Resultados ya conocidos en un escenario incierto

El impacto de la pandemia en los hogares uruguayos está reflejado en un estudio académico de la Universidad de la República y Opción Consultores donde señala que el 94% de los hogares afectados redujo sus gastos y el 22% debió vender pertenencias. El 71% de los hogares sintió el impacto en forma negativa durante el 2020 y un 55% recurrió a sus ahorros.
El estudio devela que los sectores con menos educación resultaron con mayores afectaciones y la tendencia se encuentra acentuada en la población femenina. La capacidad de resiliencia y recuperación también se vio reducida en apenas un año y la desigualdad del shock se hizo evidente en un sector de la población que no contaba con otras herramientas que sus manos para trabajar.
Si miráramos el barrio entero, veríamos a una América Latina complicada. Las estadísticas aseguran que cerrarán unas tres millones de empresas, la cantidad de pobres aumentarán a una cifra cercana a los 30 millones y el Producto Bruto Interno regional caerá un 8,1%.
Las denominadas actividades “no esenciales” sufrieron en mayor medida provocando una gran pérdida de puestos de trabajo entre marzo y mayo del año pasado. Enseguida quedó en evidencia que el continente tenía un tejido productivo débil y en algunos casos la sociedad no estaba preparada, lo que conspiró contra cualquier posibilidad de recuperación.
Pero en el continente con mayores desigualdades las realidades de cada país también son diferentes. Si bien Centroamérica ha sufrido efectos devastadores, Paraguay, Uruguay y Guatemala comparativamente han salido mejor parados.
En todos los casos, las mujeres y los jóvenes han percibido el impacto, mientras atraviesan por grandes dificultades para su reinserción en el mercado laboral.
Por otra parte, no es posible hablar de la pandemia, sin hacer referencia al constante incremento de la deuda pública y del déficit fiscal. Y Uruguay no tenía un plan de contingencia ni económica ni sanitaria para enfrentar esta nueva situación. Aunque en años anteriores nuestro país tuvo capacidad de ahorro, las malas inversiones que precedieron al contexto de pandemia, hicieron que se esfumaran los recursos que hoy se necesitan para enfrentar la crisis.
Y ahora algunos de los referentes que impulsaron el malgasto se ubican en la vereda de enfrente y exigen soluciones que no son posibles de sostener. Claro, ahora no son gobierno, pero cuando lo fueron tampoco utilizaron el criterio de aplicar una economía “contracíclica”. O como haría cualquier ama de casa: guardar para cuando no hay.
A este escenario se suma el descenso en las inversiones privada y pública, que normalmente son los grandes motores generadores de empleos.
Y si en el corto plazo es difícil calcular el impacto de una pandemia que recrudece sus consecuencias a nivel global, aún resultará más trabajoso mirar las posibilidades de recuperación en un mediano plazo. Porque las empresas registran importantes caídas, por lo tanto avizoran más un panorama de cierre antes que una mejoría.
Aunque el optimismo es imprescindible para avanzar como humanidad y es el estímulo para dejar de lado las adversidades, las matemáticas nos demuestran una realidad bastante más cruel.
Antes de la pandemia, la pobreza había bajado a 30,3% en 2019. Es que había costado casi veinte años descender del 45% que registraba en 2001 América Latina.
Por eso, no existen ahora en tiempos de pandemia así como no se encontraron antes, en otros momentos históricos, soluciones rápidas que alivien a los más desfavorecidos.
Sin embargo, los reproches son más o menos los mismos, cuando es la realidad que se presenta de frente.
Y como quienes hoy encuentran las soluciones, tampoco fueron capaces de generar los cambios que se necesitaban cuando se podían hacer, América Latina en su conjunto continuará dependiendo de las materias primas y de las inversiones del “gran capital” para salir adelante.
Todo esto, aunque resulte muy antipático. Por eso, deberán convencerse que aunque pase la contingencia y las medidas restrictivas, este continente seguirán regidos por el mercado. Es decir, las mismas reglas que precedieron a un momento histórico como el actual.
Porque la desigualdad e imprevisibilidad no surgieron por generación espontánea. Es el reflejo de las decisiones de gestiones anteriores –no solo Uruguay– que quedan plasmadas en más incertidumbres que certezas.
Ningún integrante de la clase política debería ser tan irresponsable de ubicarse en la vereda de enfrente y achacarle todo a la pandemia sanitaria. Esta contingencia solo sirvió para agudizar los problemas ya existentes y visibilizar unos cuantos más, que probablemente no veíamos desde nuestras comunidades.