatal, abatimiento del déficit fiscal y reordenamiento de las cuentas, en base a un muy buen uso de créditos puente, además, permitió que en dos años, el primer gobierno de Tabaré Vázquez recibiera un país ya en recuperación e incluso en crecimiento significativo, lo que fue potenciado por el inicio de la década del boom de los commodities, que alcanzaron durante varios años precios exorbitantes y que permitieron que Uruguay, desde los productos del agro, recibiera ingresos extraordinarios.
Estos generaron la bonanza de una década, que no fue debidamente aprovechada durante los tres gobiernos de la coalición de izquierdas, al haber incurrido en gastos excesivos, sin priorizar inversiones en infraestructura para apuntalar un crecimiento sustentable, y a la vez haciendo trepar los gastos del Estado, lo que generó un fuerte déficit fiscal –se entregó el gobierno con números rojos de un 5 por ciento del PBI– y costos fijos que deben sostenerse hoy, sumergidos en la crisis provocada por escasos ingresos en medio de la pandemia.
Sin embargo, más allá de la posibilidad de contar con la vacuna este año para ir reactivando la economía con la vuelta a la normalidad de las actividades, asoma en el horizonte un período de mejores condiciones para nuestra producción de base, la agropecuaria, con precios que han mejorado significativamente y que darían esperanzas a partir del segundo semestre del año, con un fuerte derrame desde el ámbito rural hacia el resto de los sectores de la economía.
No corresponde, por supuesto, echar campanas al vuelo ni mucho menos, porque esta perspectiva se dan en medio de un mar de incertidumbres y en una ecuación que tiene muchas incógnitas, pero es por lo menos una rendija por la que se filtra el sol en medio de la tormenta, por así decirlo.
Un análisis de Blasina y Asociados, para El Observador, hace referencia al panorama global e indica que con la soja en Chicago arriba de los 500 dólares, y los granos con precios firmes y en alza, pocos informes de proyección generan tanta expectativa como el primero de 2021 divulgado el mes anterior.
“El mercado de cereales y proteínas vegetales está bajo presión y las restricciones a las exportaciones de trigo de Rusia y de maíz de Argentina originaban tensión”, considera el reporte, para acotar que “lo que no se esperaba era un recorte tan importante sobre la cosecha de Estados Unidos. El informe redujo en casi un millón de toneladas la producción pasada”, en tanto a nivel privado “se esperaba una reducción de 300.000 toneladas”.
Pero en la complejidad de la producción, oferta y demanda mundial, la conclusión de Blasina y Asociados es que “lo que no será posible de recuperar será la oferta mundial hasta la próxima cosecha de Estados Unidos” y por lo tanto “puede decirse que este será un año excepcional en precios para la agricultura uruguaya y que de la mano de una buena cosecha de invierno” con las lluvias de enero y febrero “puede ser todavía una segunda buena zafra consecutiva. Porque hasta el final de este año, el mercado de granos seguirá en llamas. Y ese fuego solo se apaga con grano bien pago. El informe de USDA sumó al maíz a una situación de desabastecimiento crítico que para la región tiene consecuencias”.
Reflexiona finalmente que “precios más altos para la tierra y aumento de área como en los años 90, pero con precios de petróleo y fertilizantes más bajos. Enero trajo más lluvias de las esperadas; está todo servido para un nuevo auge agrícola en el Uruguay”.
Es cierto, estamos hablando de expectativas para un año, muy distintas a considerar que pueda darse luego un panorama de estas características –como el que duró más de una década– hasta 2014. Pero aparece como una soga más que oportuna de la que prenderse en tiempos de crisis como el actual, por lo menos por un período clave para que la economía del país pueda recomponerse, para inyectar recursos en el tramado socioeconómico, para tratar de paliar el déficit fiscal que ya es del 6 por ciento del PBI por los gastos adicionales del Estado y caída de ingresos por la pandemia, de cara a sortear el mal momento.
Mas una flor no hace primavera, y sería por lo menos el punto de partida para una necesaria reactivación y dar la posibilidad de encarar los correctivos pendientes en lugar de seguir pateando la pelota hacia adelante, que es una constante que se ha dado históricamente (y sin pandemia de por medio).