En Argentina “se terminó” la pandemia

Además de la legítima inquietud de los comerciantes de la zona litoraleña limítrofe con la Argentina respecto al anuncio de la próxima reapertura del tránsito por los puentes binacionales, hay otros aspectos relacionados con los motivos del gobierno argentino para adoptar esta medida, que por supuesto nada tienen que ver con la interacción de frontera, sino que notoriamente responden a la problemática política interna en el vecino país.
El seguimiento que se hace desde nuestra orilla indica que la administración del presidente Alberto Fernández llevará adelante una reapertura gradual de sus fronteras para recibir extranjeros, por lo que tiende a disiparse temporalmente la alarma generada en un primer momento respecto a la perspectiva inmediata de una apertura general que podría generar una repetición del escenario que se vivía en la prepandemia, con sus nefastas consecuencias sobre la economía y el empleo en los departamentos litoraleños, como es bien sabido por todos –aunque no siempre reconocido, por intereses personales—.
Más allá de las medidas en estudio por el gobierno uruguayo, que se implementarán cuando la reapertura a efectos de atenuar el impacto negativo de este lado del río Uruguay, se aclaró posteriormente que las acciones previstas por Argentina apuntan directamente a captar turismo, y que en teoría solamente podrán ingresar a territorio argentino extranjeros con el esquema de vacunación completo, un test de PCR negativo en las 72 horas previas al embarque o un test de antígeno en el punto de ingreso, por lo que no habrá en principio una apertura indiscriminada para el tránsito vecinal.
Pero claro, no sería novedad que una cosa sea lo que se dice y otra lo que resulte en la práctica, por cuanto sabemos cómo se las gastan en la vecina orilla cuando de burlar normas se trata, por lo que este lapso que se gana de cierta tranquilidad hasta la reapertura total tiene motivos para generar inquietud en lo que a su cumplimiento respecta.
Pero la gran interrogante que surge es: ¿se terminó la pandemia de un día para el otro en la Argentina, como parecen indicar las medidas del gobierno de Alberto Fernández? Y si es así, ¿cómo lo lograron, con una vacunación que apenas si llega a la cobertura de poco más de la mitad de la nuestra, y siguen registrándose prácticamente casi doscientos muertos por día y miles de contagios?
Pues la respuesta lógica es que la pandemia en la Argentina se terminó “por mandato popular”, podría decirse, porque el fracaso rotundo del kirchnerismo en las Elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) llevó al gobierno de Alberto Fernández a decretar el fin de las medidas sanitarias.
Precisamente, el anuncio de aperturas y flexibilizaciones aparece más vinculado a necesidades políticas que a datos sanitarios puros en la vecina orilla, donde el gobierno a la vez ha naufragado en que se hicieran realidad sus eslóganes sobre priorizar la vida antes que la economía: no solo se ha llegado a los 115.000 muertos que dijo que se iban a evitar, sino que las medidas de contención han devastado la economía y sumido en la miseria a millones de argentinos, con desempleo, un 45 por ciento de pobres y un 10 por ciento de indigentes, en el marco de una gravísima crisis económica y social.
Pero lo que no pudieron las medidas de cuarentena, las acciones preventivas en extremo severas –por lo menos en los papeles– sí lo pudieron hacer indirectamente los votantes argentinos dando un duro golpe al gobierno kirchnerista, que de un día para otro, ante el (mal)humor social, dejó abruptamente de lado los eslóganes y la apelaciones de prioridad a la vida antes que a la economía, como pregonaba.
Así, pese a que todavía en diversas partes del mundo, incluido Uruguay, con mucha prudencia se va avanzando mientras se guarda un especial cuidado ante la aparición de la contagiosa cepa delta que generó distintos rebrotes en países que sostuvieron un plan de vacunación mucho más efectivo y rápido que Argentina, desde el martes, en este país ahora ni el barbijo quedó en pie, en una muestra más de la poca seriedad con que maneja el gobierno el presidente argentino, a la sobra de la soberbia vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner.
Es que previamente, el revés electoral había dado lugar a un cataclismo interno en el gobierno, con peleas que pusieron al borde del colapso institucional al propio presidente Fernández, pero a la vez este escenario –que no ha quedado del todo despejado ni mucho menos– desembocó en un cambio radical respecto al abordaje de la pandemia.
Así, de un día para el otro ya los riesgos mágicamente bajaron prácticamente a cero, y aquel ataque virulento y descalificante hacia quienes osaban cuestionar las medidas de cuarentena, entre quienes estaban por la vida y los que supuestamente estaban por la muerte y no les importaba un ápice la suerte de los argentinos, desapareció de los eslóganes, al igual que los cuestionamientos del oficialismo hacia quienes no estaban de acuerdo con las medidas.
Es que hasta hace menos de tres semanas la misma ministra de Salud de la Nación Carla Vizzotti alertaba sobre la cepa delta, mostrándola como agazapada “a la vuelta de la esquina” en una reunión del Consejo Federal de Salud.
Según da cuenta el diario La Nación, un ministro provincial que participó en el encuentro recordó que ese día, ante la inquietud de algunos funcionarios del interior sobre la necesidad de extender las aperturas, la ministra respondió: “Las restricciones no le gustan a nadie, pero hay quienes se olvidan que hay una pandemia”.
Por eso llamaron la atención sus anuncios directos en búsqueda de una normalidad, ante la atenta mirada del flamante jefe de gabinete, Juan Manzur, seguramente el autor de estas nuevas medidas y, para no pocos en el gobierno, el nuevo ministro de Salud en las sombras.
Justamente se trata de aperturas que ya fueron varias veces requeridas por dirigentes de la oposición y de vastos sectores de la sociedad, a quienes por esa razón y en distintos momentos, desde el gobierno se los refutó y catalogó de “inútiles”, “irresponsables”, “peligrosos” y hasta de “criminales”.
Pero Alberto Fernández, como si la contradicción no existiera en el propio gobierno, dio otra de sus acostumbradas volteretas y dijo que “ahora nos acusan de libertinos los mismos que nos acusaban de encerradores”, confirmando que la pandemia es otro más de los frentes de la disputa política, de la batalla por quien impone el mejor relato ante el pueblo argentino –muy propenso a los cantos de sirena, por cierto, como lo demuestran tantos años de gobiernos peronistas– y que la apresurada vuelta a la normalidad de cara a las elecciones de noviembre venidero, es otro intento burdo de hacer creer que todo marcha muy bien.