El humor y la libertad de expresión

“Esta noche la libertad” es el título de un famoso libro publicado en el año 1975 que relata la caída del imperio británico en India en 1947 y el nacimiento de India y de Paquistán como países independientes. Sus autores son Dominique Lapierre y Larry Collins, quienes comparten la autoría de otros libros que alcanzaron un gran éxito editorial. El título de esa obra ha sido utilizado en varias ocasiones como un recordatorio de que la libertad no es algo estático, ni lejano, escrito en piedra o que cuelga de los árboles; la libertad nace y muere todos los días y todas las noches en todo el mundo y en cada uno de nosotros y de nuestros actos y por eso mismo necesita ser protegida y fomentada tanto por los poderes públicos como por cada uno de los ciudadanos. Sin perjuicio de las múltiples formas en las cuales se expresa la libertad una de ellas es el humor, el cual se ve amenazado en nuestro país por un reciente acuerdo judicial que constituye un peligroso antecedente en la materia.
El año pasado, una vez iniciada la emergencia sanitaria en nuestro país, algunas personas presentaron una denuncia penal contra los conductores del programa La Mesa de los Galanes de la emisora Del Sol FM (Rafael Cotelo, Jorge Piñeyrua, Pablo Fabregat, Diego González, Camilo Fernández, Pablo Aguirrezabal y Gonzalo Eyharbide) por entender que, según lo expresa el texto de la referida denuncia, en el mencionado programa se realizó un espacio “guionado previamente y compartido por sus conductores donde se analiza la situación sanitaria de Rivera (como consecuencia de la epidemia del COVID-19) con una serie de manifestaciones que no solamente son discriminatorias para las personas nacidas en el departamento, sino que constituyen apología de delitos, el genocidio de la raza charrúa; del homicidio; del narcotráfico; entre otros, que ameritan la sanción penal”. En los últimos días el diario “El País” ha informado que “Roberto Araújo, uno de los denunciantes, contó en sus redes sociales que un año después de iniciada la demanda, se llegó un acuerdo. Los responsables del programa enviaron a Rivera cuatro cocinas y cuatro frigobares que serán destinados a instituciones de beneficencia en el departamento”. La propia denuncia y el hecho del acuerdo alcanzado sientan un pésimo precedente para el humor por un lado y la libertad de expresión en general en nuestro país, sin mencionar que el sólo hecho de haber acordado implicaría que para los denunciantes la discriminación de todo un departamento se arregla con unos cuantos electrodomésticos de bajo costo. Se equivocaron los denunciantes al denunciar, pero también se equivocaron los denunciados al celebrar ese acuerdo. Es un antecedente que pone en una difícil situación incluso a la totalidad del carnaval uruguayo, cuya principal característica es la crítica ácida y un humor que ronda lo ofensivo.
A lo largo de la historia la tensión entre el humor y la libertad de expresión ha estado siempre presente en una relación que no siempre ha sido fácil ya que el humor supone una apelación a la ironía, ridículo, sarcasmo y al absurdo y ha sido un importante instrumento en momentos de falta de libertad como sucedió en nuestro país durante la última dictadura militar con las revistas “El Dedo” o “Guambia”. Pensemos también en el caso entrañable “Cantinflas” interpretado por el actor Mario Moreno quien siempre se burlaba de una manera más o menos evidente de los poderosos y sus prerrogativas y de Charles Chaplin y su interpretación del tenebroso Adolf Hitler en la película “El gran dictador”, ejemplos que muestran como el humor ha servido para enfrentar la injusticia y la barbarie.
Tampoco podemos olvidar los atentados yihadistas de enero de 2015 que costaron la vida de 17 personas en tres ataques: la masacre en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo, la toma de rehenes en un supermercado kosher de París y el asesinato de una policía en Montrouge. Todos esos muertos fueron víctimas de esa intolerancia que no admite el humor como una forma de expresión y que lleva los férreos y absurdos dictámenes de la corrección política a inaceptables niveles de violencia y enajenación. Cinco años después, en enero de 2020 se inició el juicio contra los inculpados de esos delitos y la revista Charlie Hebdo volvió a publicar las mismas características que habían causado los atentados. De acuerdo con la crónica del diario español “El Mundo”, horas antes del inicio del proceso, el presidente francés Emmanuel Macron defendió desde el Líbano, donde se encontraba de visita, “la libertad de blasfemar” en Francia. Macron respondía a la pregunta de una periodista sobre la decisión de Charlie Hebdo de volver a publicar las caricaturas de Mahoma, cinco años después del atentado. (…) “En nuestro país desde el inicio de la Tercera República (…) hay en Francia una libertad de blasfemar que está ligada a la libertad de conciencia. Y desde donde yo estoy, estoy ahí para proteger esas libertades”, dijo Macron, quien recordó que existe también “el deber de no tener un discurso de odio y de respetar”.
Extrapolando esas actitudes intolerantes a Uruguay, humoristas ampliamente apreciados y recordados por nuestro pueblo como por ejemplo Roberto Barry, Juan Verdaguer, e incluso en el programa “Telecataplum” donde aparecía un personaje llamado Abayubá que era presentado supuestamente como un homosexual, podrían haber sido objeto de esta suerte de censura ejercida por el Poder Judicial. Es más: ¿cuántas veces hemos escuchado cuentos de Luis Landriscina que se hace referencia al “opa del pueblo” o a los llamados “turcos” o se ponen de manifiesto las particularidades de una comunidad determinada (españoles, italianos, rusos) sin que ello signifique por sí mismo un acto de discriminación? ¿Acaso los chistes sobre “gallegos” (que existen en todos los países del mundo aunque cambiando las nacionalidades o comunidades) le han restado a los ciudadanos españoles o propiamente gallegos el importante lugar que ocupan en nuestro país como parte indisoluble de nuestra cultura, de nuestra vida económica y de nuestra vida social en general? ¿Aceptaríamos de igual forma que Galicia le hiciese un juicio a cada humorista que hiciese un sketch “ofensivo” hacia el pueblo gallego? La respuesta debe ser obviamente negativa, a pesar de que los defensores de lo políticamente correcto recorran las redes con antorchas virtuales para quemar vivo a cualquier “hereje” que se atreva a salirse de los rígidos marcos impuestos por estos inquisidores en su versión moderna ajustada al siglo XXI.
Sobre este tema Flemming Rose, el editor del diario danés que publicó las controversiales caricaturas del Profeta Mahoma, ha expresado que “sostener que solo las minorías pueden contar chistes acerca de sí mismos, o criticar otras minorías, es tanto groseramente discriminatorio como tonto. Siguiendo este razonamiento, solo los Nazis podrían criticar a los Nazis, dado que en la Europa actual ellos son una minoría perseguida y marginalizada. Hoy, una mayoría del mundo se opone a la circuncisión de las mujeres, a los matrimonios forzados y a los rituales de violencia en contra de las mujeres. ¿Deberíamos ser incapaces de criticar culturas que todavía se adhieren a esas prácticas porque son minorías? (…) Históricamente, la tolerancia y la libertad de expresión se han necesitado mutuamente en lugar de estar en conflicto”.
El humor es una de las formas de la libertad de expresión y por ello debe ser protegida en tanto se trata de una de las libertades que constituyen el pilar fundamental de cualquier sociedad democrática. Ante la duda, optemos siempre por la libertad.