Columna de Opinión: Lúcido filósofo actual

Es don Emilio Lledó, un andaluz de 93 años, cuyo secreto es, según la escritora y periodista Emma Rodríguez, “la curiosidad, las ganas de seguir aprendiendo, el orgullo ante el trayecto realizado, y la actitud crítica, ese nunca darse por vencido, en seguir defendiendo con ahínco sus convicciones, esa rebeldía necesaria para decir no, que nunca debe dormirse, aunque nos repitan una y otra vez que el no pertenece al territorio de los niños… Es un faro que alumbra caminos en la noche”.

Transcribiré las palabras del filósofo, porque me parecen insuperables, yo nunca podría decir de esa manera, aunque comparto totalmente su pensar.
“El ser humano es lo que la educación hace de él. Si a ti de pequeño te meten únicamente frases hechas en la cabeza, si te introducen lo que yo llamo brumos pringosos, ya no vas a poder pensar, ya no vas a poder ser libre, ni tener un espíritu creador, ni siquiera racional, dejando claro que en la enseñanza no sólo hay que cultivar la racionalidad”. (Se refiere a su maestro, que también se ocupó de enseñarle la sensibilidad, a través de las lecturas, en la época de su niñez, una niñez de guerra, bombas, terror, hambre y solidaridad).

El maestro “nos animaba a pensar las palabras y a no asumirlas sin entenderlas. Sabía que sólo así podíamos salvarnos de la manipulación, de la agresividad a que conduce la falta de comprensión”. (Agrego: esto es algo que está sucediendo cada día, la agresividad que deriva del no comprender, de la falta de espíritu crítico y la falta de sensibilidad).
Esta situación de crisis debida al virus es, dice “una situación inexperimentada”, palabra que inventó, pero se le perdona porque es un maestro de lengua y porque es un miembro de la RAE desde 1993. Se pregunta el filósofo: “¿Dónde está ese virus incoloro, inodoro e insípido?”. Un virus que nos enseña la importancia de cultivar la inteligencia crítica. En su obra “Los libros y la libertad” nos dice que “el libro es el recipiente donde reposa el tiempo”. Y la escritura es “el primer artificio para sujetar el río del tiempo’’, que va a parar al mar de los libros.

“Una y otra vez me paro a reflexionar sobre el alcance de los ladrillos que se meten en la cabeza”, dice también.
Le preocupa que esta crisis de la pandemia sirva para ocultar “otras pandemias gravísimas, plagas como el deterioro de la educación, de la cultura y del conocimiento”.
Insiste en el peligro de la manipulación de la información y en la importancia de desarrollar el pensamiento crítico y la sensibilidad.

Tiene la esperanza de que este virus sirva para enseñarnos algo, que después de este virus “nos reinventemos para mejor, que maduremos como sociedad”.
Que intentemos reflexionar con una nueva luz, “como si estuviéramos saliendo de la caverna de la que hablaba el mito de Platón, en la que los hombres permanecían prisioneros de la oscuridad y de las sombras”.
Nos dice Lledó que no debemos tener miedo a la muerte, porque no nos es dada la continuidad de la vida en esta Tierra, pero sí habrá siempre “continuidad de aspiraciones como la verdad, la justicia, la bondad y la belleza”.

Desea que esta crisis sea la antesala de un nuevo encuentro con los otros en la vida de la sociedad. El conocimiento, el “‘bienser’ se educa desde la libertad y la libertad se enseña desde el diálogo, desde salir de nosotros mismos, de nuestro entorno pequeñito, y abrirnos a un universo nuevo”.
Hasta aquí los pensamientos de este brillante filósofo. La tía Nilda