Columna de opinión: Prójimo

En este tiempo previo a la Navidad, me parece importante reflexionar sobre la caridad, el amor al prójimo.
Quién es mi prójimo?, preguntó a Jesús un doctor de la ley, anclado en sus convicciones, para ponerlo a prueba. La respuesta de Jesús es la Parábola del buen samaritano.
El Papa Francisco ha hecho interesantes reflexiones sobre el tema, muy de acuerdo con el filósofo francés Ricoeur, a pesar de que no coinciden en otras ideas. En este caso sus expresiones sintonizan.
La parábola presenta a un judío que fue asaltado, herido y dejado en el suelo, a la vera del camino. Luego aparecen un levita y un sacerdote, los dos personajes importantes de la sociedad a quienes se les debía respeto. Pasaron de largo, indiferentes, sin una pizca de compasión, sólo atentos a sus estatus sociales.

Pasó después un samaritano, un hombre que era despreciado por los judíos, un extranjero considerado impuro y sin derechos. Sin titubear, curó las heridas del caído con aceite y vino, lo subió a su caballo, lo llevó a la posada y pagó al posadero para que lo cuidara. El posadero colaboró, porque el samaritano también necesitaba ayuda, la caridad necesita del otro para ejercerse.
Dice Francisco: “Con su gesto, el buen samaritano reflejó que la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro”.
De eso se trata la caridad, de encuentro, de cercanía de encuentro, de cercanía de culturas.
El levita y el sacerdote estaban anclados en sus leyes injustas, consideraban que prójimo es quien tiene la misma sangre, la misma religión, la misma nacionalidad. Usaban hermosas palabras, pero vacías de significado, leyes sin corazón, palabras abstractas, alejadas de la vida concreta, del encuentro con una persona real.

El samaritano obra con amor, sin que lo frenen las leyes ni las tradiciones.
“Prójimo es aquel a quien yo me acerco, me aproximo, en su necesidad. La proximidad no está previamente establecida por criterios externos a la relación. Es una cualidad dinámica que yo, como sujeto, establezco al acercarme al otro, sin consideraciones de parentesco, nacionalidad y religión”, dice Ricoeur.
El levita se refiere al prójimo como una tercera persona, ajena a la vida concreta y a la cercanía de las relaciones del yo. El samaritano cambia la dirección del camino planeado para seguir la llamada del “Tú”.
Según Ricoeur: “Los principios racionales y abstractos de la justicia, en el plano de la reflexión quedan vacíos cuando están privados de la eficacia de la relación concreta con los demás”.
Dicho de manera simple: Podemos pensar en ser samaritanos, pero de nada sirve si en la práctica actuamos como salteadores, o con indiferencia frente al caído.

“La proximidad inmediata de la caridad, es decir, la relación real con los demás, precede o supera cualquier sociología o solidaridad política”, para Ricoeur.
Para el filósofo francés la caridad manifestada en la cercanía personal, se implementa y se fortalece con instituciones sólidas en sus estructuras y justas en sus principios. Y quienes trabajan en las instituciones, sociales, económicas, religiosas, deben siempre tener en cuenta la compasión y la caridad.

Y Francisco dice: “La caridad implica una transformación de la historia, que exige incorporar las instituciones, el derecho, la tecnología, la experiencia, los aportes profesionales, el análisis científico, los procedimientos administrativos. Porque, como sostiene Ricoeur, no hay de hecho vida privada si no es protegida por un orden público, un hogar no tiene intimidad si no es bajo la tutela de la legalidad, de un estado de tranquilidad fundado en la paz y en la fuerza y con la condición de un mínimo de bienestar asegurado por la división del trabajo, los intereses comerciales , la justicia social y la ciudadanía política.
El amor al prójimo es realista y no desperdicia nada que sea necesario para una transformación de la historia que beneficie a los más necesitados”.
Dice Ricoeur: “Yo me convierto en el prójimo de alguien, el samaritano se vuelve prójimo de un extranjero. Se transforma sin dejar de ser él mismo en cada circunstancia. El ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación con las demás criaturas.

El llegar a ser uno mismo se logra en relación con otras personas y considerando todas las criaturas como intrínsecamente ligadas al propio ser”.
Este precepto de amar al prójimo no es exclusivo del cristianismo, es algo inherente a los seres humanos, es un mandato para todos los humanos.
“San Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos”(Papa Francisco).
Para reflexionar: ¿somos buenos samaritanos, o somos de los que pasan de largo?
Que este tiempo de Navidad, un tiempo de luz, de amor y de paz, nos encuentre cercanos no sólo en el pensamiento y en la intención, sino en la práctica de la vida real. Que esta tregua que acostumbramos hacer, se convierta en algo permanente, para que siempre seamos buenos samaritanos. La tía Nilda