En la más reciente edición de Pasividades, que acompañó la edición de EL TELEGRAFO del pasado 24 de marzo, el técnico Sebastián Cobas, integrante del Proyecto Soluciones Mayores exponía acerca del “edadismo”, un término que acuñó el psiquiatra y gerontólogo Robert Butler en 1968. Este término fue adoptado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) pasa describir “los estereotipos, los prejuicios y la discriminación contra las personas debido a su edad”.
Explicaba entonces Cobas que “evitar, rechazar y segregar a las personas mayores es en muchos casos un mecanismo de afrontamiento que permite a las personas evitar pensamientos sobre su propia mortalidad, el miedo a la discapacidad y a la dependencia”. El profesional describía estas tres dimensiones del edadismo citadas por la OMS: “Los estereotipos, o lo que pensamos de las personas mayores; los prejuicios, o como nos sentimos respecto a las personas mayores; y la discriminación, o como nos comportamos con las personas mayores”.
Agregaba al respecto que “muchas veces estas actitudes no vienen desde la intención de hacer daño de ningún tipo, son conductas aprendidas y naturalizadas de las que debemos tomar conciencia y trabajar para poder cambiarlas”.
Claro que en este artículo, por ser concebido para este suplemento y por ser la especialidad del autor, Cobas aludía al edadismo en específico hacia las personas mayores, pero no queda solo allí el tema. Porque el edadismo comienza a manifestarse más temprano en la vida de las personas, incluso en la última parte de su vida laboral, considerando el límite de esta en la edad mínima jubilatoria. En efecto, ocurre, y no es sorpresa para nadie, que en estos tiempos donde la oferta de mano de obra supera a la demanda, muchas personas se encuentran –por distintas circunstancias– con que deben regresar al mercado laboral en una edad que biológicamente no es tan avanzada, pero que existen barreras que les impiden competir en igualdad de condiciones.
La OMS reconoce en el artículo publicado en su página “El edadismo en el lugar de trabajo”, que “a menudo, los empresarios tienen actitudes negativas hacia los trabajadores de más edad” y expresa que “La discriminación por motivos de edad persiste aunque los trabajadores mayores no necesariamente sean menos saludables, educados, capacitados o productivos que sus colegas más jóvenes”. Y agrega que, en particular, “las mujeres mayores enfrentan el doble problema de la discriminación fundamentada en el sexo y en la edad”.
De acuerdo al organismo internacional, hay diversos estudios que han investigado los efectos de la colaboración en el trabajo de personas jóvenes y adultos mayores, con el propósito de combatir estereotipos negativos, “y en ellos se ha observado que la exposición a ejemplos positivos de trabajadores mayores puede mejorar las creencias implícitas sobre este grupo de edad”.
Cita además ejemplos de Estados que han logrado revertir la existencia de situaciones de este tipo con legislaciones que contemplen incentivos para que los empleadores flexibilicen su postura adversa a la contratación de determinados grupos etarios o de género (porque tampoco es que solamente los trabajadores mayores de 45 tengan problemas para conseguir empleo). a
¿Y cómo está este tema en Uruguay? Sin ir más lejos, la semana pasada nuestro país participó en un encuentro internacional con autoridades y técnicos de Servicios Públicos de Empleo latinoamericanos y europeos, para conocer detalles sobre la implementación de políticas de empleo. La crónica que se publicó en el portar del Gobierno acerca de esta intervención, lleva por título una cita del director nacional de Empleo, Daniel Pérez, quien manifestó que “Jóvenes, mayores de 45, mujeres, informales y personas con discapacidad son colectivos prioritarios”.
Pérez agregó que “uno de los pilares (de la política de empleo) es la elaboración de este plan integral para la promoción del empleo, solicitamos a través de Eurosocial la colaboración tanto de América Latina como de Europa para que pudieran compartir con nosotros sus experiencias y los desafíos y dificultades que ellos ven y han tenido que enfrentar, para elaborar un plan lo más adecuado posible para esta realidad”.
Pero, más allá de esperar por el aporte que se pueda recibir desde el extranjero, el país ya tiene un camino recorrido en políticas de fomento del empleo en sectores específicos. El antecesor de Pérez durante el gobierno pasado, Eduardo Pereyra, anunciaba en enero de 2019 que “toda empresa que contrate a partir del 1° de enero un trabajador de entre 15 y 45 años tendrá un subsidio mensual del 25% de un salario y medio mínimo, $ 6.000, y a quienes contraten personas mayores de 45 años recibirán 40% de un salario y medio mínimo, $9.000, por 18 meses”. Con este estímulo el gobierno procuraba crear “5.000 nuevos puestos” de trabajo, afirmaba Pereyra.
Basten estos dos testimonios como una comprobación de que en el país ya hay dificultades para que los trabajadores de 45 o más años completen su ciclo laboral de 30 años y hay por doquier personas que “se quedan cortas”, porque han estado parte su vida laboral, ya en la informalidad, sin aportar ni aparecer en los registros oficiales, o directamente en el desempleo.
Parece ser casi un hecho que la reforma de la seguridad social planteará que se lleve la edad mínima jubilatoria hasta los 65 años, lo que en términos biológicos no parece disparatado, de hecho hay muchísimas personas que siguen trabajando a esa edad, pero si nos está costando esfuerzo y dinero ayudar a encontrar trabajo a mayores de 45, qué dejamos para las personas de 60 o más años. No vaya a ser que lo que se ahorre por un lado es postergar jubilaciones, haya que aportarlo por otra ventanilla para incentivar a que se contrate a estos trabajadores. Da la impresión que son muchas las cosas que habría que cambiar.